Estos tres caminantes, con idéntica suerte, ya se han hecho gigantes, ya burlaron la muerte. Un sombrero en alto cubre la espada de uno y el fusil del otro, bajo el sol radiante de una América Latina que, por aquel camino, por este camino, no presenta fronteras, ni alambrados. Pues a Bolívar y al Che, el puente sandinista los une y nos une, imponiéndonos un rumbo a la sombra natural del sol artificial. Un vómito de coherencia sobre los marines imperialistas, que acechaban Nicaragua en 1926, le ofreció a la revolución cubana el antecedente certero sobre la viabilidad de echar a patadas a una invasión mercenaria, con el mismo timón que arribaría a Playa Girón. Y así, mil capítulos, mil experiencias, van hilando la historia bolivariana de la lucha latinoamericana, que empezó a escribir con la pluma sandinista sus tiempos guevaristas. Se partió en Nicaragua otro hierro caliente, porque el águila daba su señal a la gente.
Sin acceso a la educación formal, ninguna academia pudo amoldarlo, ni convertirlo en algo distinto de aquello que surgiera inapelable del veredicto inevitable del ejercicio de la praxis, en su gesta libertaria. Aquellos alegatos del Che Guevara para argumentar que el marxismo de la revolución cubana es producto de haber encontrado en nuestra experiencia el camino que Marx había previsto, servirán también para explicar que la concepción bolivariana de Augusto César Sandino no se formó en ninguna universidad, sino en interminables jornadas de trabajo como obrero agrícola en México o como mecánico de la United Fruit en Guatemala. Se partió en Nicaragua, otra soga con sebo, conque el águila ataba por el cuello al obrero.
Persiguiendo sus derechos, orgulloso de que en mis venas circule más que cualquiera la sangre india americana que por atavismo encierra el misterio de ser patriota, leal y sincera, se nutrió de doctrinas anarcosindicalistas, mientras le brotaba el socialismo entre relatos lejanos de la revolución bolchevique y brisas filosóficas de revoluciones europeas, que reforzaban sus propias conclusiones sobre aquellas discrepancias entre ricos y pobres, que debió sufrir y leer bajo la choza de paja que lo recibió en el mundo. No leía compulsivamente, pero adoraba las biografías, y más ésa, la de Simón Bolívar, ésa que sometía a prueba y contraprueba en intensos debates ateóricos, a-teo-ricos, sin dioses, ni ricos, que sostenía con estibadores y petroleros mexicanos, mientras respiraba el agrarismo mexicano por las fosas nasales de Emiliano Zapata.
Nada pedía a cambio de su lucha, el artesano de origen indígena, porque el hombre que de su patria no exige un palmo de tierra para su sepultura, merece ser oído, y no sólo ser oído, sino también creído. Cómo no oírlo, cómo no creerle al caminante del medio, cuya mayor honra es ser hijo de las clases oprimidas, porque sólo los obreros y campesinos lucharán hasta el fin. Pisando por encima las huellas de Bolívar, descubrió el camino para poder estirarlo, estudiando en vivo su propia obra como líder de la resistencia. Y así cursó hasta el último de sus días, luchando por Latinoamérica toda, en la antesala universal del fascismo, del nazismo y de la Guerra Civil Española, porque la senda ejemplificadora que decidió regar a conciencia no estaba sujeta a la coyuntura, ni a la benevolencia importada, ni a su propia supervivencia, puesto que el vínculo de nacionalidad me da derecho a asumir la responsabilidad de mis actos, en las cuestiones de Nicaragua, de América Central y de todo el continente de nuestra habla, sin importarme que los pesimistas y los cobardes me den el nombre que a su calidad de eunucos más les acomode. Se ha prendido la hierba, en todo el continente. Las fronteras se besan, y se ponen ardientes.
Frente a la claudicación de los líderes partidarios liberales, que habían alentado una causa Constitucionalista, pero traicionaron al pueblo y negociaron su soberanía al vencer a los conservadores, Augusto César Sandino entendió que la puja partidaria no estaba constituida sino por una bola de canallas. Tal vez por eso, decidió no canjear sus armas, ni su dignidad, por los mimos y las prebendas del titiritero universal. Yo no me vendo, ni me rindo, sentenció. Y se internó en la selva, mientras en las ciudades el clamor popular auguraba que cinco liberales más cinco conservadores suman diez bandidos.
Menos de 30 combatientes concientizados y los escasos ahorros de sus años como estibador, le resultaron suficientes al General de los Hombres Libres para retomar la misión bolivariana de renunciar a las mezquindades de las burguesías nacionalistas para librar la batalla verdadera, por la liberación de los pueblos de América Latina. Y así, las firmas de quienes sabían escribir y las huellas de quienes no, rubricaron el manifiesto sandinista. Ahora el águila tiene su dolencia mayor; Nicaragua le duele, pues le duele el amor. Y les duele que el niño vaya sano a la escuela, porque de esa manera, de justicia y cariño, no se afila su espuela.
Como prólogo de Guerra de guerrillas, el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, comandado por Sandino y multiplicado por miles de campesinos, encontró en las emboscadas, el ataque sorpresa, la retirada rápida, los senderos desconocidos, las copas de los árboles, los asaltos a guarniciones, las reservas de municiones, los combates cortos y los caminos más camuflados, las tácticas que le permitieron imponerse a la invasión estadounidense y a la Guardia Nacional de Nicaragua, una entidad premonitoria de lo que serían las hordas militares mercenarias adiestradas para sostener la dominación. No les fue bien a los soldados del imperio, aquella vez. Nada bien frente al pueblo nicaragüense, que alzó sus sombreros en 1933 para celebrar que Franklin Roosevelt, absolutamente forzado, debió retirar sus tropas, en lo que intentó vender como una “política de buena vecindad”.
El pacto de paz sirvió para desarmar al pueblo y allanarles el camino a los vendidos, rendidos, que años después recibirían con vítores a las sucesivas dictaduras de los Somoza. No sirvió, sin embargo, para acabar con él, ni con su ejemplo. El asesinato de Augusto César Sandino, por orden expresa del embajador estadounidense, Arthur Bliss Lane, permitió reflotar las violaciones de la Guardia Nacional contra el pueblo, pero no pudo impedir que los sombreros se alzaran otra vez en 1979, para despedir a la dinastiranía de los Somoza, ni que se volvieran a levantar en 2007, para recibir al sandinismo luego de un proceso eleccionario. Me recuerdo de un hombre, que por esto moría, y que viendo este día, como espectro del monte, jubiloso reía.
Cada día más grande, los grandes dirán que soy muy pequeño para la obra que tengo emprendida; pero mi insignificancia está sobrepujada por la altivez de mi corazón de patriota, y así juro ante la Patria y ante la historia, que mi espada defenderá el decoro nacional y que será redención para los oprimidos. Y aun cuando brote la voracidad capitalista entre la ambición despiadada de las United Fruits que parecen minar el siglo XXI, andará Nicaragua su camino a la gloria, porque fue sangre sabia la que hizo su historia, y porque un amplio horizonte de internacionalismo, en el derecho de ser libre y exigir justicia, no dejará de vislumbrarse nunca en el rumbo de la transformación al socialismo. Hacia allí vamos e iremos, tras el espectro que avanza para que avancemos, sin vendernos, ni rendirnos. El espectro es Sandino, con Bolívar y el Che. Porque el mismo camino, caminamos muchos más que tres.