Se acordaron del atletismo, pero se olvidaron de la memoria. Se acordaron de los profes de aerobic, pero se olvidaron de los profes de historia. Se acordaron del diálogo para frenar nuestras banderas, pero se olvidaron del diálogo para impartirlo desde la UCEP. Se acordaron de publicar que “fue la más exitosa Carrera de Miguel” porque fueron 5 mil personas, pero se olvidaron de aclarar que fueron para repudiar las políticas de Derechos Humanos del Gobierno de la Ciudad. Se acordaron de sus amigos, los medios interesados y los periodistas descerebrados, pero se olvidaron de que, ahora, existe La Poderosa.
Hubiera dado vergüenza, si no hubiera dado asco, la gacetilla del gobierno macrista que pretendía adjudicarse la memoria de Miguel para camuflar, o al menos pintarrajear, su tan nítido uniforme de imperio antipopular. “La Carrera de Miguel representa el compromiso permanente del Gobierno de la Ciudad con los Derechos Humanos”, anunció un cable amarillo, con la electricidad de la picana metropolitana, como si todos nosotros viviéramos en otro universo, como si no tuviéramos la espalda marcada por los palos de la UCEP, como si no conociéramos a Posse y su Führer, como si no reprimiera a la memoria la reivindicación del Fino Palacios, como si no necesitáramos el hospital Lagleyze, como si no resistiéramos en la Villa 31, como si no padeciéramos la ausencia del SAME en Zavaleta, como si no fuera pública la degradación de la salud y la educación, como si no amaneciéramos en emergencia habitacional, como si Puerto Pibes siguiera abierto, como si Andrea Bruzos no fuera la reina del reino más cruel en la historia de Niñez, como si Miguel no estuviera acá, mirando, indignado, con qué impunidad intentan profanar su memoria.
No bien se extendió el cable oficial del Gobierno de la Ciudad autoproclamándose artífice de la Carrera y de los Derechos Humanos frente a los que, cada día, corre a contramano, la voz de La Poderosa salió al cruce, para tranquilizar a Miguel y para anunciar que sólo habría una Carrera de la memoria este año, el 21 de marzo y en la provincia de Buenos Aires, no en Capital. Allí fuimos, con más de 200 chicos de todos nuestros barrios; con un ómnibus de tela, para recordar que por Miguel se corre en colectivo; con más de 2000 banderines, para destacar que por Miguel se corre todos los días; con más de 400 globos de gas, para elevar una bandera que buscara a Miguel; con 12 carteles explicativos de cómo se corre a diario desde el trabajo comunitario; con una bandera de cada barrio participante de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Chubut; con muchos bombos; con muchas canciones; con mucha memoria. El 21 de marzo, corrimos por Miguel, para Miguel y para 30 mil compañeros más.
Desde ese escenario, esa mañana, Elvira Sánchez, hermana de Miguel, reivindicó la militancia en La Poderosa y Martín Sharples, corredor de fondo y guevarista de fondo, llamó a la reflexión: “Hay que ir a la Carrera de Macri, el 28, para decirle todo lo que no quiere escuchar”. Pensábamos faltar. Pensábamos no ir. Pensábamos que, como Miguel no iría, nosotros no debíamos ir. Pero las palabras de Martín refrescaron el debate. Y entendimos que, si bien Miguel no iría, Miguel se hubiera defendido, como se defendió aquel 8 de enero de 1978, cuando un grupo de tareas de los socios de los Macri lo arrancó de su cuarto, con su bandera y su libro firmado por Rodolfo Walsh. Ahora, Miguel no puede defenderse. Y la impunidad es tan grande que su lucha y su vida pueden ser expropiadas y empleadas para reivindicar insólitamente las políticas que enfrentó hasta desaparecer.
No. No podíamos permitirlo. Y no lo permitimos. Todos los que fueron a la Carrera de Miguel, organizada por los amigos del Fino Palacios, saben muy bien que no lo permitimos. La largada no estuvo presidida por el Subsecretario de Deportes, Francisco Irarrázaval, como publicaron todos esos medios que levantan cables sin arrimarse siquiera al periodismo, sino que estuvo precedida por un forzado silencio oficial y por una bandera de 8 metros que pintamos todos nosotros. Sí, todos nosotros: “Fino: ¿por qué no vino Miguel?”. Atrás, no había un cartel, ni dos, ni tres. Cientos de pancartas exponían los argumentos del escrache. Decenas y decenas de carteles bien podrían haber expuesto los insultos del alma o el dolor de Elvira, que por algún motivo eligió estar en la Carrera de Bariloche y no en la de Macri. Pero no. Mejor, elegimos exponer nuestros argumentos, y recordar junto a Miguel de qué se tratan los Derechos Humanos. “El nazismo en el macrismo está en Posse”, “El límite entre el fascismo y el macrismo es Fino”, “Macri, el 24 no te vi”, “Miguel corría por los barrios que Macri quiere correr”, “En esta carrera, no se avanza por derecha”, “Yo corro al hospital, porque en mi barrio no entran las ambulancias”, “¡Corran, corran! Emergencia habitacional”, “Miguel no hubiera privatizado la Niñez”, o “Macri, en la Carrera de Miguel, el desaparecido sos vos”, fueron sólo algunas de las insignias que La Poderosa instaló en los lagos de Palermo, ante la desaparición inmediata y sorpresiva de todos los funcionarios Pro, que asediados por el fervor popular, por la denuncia de la incoherencia o por las voces de sus conciencias, eligieron no tomar el micrófono ni una sola vez en toda la mañana, en contraposición a lo que habían anunciado en la gacetilla oficial. Lógico. No es Miguel Sánchez el Miguel que representa las políticas de derechos inhumanos que impone el Gobierno de la Ciudad. Quizá sí, un tal Miguel Etchecolatz.
