Sólo le pidió a su arte un favor inadmisible: «Condenar la barbarie de occidente, con la mayor claridad posible». Contra toda forma de dictadura, recicló elementos para descifrar «la arquitectura de la locura», esa demencia que nos impuso la moral, «para que todo nos parezca normal». Y cuando los fanáticos religiosos visitaron su obra, maravillosamente la atacaron, «pues así, en realidad, la completaron». Vivo, muy vivo hasta los 92, decretó que «el sexo es un homenaje a Dios». ¿Pero qué buscaba el tipo, provocando al mundo hasta exasperarlo? «Arte, política, crítica corrosiva o como quieran llamarlo». Podríamos llamarlo revolución, pero no está mal que lo llamemos León. Hasta siempre, León.