19 junio, 2014
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¡Vamos la Celeste!

¡El Padre Mujica de la Celeste!

Con la poderosa conciencia que nos dio la más dolorosa experiencia que vivimos, jamás confundimos al fútbol con la guerra, aunque pensar en Inglaterra implique recordar a esas almas argentinas que perdieron la vida en las Islas Malvinas. Desde la cultura villera, intentamos correr al dolor de la rivalidad futbolera, que por supuesto la hay, a contramano del amor que sentimos por Uruguay. Y entonces no atravesamos ningun discusión, para definir nuestra posición: le moleste a quien le moleste, ¡hoy vamos con la Celeste! Desde la favela, estaremos gritando por La Vela, por el Enzo y por ese presidente inmenso, que una tarde nos recibió en su hogar, para compartir unas horas que jamás vamos a olvidar… Sin entrevista pautada, ni cita acordada, ni nada de lo que el protocolo indica, un día caímos en la casa del Pepe Mujica, donde habita su historia, su memoria y el futuro de la conciencia universal, porque el presidente villero se caga en la burocracia y en todo bien material. Vive normalmente, junto a su esposa y su mascota, con tiempo suficiente para tomar mate o para darnos una nota, desde esa sensibilidad prodigiosa que le permite subirse a La Poderosa, en una campaña que desatará la revolución anfibia: “Te pido un mar, un mar para Bolivia”. Parando la pelota en un planeta que gira a mil, le atribuye a la clase media las revueltas en Brasil, sin negar la desigualdad de esa sociedad, atravesada durante años por un manoseo inmundo: “Es uno de los países más injustos de la tierra, en el continente más injusto del mundo”. Desde la ideología y la gestión, le pone ladrillos a nuestros sueños de urbanización: “Si podés brindarle una casa humilde a una madre abandonada, no podés cobrársela, porque no tiene nada”. Como quien sabe desandar esa senda de reconstrucciones humanistas, brega por el respeto a las luchas indigenistas, dado que “todavía nos falta ser menos gringos, menos europeos y menos racistas”. Así, dejando en off side a los obsecuentes, asegura que “la democracia no es para ser iguales, sino diferentes”. Pura coherencia, pura dignidad, “pues para ser idénticos, no precisamos la libertad”. Siempre poniendo el cuerpo, sin esconder el corazón, resistió con los Tupamaros, como batalló por la legalización, aunque le tensionaran la soga, “porque el narcotráfico es mucho peor que la droga”. Y tras el acercamiento de Uruguay a la Alianza del Pacífico, nos transmitió tranquilidad para la Argentina, “porque la decisión es ocupar todos los espacios donde se discuta la integración de América Latina”, desmintiendo las especulaciones que avizoraban a nuestros países divididos: “Entramos ahí, para darle batalla a los Estados Unidos”. Con acuerdos y diferencias, bancamos a José porque es una masa: “Cuando era joven quería cambiar al mundo y, ahora, la vereda de mi casa”. No debe haber precedente de un acceso tan directo a un presidente, porque un domingo a la noche nos atrevimos a embarcar y el martes a la mañana estábamos desayunando en su hogar. Que no es una mansión, ni tampoco un sucucho: “¿Pobre? Pobres son los que necesitan mucho”.

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