“Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra ‘madre’ era la palabra ‘madre’ y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas». Y así escribía, así vivía Cortázar. Así, revolucionó la literatura y desde ahí apoyó a la Revolución, a Allende, al sandinismo, denunció cada injusticia, cada movimiento imperialista sobre los pueblos oprimidos, y luchó porque recuperasen la libertad los presos políticos de las dictaduras setentistas.
En el camino de transformación del orden establecido de las letras, se encontró con que no debía limitarse a la transformación literaria. Porque el problema era todo orden impuesto, y su subversión era un solo compromiso: “En lo más gratuito que pueda yo escribir asomará siempre una voluntad de contacto con el presente histórico del hombre, una participación en su larga marcha hacia lo mejor de sí mismo como colectividad y humanidad. Estoy convencido de que sólo la obra de aquellos intelectuales que respondan a esa pulsión y a esa rebeldía se encarnará en las conciencias de los pueblos y justificará con su acción presente y futura este oficio de escribir para el que hemos nacido”. Comandó la revolución en las letras, desde el Largázar, tanto más preciso que Cortázar para referirnos al altísimo Julio, que desafiaba al nombre del padre; pasando por los cientos de anagramas que buscaban en los pliegues de las palabras y las frases significaciones que no venían de arriba, de ningún diccionario, o cementerio como le gustaba llamarlo; y por la exigencia de la participación activa del lector en el texto al punto de que tuviera que elegir por dónde empezar y por donde seguir; hasta la crítica desde la práctica a sus colegas que entendían a su oficio como elevado, necesariamente serio y alejado de la vida, ese escritor típico que “sentado asume la solemnidad del que habita en el Louvre tan pronto le saca la fundita a la Remington, de entrada se le adivina el pliegue de la boca, la hamarga hexperiencia humana asomando en forma de rictus que, como es notorio, no se cuenta entre las muecas que faciliten la mejor prosa. Estos ñatos creen que la seriedad tiene que ser solemne o no ser; como si Cervantes hubiera sido solemne, carajo”.
Entonces, la vida también estaba en sus libros. Y la ficción y la realidad social se fundían en sus novelas, que así seguían revolucionando la literatura y colaborando con la transformación del mundo: escribió el Libro de Manuel a partir de noticias de diarios y cedió los derechos de autor para la ayuda a los presos políticos; y para el movimiento sandinista los de Nicaragua, tan violentamente dulce. Aunque en un principio moldeaba y remoldeaba lo dado sólo en las palabras y creía que “la realidad debía culminar en un libro”, la Revolución no sólo cambió las condiciones de vida en Cuba, como sus consecuencias no se restringieron a la isla, también le cambió la vida a Cortázar. “El triunfo de la revolución cubana, los primeros años del gobierno, no fueron ya una mera satisfacción histórica o política; de pronto sentí otra cosa, una encarnación de la causa del hombre como por fin había llegado a concebirla y desearla. Comprendí que el socialismo, que hasta entonces me había parecido una corriente histórica aceptable e incluso necesaria, era la única corriente de los tiempos modernos que se basaba en el hecho humano esencial… la humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación del hombre por el hombre”. Después de que la Revolución le mostrara, a él que tantos nuevos posibles creaba, cómo ese camino era posible, no era difícil que creyera que “el libro debía culminar en la realidad”, y que la transformación no debía ceñirse a los contornos de la literatura: “La responsabilidad de nuestro compromiso tiene que mostrarse en todos los casos en un doble terreno: el de nuestra creación, que tiene que ser un enriquecimiento y no una limitación de la realidad; y el de la conducta personal frente a la opresión, la explotación, la dictadura y el fascismo que continúan su espantosa tarea en tantos pueblos de América Latina”.
Esa opresión en América Latina comenzó con los reyes españoles inquisidores e imperialistas, sus virreyes y «adelantados», que justificaron su tiranía en el designio de un Dios, el único, que buscaba imponer el orden, la civilización frente a un supuesto salvajismo: la Verdad. Tal vez sea por eso que uno de los posibles anagramas para Julio Cortázar sea Jura Cáliz roto, el juramento de romper ese cáliz que puede representar a cualquier verdad que se quiera imponer como única. Tal vez también sea por eso que sus iniciales coinciden con las de Jesús Cristo, para oponerse a la Inquisición y destacar el espíritu solidario y comprometido de JC.
Vivió con aquella conducta personal frente a la opresión hasta el 12 de febrero de 1984, porque si Julio hubiera muerto en julio, habría sido, casi, una imposición.