La fiesta de bienvenida latía en los pasillos nocturnos del hotel, entre fuertes correntadas de aires de mar que parecían imitar al rugido de los caracoles. Pelos mojados, anteojos enormes y camperitas colgando de los hombros hacían sentir un viento de noche, de festival. Y ahí llegaba él, trabando sus pectorales, con bermudas empapadas, andar arrogante, sonrisa soberbia y un metro cuarenta de pura escultura ósea. Tiró la toalla en el banco del vestuario y chapoteando en el piso inundado se adentró en su ducha, para intentar desprenderse de los granos de arena que absorbieron sus poros y sus nalgas, por qué ocultarlo, tras haberle servido de materia prima a los artistas culinarios de la categoría Mayores, en las 512 milanesas que rebozaron con sus 35 kilos de peceto, haciéndolo rodar para un lado y para el otro, de una punta a la otra sobre las playas de Chapadmalal.
Tal vez por esa carga de ira acumulada, propia de cualquier carne sometida a un empanado involuntario, Osmar empezó a chorrear ironía para las duchas del costado, ocupadas infortunadamente por dos de sus compañeros mayores. Estaba por fin bajo el agua sin sal, enjuagándose con furia, cuando comenzó a vociferar sus vaticinios para la noche que lo esperaba allí afuera.
– A cada uno de ustedes, le voy a presentar una chica, prometió, con dicción zezeosa, acorde a sus 8 años, y un tono politicón, desprendido de su inocultable inclinación populista y demagógica.
– ¿Y cómo son las chicas, para ir sabiendo?, indagó, interesado, uno de los beneficiarios del plan.
– Mirá, irrumpió, imponiendo una pausa, la tuya va a ser una enana, porque vos sos un duende, y la tuya –en alusión a su otro lateral-, será una señora de unos 53 años, advirtió, reparando en la avanzada edad del ofrecido.
– Bueno… -profundizó el “Duende”-, ¿pero de qué atributos físicos estamos hablando? ¿Buenos pechos?
– Y… –meditó, con tono reflexivo-, sí, pero bastante caídos.
– En fin; eso es lo de menos. ¿Es una buena mujer? ¿O qué onda?, se quiso consolar por fin el congraciado, algo ansioso ya.
Fue entonces que Osmar consideró necesaria una respuesta más contundente, tajante, categórica, y tomó distancia del bullicio del agua rompiendo en su cabeza, para caminar hasta el banco donde esperaba su toalla. Ahí se envolvió como un panchuque tucumano y dio media vuelta. Miró de frente a la ducha contigua y, con una mezcla de superación e indignación, exclamó: “Y… ¡virgen no va a ser!”.
Incumplida y hasta olvidada la promesa, la noche del jueves tuvo un transcurso feliz para él, entre manchas y correteos por todo el hotel, hasta que el sueño lo venció. Su iniciativa celestina y posiblemente sarcástica fracasó o se diluyó en el preciso momento en el que encontró al resto de sus compañeros más grandes desplegando sus alas como buitres por el terreno de baile y hasta tropezó, para su sorpresa, con el abandono de su propio hermano, de apenas 11 años, que también lo relegó por una misión de faldas. Frustrado primero e indiferente después, convocó por unos segundos la atención de los adultos presentes y resolvió jugar el resto de la noche a cualquier cosa que se le ocurriera para demostrar una autonomía lúdica admirable, que sólo claudicó con el desmayó final en la habitación.
Recién con el atardecer del viernes llegó el demorado, pero inexorable reclamo de sus vecinos de ducha en el regreso de la playa. Volvía la caravana de los más grandes con los más chicos, cuando Osmar se vio obligado a rendir cuentas de su compromiso trunco delante del grupo y en especial de un atento compañerito, alfeñique de envase y de personalidad atómica, que se autoproclama “Gavilán” entre las 21 y las 24; “Purohuesos”, desde la medianoche hasta el amanecer; y simplemente “Ronan”, en el resto del trajín diario que hace rotar a su triple personalidad; cada una de ellas forrada de un léxico y un vestuario acorde a un carácter específico.
– No sé qué fue lo que pasó anoche, se exculpó Osmar.
– ¿Qué pasó con qué?, preguntó un despistado curioso que también acompañaba la caminata de regreso de la playa.
– No sé qué pasó con las mujeres que pensaba presentarles a estos dos…
– Sí, pero aclará qué tipo de mujer era, exigió el Duende.
– Ya les dije: virgen, olvídense, remarcó, enfáticamente.
De inmediato, el mismo imprudente pretendió poner entre las cuerdas a Osmar, perturbando con su indagatoria, sin advertirlo, a la concentración disimulada de un Ronan que seguía el diálogo letra a letra. “Pero Osmar, ¿vos sabés qué significa que una mujer no sea virgen?”, preguntó el curioso.
– Y, por supuesto… ¡Que ya lo hizo!, sentenció Osmar, con una marcada entonación catedrática, que acusaba cierta ofensa por la vulgaridad de la pregunta.
Y tanto fue así que, al escuchar ese rotundo “ya lo hizo”, Ronan vinculó el calificativo, el título eclesiástico y esa connotación negativa culturalmente adquirida, para algo tan macabro como el sexo, con el más atroz de los pecados indeseables de su lista, de modo tal que sucumbió ante la tentación ingobernable de entrometerse por fin en el diálogo, con una explosiva inquisición que seguramente hubiera hecho sonrojar a “Gavilán” o a “Purohuesos”, pero que por suerte apenas resultó un paquete de frescura, envuelto de ternura, en la sonrisa de su versión más encantadora.
– ¡Que ya hizo qué! ¿Qué ya se hizo pis en la cama?
Medio perversitos, queriendo hacer hablar de sexo a toda costa al nenito.
Hay mucho pedófilo suelto.
¡Qué grandes que son los chicos!