Lamentablemente, muchísimos medios digitales, que se dicen alternativos, sólo alternan entre la indignidad y la estupidez. Blogs, portales y ediciones digitales, como Ciudad 1, viven de reproducir sin proceso la información que reciben de las oficinas de prensa de los grandes grupos económicos, y entonces no fueron informados del cambio de planes, que se vivió en la realidad real, con poco eco en la realidad virtual: publicaron que sí había hablado el Subsecretario de Deportes, Francisco Irarrázaval, y el de Derechos Humanos, Edgardo Berón. No, no. Anoten este dato, de los corresponsales que sí madrugamos para estar ahí: ningún funcionario macrista se animó a decir ni una sola palabra. Una lástima, que no se hayan enterado de nada, como seguro no hubieran “sabido nada”, de haber existido 34 años atrás. La impunidad de la inexistencia es un privilegio que enaltece a muchos, e incluso a muchos bien posicionados a la izquierda de la ultraderecha, como el diario Página 12, que tantas veces nos enorgullece, con sus columnas de Eduardo Aliverti, la inmensidad de Osvaldo Bayer y su contracorriente al Grupo Clarín, pero que no por eso se hace acreedor de nuestro silencio. Penosamente, el diario de Sokolowicz eligió publicar la pegatina de carteles que La Poderosa expuso en toda la Avenida de Mayo el 24 de marzo, con las tapas miserables de Clarín, Gente, La Nación y El Gráfico durante la dictadura, pero omitió mencionar que habían sido firmadas por un colectivo anónimo y popular llamado La Poderosa, tal vez por considerar a este reducto de la comunicación alternativa un verdadero espacio independiente, que hoy no duda en aseverar que debieran sentir vergüenza de haber escrito la Carrera de Miguel, en un recuadro pedorro y sin haber estado ahí. Ni La Nación, ni Clarín: Página 12 afirmó en el suplemento Líbero de esta semana, lunes 29 de marzo, que “el Subsecretario de Deportes porteño, Francisco Irarrázaval presidió la largada y la llegada en el Rosedal”. Queda dicho: no fueron a la Carrera de Miguel y refritaron la gacetilla del Gobierno de la Ciudad, como se refrita una suprema de pollo. Tal vez por lo mismo, se les olvidó mencionar a La Poderosa en su edición del 25 de marzo. Y tal vez por lo mismo, nosotros elegimos no delegar nuestra voz, ni nuestra memoria.
Poco a poco, militantes sociales de otros colectivos y la Escuela número 7 de Berazategui, Ernesto Che Guevara, se sumaron a la pacífica marea de remeras pintadas a mano, que argumentaban la manifestación popular en Palermo, entre atletas, bombos, luchadores, y canciones: “Vea, que cosa más fulera, que mal hacés memoria, mejor hacé veredas”, “Somos corredores de la Carrera de Miguel, y también, de los palazos de la UCEP”, “Ole ole, ole, ola, pobre Mauricio no pudo venir, no te hagas problema, somos 30 mil”, “Mire mire que locura, mire mire qué emoción, qué diría el ingeniero si Miguel le hablara de revolución”, “A fuerza de exclusión, se agranda la brecha, Miguel nunca corría para la derecha”, “No se cansa, no se cansa, no se cansa de correr, no se cansa Miguel Sánchez, de volver a aparecer”.
Una canción más se improvisó antes de la largada, cuando Martín Sharples, chofer de Miguel y el Che Guevara en su silla de ruedas, se puso de pie para hacerle frente a un policía que afirmó: “Miguel está muerto”. Diez segundos después, llegó Miguel, con decenas de corredores que rodearon al imbécil para entonar unas estrofas que desde hoy sonarán en la Justicia: “Hay un pobre policía, que se llama Coronel, y su número de chapa, es 14.323”. Ni olvido, ni perdón, decía la remera con la que Martín corrió por Miguel, como corre todos los años. Pero este año, por primera vez, no pudo subir al podio, porque el Gobierno de la Ciudad eligió convocar a tres corredores importados, sólo para bajar del escenario a la ideología de Martín, que es la ideología de Miguel. No pudieron. Mientras uno de los ganadores sostenía en alto el cartel que sugería “Macri empezá a correr, que Miguel va a aparecer”, Sharples fue el encargado de hacer justicia en el micrófono y, ante el silencio de los menos inocentes, criticó al gobierno fascista, antes de hacernos emocionar: “Los 30 mil están presentes en todos los luchadores sociales que siguen haciendo lo que ellos hacían, y por eso quiero entregarle a La Poderosa la remera con la que corrí para los 50 años de la revolución cubana”.
La remera ya es un cuadro. Martín también. Todos nosotros lo somos. Y entonces mejor que se olviden, que tan bien les sale. Mejor que se olviden de apropiarse de nuestra memoria, que no descansa en las infames huestes de ningún multimedio. Mejor que se olviden de apropiarse de Miguel, que ya bastantes problemas tienen con haberse apropiado de Felipe y Marcela. Mejor que se olviden el delirio de subir al escenario para enjuagarse con Miguel, la política más cruel. Ojo, igual, estamos de acuerdo: fue la edición más exitosa de la Carrera, porque nunca antes había quedado tan claro qué cosa representa Miguel. Y qué cosa no. Ojalá lo entiendan también los medios de incomunicación, que se acordaron de la Carrera, pero se olvidaron de Miguel.