Tengo ganas de llorar, pero con el puño cerrado, como elijo llorar. No me gusta escribir en primera persona del singular y no suelo hacerlo, porque no soy uno, soy muchos. Yo, La Poderosa, soy muchos. Pero esta vez quiero, siento, necesito, escribir en primera persona porque tengo la convicción absoluta de que todos los que hacemos esta moto estamos representados por sus palabras, formados por su lucha, erguidos por su nombre, dolidos por su ausencia, convencidos por su convicción.
Mi propia historia me ha demostrado, en cuatro años y medio de viaje en colectivo, una realidad irrefutable: de ningún modo puede la historia ser solamente mía; de ningún modo puede ser solamente propia. Cada día, cada verso, cada gambeta, en la vida de Roberto Santoro, desde su primera manifestación política, en la literatura o en la pelota, ha marcado un rumbo poderoso, inevitablemente colectivo, inevitablemente activo. Sus reuniones en el grupo Barrilete, que descubrí tarde por culpa de la dictadura, por culpa de los monopolios de la comunicación y por culpa de los desactualizados curriculums escolares, me conmueven, me emocionan, me identifican. Podría incluso considerarme ahora ‘plagiador’ de un modo de construir conciencia. Podría y debiera hacerlo, si no me sintiera absolutamente parte de esa misma línea histórica, enorgullecido de encarnar una extensión en la lucha de tantos que desaparecieron para que no desapareciera el derecho a soñar.
Escarbando en la tristeza de esos curriculums incompletos, no se me hace difícil entender por qué razón chuparon al Pelado Santoro del corazón de la escuela, donde trabajaba como preceptor. Ahí, en sus libros, en sus publicaciones autónomas, en el fútbol y en su grupo cultural multidisciplinarlo Gente de Buenos Aires, Santoro entendía un solo modo de actuar, una sola razón para vivir. Y entonces, la historia se me para al costado y me pasa en una curva. Pobre del que crea que la historia es cosa del pasado. Seguramente corto tramo habrá recorrido del camino al Hombre Nuevo, esa meta utópica a la que sólo se arriba avanzando hacia adelante, sin dejar nunca de mirar hacia atrás.
Cada miércoles, en la atmósfera de la Buenos Aires que enamoraba a Santoro, hay una reunión de La Poderosa, para repasar su legado o para recordar al Che, pero sobre todo para construir sin excusas, para construir mañana mismo, para construir entre todos. Qué difícil sería explicarlo, si no lo hubiera explicado ya el Pelado, el 10 de abril de 1964, en el acto de la Alianza Nacional de Intelectuales: Una cosa sé y muy importante: el asunto no es ser optimista sino apasionados. Frente a tanta indiferencia el camino es poner sangre en las cosas; pegarle al mundo que nos rodea, la vitalidad de la acción. No un sistema de ideas estático; queremos ideas que se muevan, que puedan ser puestas en práctica. Y no nos asusta el error porque, si muchas veces nos equivocamos, fue porque muchas veces emprendimos acciones, por entender que de nada valen las pulcras teorías si no van acompañadas de trabajo.
Algunos dirán que Santoro es poeta, aunque él, siempre más humilde que todos, prefería decir que hacía cosas. Otros dirán que, en realidad, Roberto es escritor, aunque se haya peleado con las grandes editoriales, para poner manos a la obra en la elaboración artesanal de los libros, porque hasta entonces, más allá de haberlos escrito, no tenía nada que ver con la realización. Tal vez, muchos elijan definirlo, como se define él, obrero de la literatura, y será inapelable. O quizá haya también quien prefiera decir que Santoro es un hombre del fútbol, pero eso obligaría a pensar de qué fútbol, y si obligara a pensar, qué bueno sería.
Yo preferiero decir que Santoro es un Poderoso, un poderoso militante con una Herramienta, en la que supo publicar sus argumentos para defender a la Agrupación Gremial de Escritores, en agosto de 1975: La Agrupación es un frente. Dentro de él se incluyen distintas corrientes de opinión. Trabajamos sobre la base de puntos mínimos de coincidencia. Nuestra posición siempre ha sido clara. Ahí está nuestra obra. Desechamos el sectarismo por inútil. Conocemos a muchos citadores que viven hablando y tienen tan aceitada la ideología como oxidada la práctica. Preferimos a los que a través del trabajo permanente, anónimo, militante, impulsan y van ganando compañeros para el frente cultural que será parte del frente político que debemos construir. La diferencia de la Agrupación con otros movimientos o frentes es que su existencia es cierta: funcionamos todas las semanas en reuniones de discusión y trabajo. Vamos alcanzando, sin apuro, los objetivos trazados. Es necesario que se comprenda que nuestra acción es a largo plazo.
Así se cerró entonces la última reunión de La Poderosa, en homenaje a tus 70 años. Habrá quienes crean que estás desaparecido. Yo sé muy bien que el próximo miércoles volverás a aparecer. Nos vemos.