7 julio, 2009
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Haciendo historia

Queremos que sean como el Che, Fidel.

Más de una vez, en poco menos de cinco años, nos han sugerido que olvidar la historia sería mejor. Nos han querido enseñar que la manera más fértil de pensar el futuro es olvidar el pasado, como si el futuro fuera futuro si no tuviera un pasado, como si el pasado no hubiera sido futuro de otros pasados. Mañana, sin hoy, no sería mañana. Sería hoy, que sin ayer, tampoco sería hoy. Y apenas podría ser ayer, si se aceptara la existencia de anteayer. La convicción absoluta de sentirnos parte de un proceso histórico nos obliga a reivindicar las emociones que nos despertaron juntos; la lucha que nos subió al mismo colectivo; el camino recorrido en la ruta que, por supuesto, no ha empezado con nosotros, ni con nosotros terminará.

Desde La Poderosa, la bandera del anonimato se ha levantado como un bastión irreductible para combatir la lógica clientelista y el entramado de corrupción que se regó con organizaciones sociales a lo largo de la década del 90. Pero un anonimato entendido sin historia, sin origen, sin sustento, sin raíz, conduce en el mejor de los casos a un desarrollo relativo capitalizado siempre por el mismo modelo que se propone afrontar. En un partido tan sucio y frente a un rival tan perverso, parece ficticio, o al menos ingenuo, salir a la cancha para dejar la vida, y finalmente entregar los puntos.

Por la misma razón que, desde este colectivo, se respeta la opinión y los saberes de todos sus miembros, resulta imprescindible valorizar la construcción histórica, sobre bases que entendemos democráticas, plurales y, sobre todo, reales. No es entonces por diferencias de símbolos, o colores, que La Poderosa no comparta su camino con algún colectivo que pregone una marcha hacia el mismo horizonte. La única profunda diferencia ideológica que puede impedir el devenir del entretejido de fuerzas parte de la concepción de aquellos que entienden a la historia como una variable de ajuste optativa y a quienes la han edificado como vulgares bienes del capitalismo, a los que finalmente terminan renunciando, justamente por haberlos aceptado como adornos de esa vidriera mercantil. Reconstruyendo la manipulación evidente de la figura del Che, desde su moto y la ruta que representa su ejemplo, como ejemplo de tantos ejemplos, no tomamos su malversación en aras del capitalismo como una buena razón para abandonar la historia de nuestra lucha, sino que absorbemos esa promoción para llenarla de contenido, con los pies en el barro, todos los días. Sólo así, nos sentimos dueños de una identidad invulnerable a mezquindades, propias y ajenas; dueños de una identidad que nos representa a todos los que buscamos, hacia adentro y hacia afuera, esa coherencia guevarista que nos imponemos día a día.

Fidel y Martí.El horizontalismo extremo que pregonan los colegiados en pregonar no hace más que abrir las puertas al camino incipiente que conduce a la parálisis orgánica forzada; un destino utópico para tantos subconscientes, y otros tantos conscientes, que aspiran en la mayor de sus revoluciones a guardar la lucha en la cubetera para sentarse a mirar televisión; aunque ésa no resulte una opción para quienes no ¿gozan? del ¿beneficio? de la ¿luz?

No es necesariamente la lucha armada en otra coyuntura, ni la crisis financiera actual, la que nos obliga a reivindicar a Cuba, como símbolo de tantos pueblos, y al Che, como símbolo de tantos Che, sino la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Tal vez eso, nos encuentre en el camino con Galeano, Benedetti, Santoro, Saramago, García Márquez o Cortázar, por nombrar sólo a los militantes de letras que reconocen, reivindican y jamás hubieran negociado esa misma historia. De ellos, los grandes medios multinacionales y monopólicos bien se han encargado de difundir sus preciadas piezas literarias, sin poner el eje en su mirada tantas veces directa, tantas veces nítida, sobre Cuba, sobre el Che, sobre todo lo que expresan Cuba y el Che. Y aun así, aquí nos hemos fortalecido con el brillo de esas miradas.

Pensando un movimiento amplio seguimos encontrándonos, vecinos de diferentes barrios, de diferentes realidades, acá, en la cancha, que no se parece en nada a una biblioteca hermética o a una universidad cerrada en su propio reality show. Del otro lado, estará siempre vigente la opción de eludir compromisos, sin rendir cuentas a los compañeros y a la propia historia que se dice reivindicar, para jugar a la militancia con los ojos cerrados. Habrá quienes elijan no mirar. Y habrá también, sin dudas habrá, quienes opten por un horizontalismo estático, que se parece bastante a la siesta. Para divertirse “todos por igual”, elegirán un día que ninguno toque la pelota. Pues bien vale remarcar que los goles en equipo se hacen pateándola.

La memoria.Tal vez no hayamos podido expresar todo lo que quisimos decir, en este texto. Y quizá mañana no podamos redactarlo mejor. Pero por suerte, o por algo que no tiene nada que ver con la suerte, elegimos un sol que amanece, cada día, cargado de historia. Y justo ahí, lo vimos. Encandilados por la intensidad de su vida, por la irrealidad de su muerte y por la genialidad de sus líneas, tomamos y volcamos este párrafo histórico, de Rodolfo Walsh: «Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las demás cosas”.

 

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