Casi de madrugada, hoy arrancamos rumbo a otra favela pacificada, porque en Villa Cruzeiro se siguen regando las raíces del suelo latinoamericano, desde el mismo potrero que regó la infancia de Adriano, ese gran delantero del fútbol brasilero que se volvió embajador de su pueblo villero, gritando goles en todos los países, sin que nadie pudiera arrancarlo de sus raíces. Invitados por sus propios amigos, cazamos nuestros abrigos y salimos hacia allá, para vivir esa fiesta que jamás llegará al Maracaná. Y que nadie se asombre si la guardería tiene su nombre, o si encuentra su cara en cualquier barrilete, porque aunque debió partir a los 17 para sumarse como refuerzo latino al calcio italiano, no hay un solo vecino que no lo sienta “un hermano”. Pues la guita jamás lo dejó preso, ni lo alejó de la cancha “Orden y Progreso”, donde se formó como jugador, llenándose la panza en un comedor. Por esas cosas de la vida, ahora le toca llevar la comida, vestido de futbolista, de comentarista o de lo que sea… Total, no lo hace para que alguien lo vea, ni para vender un ídolo de papel, sino por un compromiso comunitario: como él, la mitad de los pibes no terminó el secundario. Sin foto para el diario, ni pose con disfraz, busca la cámara y le pasa por atrás, “porque él comía acá como todos los demás”, cuando nadie quería hacerle una nota y “ni siquiera era el mejor jugando a la pelota”. De físico grandote y salidas delirantes, padeció al garrote y a los narcotraficantes, intentando disfrutar en cada grito de su infancia, sin caer en el delito, ni en la arrogancia. Un día, discriminado y hasta investigado como el malo de la novela, lo buscaron en Italia y lo encontraron en la favela, tirando paredes por estos pasillos que la prensa sólo pisa en informes amarillos. A partir de todo eso, alterando el orden que detiene al progreso, elegimos mirar el partido con su ranchada, donde el Mundial cambia todo y no cambia nada, porque en esta barriada no hay una coartada, sino una esencia verdadera que arrastra mucho barro en los pies… Por esa resistencia villera, ¡somos locales otra vez!