18 marzo, 2010
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La patria fusilada

Por golpear la desidiar.“Si ustedes lo permiten, prefiero seguir viviendo”, había escrito. Esos dos primeros versos del poema, como eran La pura verdad, no podían ser verso aunque lo fueran. Ya en 1967 sabía que había quienes preferían no permitirle seguir viviendo. Ni a él ni a las decenas de miles que empezaban a matar y más tarde a desaparecer sistemáticamente, por pelear por un mundo más justo. Por denunciar los crímenes y torturas de un Estado que fusilaba a la patria, no sólo en la masacre de Trelew, sino también en Mendoza, cuando Paco Urondo daba su vida, por nunca resignarse a tener que callar lo que pensaba ni dejar de hacer lo necesario para llegar a “ver la revolución, el salto temido y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia”.

Tras acelerar a fondo lo mataron. Ya estaba herido y ya se había tragado la pastilla de cianuro para asegurarse de que en la tortura futura no comprometería a ningún compañero, pero igual le pegaron el tiro de gracia en la frente porque no podían aceptar que les dijera de frente que ellos eran responsables de la desgracia. No habían pasado ni tres meses desde el trágico 24 de marzo de 1976 cuando lo mataron. Por su poesía lo mataron. Por su periodismo lo mataron. Por su cine lo mataron. Por su pensamiento lo mataron. Por su militancia lo mataron. Por decirles que “nadie pudo negar que en este país, en este continente, nos estamos todos muriendo de vergüenza”. Por decirles que a él lo estaba matando la vergüenza; que lo estaban matando ellos, que son la vergüenza. Y que esa política de vergüenza ni siquiera era propia, era la política continental de América que transformaba su águila en Cóndor.

Buscó la palabra justa.Por buscar “la palabra justa” lo mataron. Y porque era justo, también con las palabras, su militancia estaba en toda su vida, en el periodismo, en el cine y en su poesía. “Poética en griego quiere decir acción -explicaba y demostraba-, y en este sentido no creo que haya demasiadas diferencias entre la poesía y la política”. Toda su vida les daba tanto miedo que prefirieron que no siguiera viviendo. Porque el Paco estaba dispuesto a dar la vida por sus ideales. Y tenía tal certeza de que lo haría, que decidió publicar sus Poemas póstumos cuatro años antes de su muerte. Sabía que no le permitirían seguir afirmando: “Mi confianza se apoya en el profundo desprecio por este mundo desgraciado. Le daré la vida para que nada siga como está”. Sabía que los asesinos anticomunistas y antisubversivos no le perdonarían las palabras que hizo nacer cuando se enteró de la muerte del Che: “Ya no se le pueden pedir órdenes a mi Comandante, ya no anda para seguir contestando, ya ha dado su respuesta. Habrá que recordarla, o adivinarla o Paco.inventar los pasos de nuestro destino”. Y, mucho menos, le perdonarían recordar y poner en práctica esa respuesta. Luchar para que la historia de la alegría no fuera privativa. Y para que la alegría pudiéramos ejercerla todos, había que pelear, hay que pelear, contra un sistema que alimentaba, y sigue alimentando, “la codicia, el miedo y otras mezquindades”, aunque él tuviera que andar “perdiendo amigos, buscando viejos compañeros de armas, queriendo respirar trozos de esperanzas, bocanadas de aliento; salir volando para no hacer agua, para ver toda la tierra y caer en sus brazos”.

“Tengo curiosidad por saber qué cosas dirán de mí; después de mi muerte”, había escrito. Y había escrito, en Del otro lado, que “la memoria nunca abandona”. Como siempre estuvimos de su lado, no abandonamos y decidimos recordarlo, escribir por él, trabajar por él y luchar por él. Es por él y por miles de otros compañeros que estamos acá. Estamos acá con él y con miles de otros compañeros. Porque, igual que él, preferimos que siga viviendo, aunque otros no hayan querido y sigan sin quererlo.

Llueven los versos del Paco.

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