18 diciembre, 2013
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La historia sin fin

¡Kevin, presente!

Cada fin de año, la economía del rebaño nos impone un balance, para actualizar la jerarquía de sus pasajeros en trance. Unos se excitan franeleándose los bolsillos y otros se inundan en sus pasillos, frente a la desoladora playa de un verano que nunca estalla, porque la desigualdad no descansa, donde la dieta de cotidianeidad no viene con panza. ¿Dónde está el careta que inventó la balanza? Porque aparte, salvo que hablemos de arte, ¿cómo se les ocurre pesar cual fetas de fiambre las pesadumbres de la droga, la muerte o el hambre? Y aún sobre esa idea mal parida, ¿quién carajo dispuso las unidades de medida? Seguro haya sido algún dios abogado, que lucra con el morbo del reino equilibrado, ¿pero cuánto pesa Luciano Arruga en ese supermercado?

Si la platea impone balance, los boludos vamos a tirarnos un lance, soltando amarras para naufragar por los códigos de barras, bajo la ola de impotencia que crece cuando simulan que termina el 2013. Pues nuestro consenso asambleario desconoce la autoridad del calendario y el proceso cíclico que refresca la impunidad, para que cada enero parezca una novedad. Contra el legado de la dictadura, el terror y el monopolio de la blancura, intentamos mejor que te choques con López, porque las desapariciones no son un «costo», ni una quimera del orden natural: sin Julio, no hay agosto, ni tampoco balance anual.

Sólo inflando el peso de las poesías, se pueden repasar estos 365 días, pero eso no significa que vaya a terminar el año, ni que toda la mierda se pierda en el baño. ¿O acaso se olvidan del último verano? Todos luchamos por la salud del sueño bolivariano, porque sabíamos que esa enfermedad sin criterio podía lo que no pudo el imperio, pero Maduro nos invitó a su país para ratificar que nadie cortó la raíz. Y así como salimos de contraataque, con nuestro pequeño almanaque, salimos a negar el absurdo de un Chávez abandonado por la suerte o por los eternos abriles que honran a todo revolucionario: ¡Al carajo la muerte, Capriles y el calendario!

Con mucho huevo, aquel 5 de marzo comenzó nuestro año nuevo. Y esa impronta bolivariana, el 24 nos encontró en caravana, pegando otro grito de corazón: «¡Civiles cómplices, a prisión!». Porque el sol no se merece trabajar para el poder, ahora duerme a las sombras Carlos Pedro Blaquier. Y aunque no logramos que nos dejen de llamar malvivientes, al menos se puso en duda quiénes son los bienvivientes, que no fueron, ni serán los especuladores, ni los que hacen política en los ascensores… Cuando están arriba escupen al que se les canta, cuando están abajo piden piedad y, cuando se encuentran en la misma planta, pierden la memoria a espaldas de la sociedad. Sólo así se puede ser feliz celebrando que llegó wifi, con aplausos de pie, aunque aún existan sitios donde no llegó la w. ¿Cuándo se pagan los retroactivos de esas deudas tan evidentes? ¿Qué día vencieron los competitivos a los competentes?

Lejos, bien lejos de quemar etapas, llevamos décadas destapando cloacas, sin noticias a la vista, pero eso no invalidó nuestra fuerza asambleísta, que no logró aún imponer avances sustanciales en materia de viviendas sociales o infraestructura, pero nos paró de manos frente a los puntales de la mano dura. ¿Se acuerdan cuando todos marchaban por la legalización? Este año, marchamos para que legalicen la urbanización. ¿Y cuando le daban entidad a Cecilia Pando? Este año, atacó a Barcelona y la sacamos cagando. ¿Y cuando nos decían que los presidentes sólo tenían tiempo para la gente rica? Este año, tomamos mate en la chacra de Pepe Mujica. ¿Y cuando nos bardeaban por hacer «ronditas» en un potrero cada semana? Este año, viajamos a La Habana, invitados por la Revolución cubana. ¿Y cuando nos decían que la militancia no cambiaba la matriz? Este año, llegamos a 15 asambleas en todo el país. ¿Y cuando sostenían que la política apartidaria siempre cumplía una función servil? Este año, la CIDH nos llevó al foro de Brasil. ¿Y cuando América TV decidía hasta dónde subir los niveles de la demonización? Este año, en Nápoles, se replicó el modelo de esta organización. ¿Y cuando Macri creía que podía licuar la Carrera de Miguel? Este año, corrimos todos menos él. ¿Y cuándo se reían de cómo escribimos? Este año, rimamos lo que hicimos con lo que dijimos. ¿Y cuando nos aseguraron que, sin publicidad, cualquier revista se iría a los caños? ¡La Garganta cumple 3 años! Y entonces, ¿por qué deberíamos creerles que se termina el 2013, si nunca nada es lo que parece? Ni «Halloween», ni «Santa» van a pincharnos con la aguja que desde siempre nos impuso la rutina: nuestros barrios llevan pilas de América Latina.

