*Por María Agustina Cabezas, hija de José Luis.
No es fácil decirte estas palabras, porque 20 años son casi toda mi vida, casi toda la vida de mis hermanos. Y cuando te mataron, yo apenas tenía 6… Como sabrás, en muchos momentos, sobre todo los primeros tiempos, te necesité demasiado, permanentemente. Ante cualquier tarea del colegio, para mi cumple de 15, en los Días del Padre… Porque sí, ya sé que son días comerciales, pero cuando mis compañeros planeaban qué regalarles a sus papás, yo no planeaba, yo sabía que no podría regalarte nada, ni un abrazo.
Y no, tampoco puedo evitar pensar tu ausencia omnipresente en mi futuro, cuando tenga hijos y no puedan conocer a su abuelo. Se hace difícil, viejo. Aquella noche, yo estaba de vacaciones con vos, en Pinamar, junto a mis hermanos Juan y Candela, recién nacida. ¿Te acordás? Mamá pasó a buscarnos de inmediato, para volver a Capital. Y al día siguiente supimos que habías muerto. Que habías muerto, «en un accidente de autos».
Seguí creyendo eso durante algún tiempo, hasta que tocaron el timbre de casa. Era un periodista, un tipo que necesitaba hacer preguntas, pero mamá lo sacaba a los gritos, intentando resguardarnos. No quedó otra. Tuvo que contarme la verdad y, desde entonces, no sólo empecé a ver tu rostro en todos lados, sino también el miedo, ese miedo que acompañó mi crecimiento, por si venían a buscarnos «por lo que había hecho papá».
Con el paso de los años, esa sensación fue disminuyendo, mientras te seguía conociendo, porque estas dos décadas me sirvieron además para escuchar y comprender qué cabeza dura eras, qué aventurero, qué chistoso, qué apasionado de la fotografía. Sin dudas impulsado por ese amor, nos retrataste mil veces a mis hermanos y a mí. Tanto, pero tanto, pero tanto, que pude tapar los agujeros de los recuerdos que no tuve, con las fotos que sí tengo. Rearmé mi vida, con el rollo de la tuya. Y tal vez por eso, hace unos años empecé a estudiar.
Fotografía.
Esa pasión, como esos álbumes, por supuesto la heredé de vos y me hace sentir orgullosa, cada vez que agarro una cámara tratando de hacer una imagen «copada», aunque después no me salga como las tuyas. Es necesario recordarte, para mí y para todos. Es necesario que nadie olvide jamás lo que te pasó. Y aunque me dé impotencia que ninguno de los responsables esté preso, quiero que sepas que tengo una mirada distinta a la mayoría sobre la cárcel. Pues tal como existe, entiendo, no sirve para nada.
Y en definitiva, nadie me podrá devolver a mi papá. Me quedo con la libertad para recordarte, como te recuerda este grito con toda La Garganta, para que una y mil veces más el mundo haga memoria: «¡No se olviden de Cabezas!». Ahora, eso sí, para mí, el 25 de enero representa tan sólo un día más, porque a vos, viejo, a vos te pienso siempre. Te pienso cotidianamente. Te pienso en tu cumpleaños. Te pienso cuando me despierto. Te pienso cuando me acuerdo que soñé con tu cara. Y hoy también, claro.
Hoy también voy a pensarte,
como todos los días de mi vida.
¡¡¡GRACIAS TOTALES !!!!!!!!!!!!!!!!!!!