No es que el paisaje paradisíaco y el aire marino les despeje la cabeza. Los grandes pensadores, peques o no tan peques, no someten sus reflexiones, sus invenciones y sus ocurrencias al tiempo establecido para hacerlo, puesto que sus miradas, siempre combativas al adiestramiento sistemático que impone el foco de las pupilas obedientes, no marcan tarjeta. Por eso, nos descubren nuevas posibilidades de entendimiento todo el tiempo, en el barrio o en el viaje de fin de año, que bien podría interpretarse como viaje de inicio del año que viene. El primer encuentro de muchos con el mar y el reencuentro de otros, ya se está yendo y, además de sal en los ojos o fugaces raspaduras de toboganes en las piernas, dejará recuerdos imborrables, abrazos interminables, sonrisas de esperanza y algunas frases que nos permiten salir de la jaula del sentido único.
La expectativa de Bebo por conocer el mar se sentía en la madrugada del 26 en Zavaleta, mientras esperábamos que llegara el micro. Se sentía en su caminar para saludar a todos con el bolso cruzado sobre el pecho y en sus charlas con cada uno para anticipar a qué se iba a enfrentar cuando, finalmente, unas horas después conociera el mar y la playa. Cualquiera, simple mortal, destacaría la inmensidad, la potencia, la fuerza de las olas, los médanos. Pero Bebo no buscaba sólo un paisaje, apenas una postal, porque sabía bien que esas descripciones le escatimaban las relaciones humanas que tanto le interesan. El quería saber de otras inmensidades y de otro tipo de curvas que las formadas por los desniveles de arena. Y así, cuando alguien le pronosticó que se iba a volver loco cuando llegáramos al mar, Bebo respondió, como tanto gran filósofo, en forma de pregunta: “¿Por qué? ¿Hay muchas chicas?”.
Muy distintos eran los intereses de Nico, que en cuanto a chicas prefirió poner en práctica toda su actitud, persistente y optimista, en lugar de reflexionar sobre ellas. Comprendió que las diferentes miradas pueden dar cuenta más acabadamente del objeto de estudio y se dispuso a observar al mar desde su comportamiento y su relación con las personas. Así, minutos antes de llegar a Chapadmalal, cuando el micro tomó una curva en Mar del Plata y él volvió a ver las olas que pegaban contra la escollera, lanzó su argumentación para explicar el vínculo mar-persona: “¿Saben qué? El mar es re-siome. Siempre se está moviendo. Con esas olas… No se queda quieto y se la pasa tirándote”. Aunque no lo aclaró, seguramente su hipótesis se basó en un estudio de caso, el suyo propio de viajes anteriores; momentos en los que aparentemente le interesaba mirar de cerca el fondo de la orilla y sus caracoles, cuando en realidad había sido revolcado por el agua salada en movimiento y con tendencia a actitudes siomes.
La habitación de Kiki, a quien mencionar como filósofo sería una injusta reducción, no por su estatura, sino por la gran cantidad de virtudes y actividades que puede llevar a cabo, daba de frente al mar. Una tarde, cuando el sol caía, él se acodó en el borde de la ventana, contemplativo. Los ojos semicerrados, el puño en la pera y los labios unidos, levemente hacia delante. Nadie lo esperaba, pero estaba a punto de revelarnos un nuevo punto de vista, el de la relación entre el mar y las aves, mientras nos explicaba cómo llegó al concepto de Efecto marea: “Esas palomas que vuelan arriba del mar me parece que se marean, porque las estuve viendo: van volando, van volando y de repente, chuik, se caen de cabeza”.
La vuelta ya empezó. Ya empezó la vuelta a la mirada esperada, necesitada de mentes que echan luz clara sobre la realidad, como si el encandilamiento fuera la única manera de echar luz. Por suerte, Mocola nos enseñó que ése es sólo un intento de imponer una iluminación pretendida superior, la noche en la que se discutía si apagar o no la luz para dormir. Junto al interruptor y bajo una lamparita incandescente, Moco ni siquiera se planteó la posibilidad de apagarla. Sólo se limitó a sugerir que «sería mejor prender la luz oscura».
También empezó la vuelta a Buenos Aires y a Tucumán, y a Córdoba, y a Chubut. En el viaje habrá tiempo, siempre lo hay, de intercambiar estas nuevas perspectivas y dar otras vueltas a estas vueltas, para que tantas revueltas nos descoloquen, nos hagan viajar y nos mareen.