Hubieran preferido que sus historietas cumplieran con el designio del término. Hubieran preferido que contara historias degradadas, para Ellos, con dibujos y lenguajes que no detentan la santidad de la escritura. Que siempre ganaran los buenos, los buenos para Ellos, los héroes individuales que, con sombrero y botas, combaten y matan a los salvajes malones incivilizados que se resisten a aceptar su sumisión. Hubieran preferido que repitiera clichés importados como un hombre robot, para que sus lectores también fueran hombres robot. Hubieran preferido que no se saliera de los cuadrados de las historietas, vestir los recuadros con trajes herméticos para que en ellos no se filtrara la historia, como si eso fuera posible. Hubieran preferido que nunca se le ocurriera contar y graficar la vida del Che y la de Evita, para ahorrarse la censura. Hubieran preferido que el arte, aunque sea «bajo», “arteta” quizá lo llamarían despectivamente, no se mezclara con la política, como si eso fuera posible. Que el escritor de guiones de historieta cumpliera con el guión que tenía asignado y que no asumiera la realidad en que vivía, que no militara. Que militar sólo se refiriera a Ellos y nunca contra Ellos. Hubieran preferido que, más de 15 años antes de 1976, Héctor Oesterheld no imaginara que se podía luchar contra la «nevada mortal» o la lluvia de muerte al servicio de la eliminación de quien se negara a convertirse en un hombre robot que aceptara, sin pensar y sin chistar, las órdenes de Ellos. Hubieran preferido que El Eternauta no apareciera nunca. Y, en 1977, desaparecieron a Oesterheld.
Hubiéramos preferido que Oesterheld no fuera, como El Eternauta, ese hombre que, años antes de que sucediera, nos advertía sobre la política de exterminio que se desencadenaría más tarde; porque hubiéramos querido que esa matanza fuera mentira. Hubiéramos preferido que las tres apariciones de El Eternauta, la primera, que dibujó Solano López, la que dibujó Breccia y la segunda parte, no se produjeran en los gobiernos de Aramburu, Onganía y Videla, porque hubiéramos preferido que nunca existieran gobiernos golpistas. Hubiéramos preferido que después de la primera versión, Oesterheld no tuviera que aclararnos en su narración que el pacto de los Ellos con el Norte decretaba la producción de hombres robot en el Sur y la muerte de quienes se negaran a aceptar esa imposición, para que en el Norte se siguiera viviendo como hasta entonces; porque hubiéramos preferido que nunca existiera el Plan Cóndor. Hubiéramos preferido que la muerte de la mujer y la hija de El Eternauta en la segunda parte, no anticipara la desaparición de los familiares de Oesterheld, ni la suya, por resistir a los Ellos desde el peronismo revolucionario. Hubiéramos preferido que sus historietas fueran sólo ficción y nada de ciencia con pretensiones anticipatorias.
Aunque Ellos hayan querido que los 30.000 Oesterheld quedaran, tal como dice uno de los cuadros de El Eternauta, «todos desaparecidos… como si no hubieran existido nunca», nosotros preferimos luchar porque quienes ofrecieron su vida por un mundo más justo sigan existiendo para siempre en todas las luchas por el mismo objetivo; para que nos sigan invitando a pelear a su lado, para que nos expliquen, eternautamente, en palabras de Oesterheld, que “el héroe verdadero de El Eternauta es el héroe colectivo, un grupo humano. El único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo». Preferimos entender que tenemos que estar unidos para poder enfrentarnos a los Ellos, que siempre estarán al acecho aunque no los veamos, aunque se desdibujen, intentando confundirse con nosotros, y reivindiquen a El Eternauta y a su autor, para transformarlos en una mercancía que se compra con el mismo Clarín que en marzo de 1976 titulaba: “Total normalidad. Las Fuerzas Armadas ejercen el gobierno”. Preferimos, para combatir a los Ellos, ser más nosotros. Ser todos Nosotros.
Encanta. Y a la vez, duele. ¿Lo peor para ellos? Siguen vivos. Seguimos vivos, no nos van a callar.