A la balanza, hay que agregarle peso en la mal llamada «práctica socio-comunitaria», al servicio de una teoría que no es social, ni comunitaria. Partiendo de esa contradicción, la «extensión» nos propone que un brazo ajeno se ocupe de la integración, sin hacernos parte de ninguna decisión. Pero desde la voluntad de nuestros focos, entendemos que la facultad no es propiedad de unos pocos y que, así como docentes y «no docentes» tienen su representación, los estudiantes y «no estudiantes» debemos ser parte de esa construcción, ya que nos parece una cagada pensar la inclusión como meta de llegada, como si mientras tanto los bobos no fuéramos parte de la vida: la universidad de todos es un punto de partida. ¿O hasta cuándo nos van a vender una carrera que el pueblo no puede correr?

A esa misma balanza, hay que agregarle peso en la base que no entra al Congreso, mucha más influencia de los referentes comunales en las transformaciones estructurales. Porque la villa no puede seguir siendo la coartada de los que pescan sus votos usándonos de carnada, para luego señalarnos en la resaca de su propia ebriedad, mientras las cámaras se filman unas a otras, en el «contexto de peligrosidad»… Si nos comemos esa galletita, estamos al horno: ¡No hay una puta camarita que haya agarrado un soborno! ¿Se imaginan qué maravilloso sería? ¡Una cámara de seguridad en cada comisaría!

A esa misma balanza que nos descansa, hay que agregarle peso en la comunicación autogestiva, con una ley de medios gráficos que habilite otra perspectiva. Por lo pronto, «Maxi y Wanda», mata pibes en banda. «Fort, sin funeral», mata reforma judicial. «Evelyn y Doman»… ¿Por qué nos toman? Promocionan al pobre que mejor se calla, simulando que nos dan pantalla, cuando en realidad siempre manda la perversidad de los mismos tipos: te tiran la camiseta, pero ellos arman los equipos. Avanzan contra la corriente, aislándose de la gente, regando individualismos y condenándose a que nadie los salve de ellos mismos. ¿Pero cómo se puede ser tan obediente en apariencia y, en el acontecer, tan arrogante? Ser independiente, en relación de dependencia, debe ser alucinante… Pues el problema con las empresas privadas, no es que digan pavadas, sino que deforman la opinión pública con sus manos, operando con sus mediáticos neurocirujanos. Por eso, bancamos la Ley de Medios que entre todos supimos escribir, pero ahora falta hacerla cumplir, porque no alcanza con elegir para qué patrón mentir.

Equilibrada la prosa, no pretendemos más que desbalancear la cosa, para reivindicar al espíritu crítico de La Poderosa, porque nuestra Garganta no escupe a ningún dios, pero vomita 200 años de pueblos sin voz. Y entonces nos lame los genitales si, para los intelectuales, no alcanzamos el piné o si el chamuyo de la tele propone hablar del vitel toné, porque sentimos orgullo de estar balanceados en nuestra propia realidad, aun sin pan dulce, ni cajita de navidad. ¿O cuánto pesa la muerte de Kevin, escrita sobre un papel? Bienaventurados ustedes, si creen en Papá Noel.

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