9 junio, 2014
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¡Salimosss!

¡Salimosss!Todos a mil, con la sangre galopando al compás del tamboril, aterrizamos en el aeroparque 4 horas antes del embarque, sin el aliento de ninguna barra quilombera, pero con el acompañamiento de toda la Carpa Villera, que sigue en pie de lucha por derechos esenciales, en sintonía con 14 enviados especiales, que viajamos al Mundial para romper este silencio sepulcral. ¿O ustedes dudan que nos haremos oír? Por lo pronto, ayer no pudimos ni dormir, porque esta tremenda experiencia no entiende de paciencia, ni de nada que tenga que ver con la almohada. Desvelados, por no decir tremendamente cagados, aparecimos reunidos en el hall de los arribos a las 4 de la mañana, como una marcha de sonámbulos en caravana, cargados de tensión. Y no por la pasión, ni por la emoción, ni por el debut de la Selección, sino por nuestros propios debuts arriba de un avión, porque Jessica, Roxana y Core levantaron vuelo por primera vez, para salir en busca del Mundial que no ves, ése que está donde no llega la ola, ni la bola, ni la estética de Coca Cola. Pues a tres horas de haber llegado, ya pudimos ver uno y otro lado, el iluminado y el oscuro, que literalmente está detrás de un muro. De hecho, para que nada se mida con la misma vara, en vez de pared metieron una mampara, con dibujitos de muralistas que simulan ser una cartelera para chiquitos de las escuelas, cuando en realidad es una barrera, entre las autopistas y las favelas. Sin agenda de notas a la carta, acabamos de llegar a Santa Marta, una favela pacificada de Botafogo, desde donde decidimos comenzar nuestro desahogo. Lejos de sus tapas y cerca de estas chapas, entre los pasillos estrechos que unen a los que luchan por sus derechos, subimos a nuestra casa en el cerro, con una voluntad de hierro, que no se rifa, ni se deja silenciar: hola, FIFA, ¡vinimos para gritar!


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