2 julio, 2017
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¿A quién le sirve el pacifismo?

*Por Buba Aguiar,

integrante del Coletivo “Fala Akari”, vecina de la favela de Acari, Río de Janeiro.

 

 

            Entre los años 2014 y 2015, muchos jóvenes negros fueron asesinados por la Policía en los Estados Unidos. Entre ellos, el joven Michel Brown, de 18 años, que acababa de terminar sus estudios secundarios cuando lo mataron, con 6 tiros, en Ferguson.

 

            Su caso intensificó el debate racial en el contexto de violencia policial y provocó una ola de contundentes manifestaciones tanto en las calles de Ferguson, donde casi el 70% de la población es negra y la mayoría de los policías y las autoridades son personas blancas, como también en otras ciudades americanas, con patrulleros incendiados, la Guardia Nacional convocada, el estado de emergencia decretado y el toque de queda impuesto.   

 

            De la misma forma que le sucedió a Brown, como a varios otros jóvenes muertos por efectivos norteamericanos, cuando estos casos ganan visibilidad, el tratamiento dado a los negros por las fuerzas de seguridad emerge siempre con mucha fuerza.

 

            En Brasil llegamos a 60 mil asesinatos por año, donde 30 mil son jóvenes cuyas edades van de 15 a 29 años y 77% son negros, según datos de Amnistía Internacional.

 

            Los 10 países con las mayores tasas de homicidios están en América y, numéricamente, Brasil es el mayor de ellos. Todos los días al menos un joven es víctima de violencia policial en nuestro país. En las ciudades del Nordeste los números son alarmantes y en relación a los damnificados la diferencia entre negros y blancos es escalofriante. Nacionalmente, la tasa de asesinatos de jóvenes negros viene aumentando mientras la de jóvenes blancos ha disminuido.

 

            Policías en servicio son responsables de una gran parte de estas muertes. En Río de Janeiro, por ejemplo, es de 20 a 25%, sin contar los crímenes cometidos por agentes cuando están fuera de servicio, en grupos de milicias, servicios de seguridad privada y afines. Desde el inicio de este año, cada 60 horas una persona es asesinada solamente por el Batallón de la Policía Militar (BPM) Nº 41 de Río.

 

            Particularmente, este estado vive un proyecto de exterminio de las favelas. Diariamente, los cariocas más humildes sufren violentas incursiones de las Unidades de la Policía Pacificadora (UPP), que están muy lejos de ser pacificadoras, ya que todos los días son numerosos los relatos y las denuncias de personas baleadas y hasta asesinadas por la violencia de los agentes, registrados por las aplicaciones “Fuego Cruzado” y “Nosotros por Nosotros”.

 

            ¿Qué diferencia a los homicidios de jóvenes negros en los Estados Unidos de los homicidios de jóvenes negros en Brasil? La reacción popular.

 

            Cuando un negro es asesinado por policías en una favela, es común la conmoción de la comunidad local, pero también es común el pedido de pacifismo en las manifestaciones que se alzan después de lo ocurrido, si es que consiguen alzarse. La criminalización de toda y de cualquier revuelta popular agarra a la favela por los talones, ya que el pueblo negro y de favela es criminalizado por el simple hecho de ser quien es, sin la necesidad de sublevarse.

 

            Pero, ¿a quién le sirve ese pacifismo del pueblo que es masacrado todos los días?

 

            El Estado, junto con la sociedad elitista, nos coloca en el ramo de los cuerpos “matables” y así nuestra muerte se torna banal. Cuando uno de los nuestros es asesinado no quemamos micros, no saqueamos negocios que simbolicen o enaltezcan el capitalismo que nos aplasta, no hay una insurgencia nuestra contra quien nos mata.

 

            Por eso, es necesario que salgamos, lo más rápido posible, del pacifismo que nos paraliza. Necesitamos urgente dejar de lado el discurso de paz, ya que quien tiene paz es la élite. Y para sustentar la paz de esa élite y de la clase media blanca, el Estado nos declara la guerra todos los días con sus máquinas de moler negros, pobres y favelados.

 

            Y por eso, también, es necesario que tengamos en mente la importancia de la revuelta popular para frenar a esa máquina mortífera. No podrán confundir nunca la resistencia del pueblo oprimido, con la violencia del estado opresor.

 

           Somos mayoría, pero debemos unirnos, para impedir que nuestros verdugos puedan usar el fusil. ¡Y tiene que ser ya, o continuaremos muriendo sin reaccionar!
 

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