Seba, el terrible, solía llegar media hora tarde al fútbol de los domingos. Se metía de prepo en la cancha y, cuando se aburría, dejaba de tirar caños, para tirar piedras. Horacio era chiquito. Caía puntual, junto a su hermanita, y a los diez minutos de entrenamiento, ya estaba enojado por algún motivo. Franco era tranquilo y no hablaba mucho. Bajo los rayos de sol o los rayos de lluvia, estaba ahí, siempre. Matías se asomaba como posible referente de un montón de chicos, que se asomaban como posible equipo, social y deportivo. Su presencia ya pesaba, y su ausencia también. Alan, en cambio, no faltaba nunca, pero de vez en cuando se encaprichaba. Se empacaba, como un bebé.
A veces, había domingos de mucho fútbol y poca charla. Otras, alta charla y bajo fútbol. Una semana, por qué nos juntamos. Otra, por qué nos peleamos. Un entrenamiento, compromiso. Otro, compró misa. Poco a poco, el ritual de pensar a Zavaleta trabajando en equipo, conociéndonos desde pibes y con la excusa del fútbol, empezó a ser una realidad cada vez menos vulnerable a los antojos del azar, el clima o las manos ajenas al barrio. De los encuentros para conocernos, salieron reglas para divertirnos, y de ahí, nació una identidad, el Fútbol Popular de Zavaleta.
La camiseta es rayada, blanca y negra, “porque somos blancos y negros”, como argumentó el coreano a los 8 años, hoy arquero de Infantiles, a los 11. Y el escudo, “tiene las franjas y las iniciales”, como lo pintó Eliseo a los 9 años, hoy volante de Cadetes, a los 12. Sin interrumpir jamás la propuesta de encontrarnos a jugar y pensar, para seguir buscando soluciones consensuadas, adentro y afuera de la cancha, llegó el mar, llegaron los amigos, llegaron las pelotas, y llegó el 2008.
Hoy se puede pasar, de lunes a viernes, o cualquier domingo, por la canchita de Iriarte y Zavaleta, para conocer cómo sigue esta historia. Todos los días, hay entrenamiento. Y Seba, el terrible, terriblemente comprometido, es ahora entrenador de Mini: “Los chiquitos no se cansan nunca, es increíble, pero me gusta ir cada lunes a entrenarlos. Y los domingos ya me levanto solo, a las 9”. Horacio, también devenido entrenador de Mini, pero abocado los días jueves, ha crecido y ya sólo se enoja si no se respetan las reglas de juego. “Yo pienso que nuestros compañeros nos eligieron porque nos vieron responsables para ocupar este lugar. El equipo creció mucho en todo este tiempo, porque antes no éramos tan solidarios entre nosotros. Capaz andábamos unos por allá, otros por acá… Y hoy estamos mucho mejor, más tiempo juntos”.
También Alan cambió sus días, desde aquellos domingos de capricho, y el que se empaca ahora es su bebé. Ni bien llegado de trabajar, pasa por casa para verlo, y sale corriendo para la canchita, donde lo esperan muchos pibes más, de Infantiles y Cadetes. “Me vienen buscar si no llego temprano… Y aunque la práctica de los miércoles empieza a las seis, capaz me tocan timbre a las cinco, pero me gusta esto, porque acá me distiendo. Me parece que los chicos nos eligieron como entrenadores a nosotros porque somos responsables y le ponemos ganas, para unir más a todos. Hace mucho éramos diez, y hoy somos más de cien. No alcanzan las canchas… Antes nos agarrábamos a las piñas y ahora nada que ver. Ya nos damos cuenta… Día a día vamos creciendo más, y de una forma u otra somos un equipo. No da para pelear entre nosotros”.
Físicamente, Mati cambió poco y sigue siendo tan referente de sus compañeros como lo era cuatro años atrás. Lo que cambió fue su compromiso. “¿Qué puedo decir? Me enorgullece ser parte de todo esto, como entrenador de Juveniles los viernes, además de ser jugador de Mayores. Poco a poco, va creciendo todo… La cantidad de pibes, los entrenamientos, los materiales, las jornadas. Y en la liga hay otros equipazos por suerte, muy buena gente”.
Franco todavía habla poco. Nada para hacer enemigos. Mucho más para hacer amigos. Y bajo el rayo que sea, sigue firme ahí, como el primer día. “Voy contento a entrenar a los Mayores”, dice, pero Mati completa la información: “Contento no, va con tremenda cara de feliz cumpleaños”. Y entonces Franquito asiente, y remarca que “cuando empezamos, éramos poquitos, y ahora los martes a las siete ya somos una banda esperando para arrancar. Hay muchos que están desde las seis y media. Una emoción tienen…”.
Cada domingo, a las 10 de la mañana, el Fútbol Popular de Zavaleta se junta a desayunar, en la canchita de Iriarte. Y a las 11, hay entrenamiento de todas las categorías, como siempre. “Lo que nos falta, es invitar a más chicas, para que esto sea cada vez más grande y nos reconozcan todo lo que estamos haciendo”, dice Matías, en reunión de entrenadores. “Sí, porque al físico le estamos dando duro –aclara Franco-. Esta semana, nos matamos corriendo”. Horacio, cada vez menos chiquito, los mira y deja gotear eso que poco a poco se va chorreando por las línea de fondo en la vieja canchita de Zavaleta, junto a la parada del 70: “Ojalá, acá, podamos hacer un club”.
Un club deportivo, siempre es social. Si caben dudas, Alan las barre: “De muy chiquitos, habíamos sido campeones en un par de torneos que jugamos y algunos nos conocimos así, escuchando a algún adulto que nos recomendaba no caer en la droga, porque era malo. Pero después fuimos creciendo, y quizá vemos a alguno de los que decía eso, vendiéndola en el barrio. Entonces, es como que te mienten, y después a los pibes les cuesta confiar”.
Matías, Franco, Alan, Seba y Horacio son pibes, referentes del Fútbol Popular de Zavaleta, por el respeto que se ganaron en un potrero, jugando y haciendo jugar. Referentes del barrio, por la legitimidad que se ganan día a día, confiando y haciendo confiar.