¿Cómo se hace para responder pacíficamente a cada avance impune de una maquinaria que funciona como relojito, pero sólo para cantarle la hora exacta a los descarados de siempre? A veces pareciera que cabe preguntárselo. A las autoridades tucumanas no les bastó con ser cómplices del ilegítimo, ilegal y asesino ataque con armas de fuego que el último 12 de octubre llevaron a cabo un terrateniente y dos ex policías, contra miembros de la comunidad diaguita Chuschagasta, quienes defendían su derecho ancestral sobre las tierras. Hace pocos días, la justicia provincial anuló la prisión preventiva de Darío Amín y Luis “el niño” Gómez, dos de los tres imputados por el asesinato del dirigente indígena Javier Chocobar y otros dos manifestantes. José Valdivieso, el tercer imputado, prácticamente nunca se enteró que lo era, a juzgar por su libertad desde aquel 12 de octubre. De esta manera, ahora los tres tienen vía libre para seguir intimidando a los Chuschagasta sin ningún impedimento.
Por si no fueran suficientes los atropellos de todo tipo que han tenido que enfrentar los comuneros, ahora se pretende sumar un nuevo capítulo a la historia de la impunidad y los oídos sordos. La irracional justicia provincial cree que los imputados recién liberados no representan una amenaza para la comunidad diaguita. Y así queda confirmado: la justicia no es ciega, sino tuerta. Con su único ojo, y empachada de decisiones turbias, hizo la vista gorda ante datos que no merecen demasiados comentarios. Luis Gómez es sospechado de haber sido represor durante la última dictadura e integrante del Comando Parapolicial Atila en los ’90, bajo las órdenes de Mario “Malevo” Ferreyra. Ah, y además es cuñado del actual Jefe de Policía de Tucumán.
Con un galopante cinismo por omisión, los grandes medios gráficos tucumanos optaron por priorizar los elogios del alemán Ballack a Maradona y la censura al comercial de cerveza que Paris Hilton grabó en Brasil. En La Gaceta no hubo siquiera una línea dedicada al avance del caso Chocobar. Al igual que las topadoras privadas que con el visto bueno del gobierno local destruyen sin miramientos los ecosistemas de tierras ancestrales, este silencio mediático intenta arrasar con la dignidad de las comunidades indígenas. Y así queda aún más en evidencia la importancia de luchar contra esas agendas masivas vergonzosas, movilizándonos y nunca callándonos cuando se trate de defender lo que nos corresponde. Lo peor que podría pasar es que atrocidades como el asesinato de un comunero ya no extrañen a nadie; la pasividad ante lo inaceptable es quizás una de las batallas más duras que debemos librar. Si continuamos siempre en movimiento y gritando, el ruido será lo suficientemente molesto hasta para el que no quiere escuchar.