Podría decirse que es un hombre bueno, o que es mejor, que es muy bueno, pero Osvaldo Bayer, desde que empezó a entender cómo funciona el mundo, ha llenado sus 82 años de lucha contra el poder opresivo y represivo del civilizado occidental, del terrateniente y del patrón. Los ha llenado de una historia que, en libros, en cine y en diarios, denuncia la violencia de la Historia que construye monumentos, que le pone cara al billete más grande y le da nombre a nuestros pueblos y calles. Podría decirse que es un hombre muy bueno, pero sería injusto, una reducción de lo que son los hombres que luchan toda la vida: imprescindibles.
Afirma y reafirma que “la verdad histórica siempre triunfa”, y lo hace porque milita por eso. Como docente, desde un aula, una asamblea o un medio de comunicación, nos explica por qué son la misma historia la resistencia frente a los militares expropiadores y exterminadores de pueblos originarios, como Roca o Rauch; la rebeldía patagónica que dio 1500 vidas por reclamar condiciones dignas de trabajo a los grandes latifundistas de la Sociedad Rural que se quedaron con el Desierto generado con su Campaña asesina; y la organización asamblearia vecinal que, por ejemplo, en Floresta decidió cambiarle el nombre a la plaza que la dictadura de la desaparición y la tortura sistemática bautizó como Coronel Ramón Falcón, el mejor oficial del general Roca, quien en 1909 ordenó la masacre contra los 70.000 obreros que se manifestaban el 1º de mayo exigiendo el tope de 8 horas de trabajo. No casualmente cuando resolvió una asamblea y no un gobierno genocida, la plaza se denominó Che Guevara: “Se quitaron los carteles con el nombre del asesino de obreros y se puso el del luchador latinoamericano“. Y aunque hace dos años, el Gobierno de la Ciudad osó reponer el cartel oficial del oficial represor, la reacción de la asamblea lo obligó a retirarlo.
Estamos del mismo lado de esta línea histórica, cuando poblamos nuestros barrios con los nombres y las ideas de quienes identifican a las asambleas poderosas, para hacer presente la verdadera historia, la que se pretende convertir en cáscara desde la propaganda mercantil y la que se busca borrar desde la imposición autoritaria. Son estos referentes los que nos marcan el camino de enfrentarnos a “cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo”. Por eso, Osvaldo, te definís así: “Yo soy un hombre que no cree en las divisiones, las internas me destrozan, mi sueño es la unión de la izquierda. Yo no hago ninguna división entre socialistas, comunistas, trotskistas, anarquistas o peronistas de izquierda. Los considero a todos esforzados luchadores. Lo que dijeron Marx, Trotsky, Lenin y Bakunin, entre muchos otros, lo dijeron en otras sociedades y contextos. Ahora el capitalismo tiene otras armas, y hay que lograr la unidad”. Y esa unidad debe ser democrática porque “todo tiene que conseguirse en la libre discusión y en la asamblea. El mundo se ha complicado muchísimo para seguir creyendo en eso, pero sí se puede alimentar el debate, favorecer la discusión y respetarse, resolver las cosas por lo menos por mayoría y no por un pequeño núcleo de dirigentes y ahondar paso a paso el socialismo. Por ejemplo, recomendar las cooperativas como alternativa al capitalismo es fundamental. Y lo que han logrado las cooperativas en el mundo con sus gobiernos surgidos en asambleas es notable, saben repartir las obligaciones y los productos. Tenemos que aprender de todos”.
De todos vamos aprendiendo y en los barrios poderosos las decisiones las tomamos en asamblea, por consenso absoluto. Y mirándonos a la cara, argumentando y convenciéndonos, vamos decidiendo cómo queremos transformar nuestros barrios sin aceptar la historia que desde afuera se nos pretende imponer. Con el Fútbol Popular fuimos aprendiendo a decidir entre todos y a repartir las obligaciones y los productos, y entonces germinaron las cooperativas de fútbol y de alimentos, para nutrirse mutuamente y regar a las que van a seguir floreciendo con el mismo objetivo: combatir el desempleo y la explotación, apostando, a la vez, al fortalecimiento barrial.
Así aprendimos del fútbol, lo que aprendieron con el tiempo los anarquistas y socialistas de principios del siglo XX, que se alarmaban porque “en vez de ir a las asambleas o a los pic-nics ideológicos, los trabajadores concurrían a ver fútbol los domingos a la tarde y a bailar tango los sábados a la noche. El diario anarquista La Protesta escribía en 1917 contra la ‘perniciosa idiotización a través del pateo reiterado de un objeto redondo’. Comparaban, por sus efectos, al fútbol con la religión, sintetizando su crítica en el lema: ‘misa y pelota: la peor droga para los pueblos’. Pero pronto debieron actualizarse y ya en la fundación de clubes de barriadas populares aparecieron socialistas y anarquistas. Por último, los viejos luchadores -ante el entusiasmo de sus propios adherentes ideológicos frente al nuevo juego- resolvieron cambiar de actitud y llegar a una nueva conciencia: practicar el fútbol, sí, porque es un juego comunitario donde se ejercita la comunicación y el esfuerzo común; pero no el fútbol como espectáculo, que fanatiza irracionalmente a las masas”. También podría decirse con Osvaldo Bayer: practicar el fútbol, sí, pero el Fútbol Popular, que es construir educación y poder popular. Y no sólo en Buenos Aires, Tucumán y Córdoba, sino levantar, además, la Patagonia rebelde, comenzando por Chubut.