No está aquí, tratando de colarse en la cola. Y tampoco por ahí, auspiciada por Coca Cola. No está acá, saliendo de la imprenta. Y tampoco por allá, dirigiendo la reventa. ¿Pero quién dijo que la pelota está perdida? La tipa anda divertida, jugando a la escondida con los caretas, para que nunca la puedan encontrar, todos los proxenetas que la quieren explotar. Porque esos tickets que de entrada te volaban la peluca, en la zona liberada ahora valen una luca, a manos de los revendedores que aparecen por todos lados, controlando sus precios descuidados. Alta tarifa para entrar al mundo FIFA, donde todos ponemos los ojos y el corazón, cada vez que nos toca alentar a la Selección, porque el fútbol nos emociona, nos apasiona y nos hace delirar, por encima de los giles que nos tratan de hipnotizar. Y entonces desde este humilde medio villero, renovamos nuestro compromiso con el potrero, donde el fútbol no lastima, porque construye autoestima, con una lógica inversa a la dinámica perversa de la guita y el mercado, que siempre nos tira detrás de un alambrado. Corta la mecha para el juego de la derecha y sus tácticas de mierda, incluso cuando nos ataca por izquierda, aprovechando los pensamientos laterales de ciertos intelectuales, con coeficiente elevado y gran investidura, ¡que jamás entendieron al picado como parte de nuestra cultura! Desde raíces enterradas bien abajo, hoy brota un pétalo en cada gajo que no vamos a deshojar, porque no tenemos nada que preguntar: si nos quieren o nos odian nos da exactamente igual. Pues el fútbol no tiene final, y tampoco es una novela… Cuando quieran encontrarlo, ¡pregunten en la favela!