La puta madre, que se lo extraña. Ni maldita sea, ni válgame Dios, ni la pucha, ni qué bárbaro. No: ¡la re puta madre!, que se lo extraña. Su cruzada por la reivindicación de las malas palabras sentenciadas sin juicio previo, en pleno congreso de la Lengua Española, partiendo de la injusticia fascista de haber naturalizado su maldad innata, hasta desembocar en el desmenuzamiento del porqué de la condena, argumentando su defensa y metiéndole el dedo en el orto a la Real Academia (ni en la cola, ni el upite, ni en el opi: bien en el medio del orto), no es más que la consagración de una obra que llevó una vida de militancia por lo auténtico, por lo justo, por lo lindo, por lo popular, por lo nuestro. El Negro construyó un imperio de principios desde trincheras de risa, que todavía se ríen, y se cagan de risa, como todavía miran los ojos del Che, como todavía canta la voz de la Negra. ¿Y qué decir de su platea intacta en la cancha de Central? Que la pagó. ¿Y del rincón impostergable con los amigos, en El Cairo? Que lo formó. ¿Y de Inodoro? Que nunca lo cagó. ¿Y de Mendieta? Que nunca lo meó. ¿Y de Boogie, el aceitoso? Que lo armó. ¿Y de Wilmar Everton Cardaña? Que lo enterneció. ¿Y del Viejo Casale? Que lo reencontró. ¿Y de este mail que Eduardo Galeano le envío a La Poderosa, para que nunca se muera el Negro Fontanarrosa? Que lo parió.
“Un día, charlando sobre mi amigo Julio Castro, yo le pregunté si él también era Dejao Estar. Me confesó que sí. Le gustaba llegar, le costaba irse. Y ahora lo estoy comprobando. El Negro era un Dejao Estar. Si sería Dejao Estar, que sigue estando”.
Ahí está el Negro, si Eduardo lo dice. Y si no lo dijera, bastaría con mirar alrededor, porque mucho más hondo que sus cuentos y sus genialidades, han calado sus principios y su simpleza. No faltarán esos que no lo vean por no poder mirarlo, pero serán los mismos obedientes de siempre, sordos para poder escucharlo, obnubilados en el acto de consumirlo. Ahí anda el Negro, para quien quiera verlo, si rompen la rutina de apenas leerlo. Ahí está, casualmente, hablando de los ñoños académicos:
Hoy, por escaparle a los libros, bien vale un control remoto, compañeros, que ahora viene inteligente, como el Negro lo anticipó.
Pero cuidado, que el televisor atenta contra el matrimonio, cuando está comprobado que es una fuente inagotable de emociones que, a lo sumo, varían.
Tampoco la falacia. Ya es innegable que, así como lo indican las pautas publicitarias de las empresas multinacionales con alto grado de responsabilidad social, la imagen lo es todo.
Porque, está bien, quizá antes la sociedad era un poco machista, pero actualmente la bijouterie, con la que él adorna a ella, da la pauta de la caballerosidad y la igualdad de género, inapelable.
Antes sí, mucho antes de la partida del Negro, sííí. Ahí sí, que la mujer era considerada un objeto y el hombre un depredador. Pero la silicona social ha resultado un gran escudo para el corazón de la dama.
Ojo: a no caer en el fatalismo, poderosos. Los crímenes pasionales que fomenta el consumismo televisivo y la obsesión privatista, incluso de propiedad humana, han derivado, sorpresivamente, en casos de tolerancia extrema.
Al fin y al cabo, será el arte aquello que nos catapulte a la cumbre de nuestro decoro, sobre peldaños de madera; pero que valen oro.
Pues la diversidad cultural es la plataforma del desarrollo verdadero, a pesar del diminuto lugar que le ha reservado la medicina al saber que la ciencia no sabe.
Al menos, el desarrollo tecnológico, tan bien visualizado por el sentido científico de Fontanarrosa, ha permitido el hallazgo de nuevas enfermedades, jamás detectadas por pueblos originarios:
A lo sumo, puede haber algún error de laboratorio, de esos impredecibles e inevitables, que de ningún modo podrían explicarse en la sobrecarga horaria que debe sostener un médico para poder subsistir.
Más vale el cerrojo científico para prevenir los males sociales, como el alcoholismo, que tan bien combate y gobierna este sistema siempre precavido.
Tal vez por la evidente eficacia del modelo, de aquel memorable ‘Que se vayan todos’, la política ha girado en torno a una ola de fanatismo inusual, que despierta a miles y miles de seguidores.
Incluso, en otra época, sucedía lo insólito: las bocas de urna favorecían siempre a la facción contratista de la encuestadora. Todo cambió, por suerte, como por arte de magia.
Entonces, finalmente, Negro querido, podemos celebrar, a un pueblo que se dice libre y se dice feliz, porque ha sabido mamar la palabra de la historia.
Algún día, Roberto Fontanarrosa, te recordaremos por todo lo que gritaste, lo que dijiste, lo que dibujaste, lo que hiciste, lo que creaste, lo que enseñaste, lo que escribiste, lo que leíste, lo que viviste, lo que luchaste. Pero todavía nos resulta imposible: te buscamos en el pasado y no te podemos encontrar. Tu obra está escrita hoy y está escrita mañana, porque la vigencia de tus ideas y la sencillez de tu sensibilidad amanecen impresas en nuestra cultura popular. Quizá por eso, Negro, tenemos planeado resucitarte cuantas veces haga falta, a lo largo y a lo ancho del espacio y del tiempo. Antes, eso sí, tendrás que haber muerto.