Cruzando la frontera que establecieron para la cultura villera, no sólo logramos pisar por primera vez tierra brasilera, sino también acceder a la máxima plataforma universal de las multinacionales que explotan cada Mundial. Porque aunque el país se defina por sorteo o por medio de una rifa, la verdadera sede siempre termina siendo la FIFA, que comprime al mundo en un solo segundo, lo reduce, lo conduce y lo estruja, desechando todo lo que no entra dentro su burbuja. Leyes FIFA, idioma FIFA, seguridad FIFA y precios FIFA, desprendidos totalmente de la naturaleza local, conforman la atmósfera de ese recorte absolutamente parcial, donde miles de turistas y periodistas se presentan como visitantes, en un país que en realidad no existió nunca antes… Pues alborotado por esa invasión, la inmensa mayoría del pueblo anfitrión no tiene más platea que su propio sillón.
Como bajado de las altas esferas de algún otro planeta, el OVNI de la FIFA traza las fronteras de su imperio careta, para que nunca nadie pague la cuenta, porque al final del Mundial esa burbuja revienta. Total, luego de 4 años se inventa otra vez, entre alabanzas para los reyes que habían abdicado en el reino del revés… Ni demonio, ni asesino serial, el fútbol es tan sólo un patrimonio cultural, que no les pertenece a los dueños de la impunidad, sino a toda esa humanidad que resiste sus atropellos, aunque la bocha siempre la tengan ellos. Fanáticos como otros, como pocos, como nosotros o como locos, muchos brasileros laburantes consiguieron entradas para partidos importantes, pero al final debieron negociar su lado futbolero para cambiarlas por entradas de dinero. ¿Por qué? Porque aun estando alambrados todos esos compartimentos vedados para buena parte de la sociedad, que no los puede disfrutar, la Copa representa una oportunidad que todos quieren aprovechar.
Y sí, por aquí sólo salpican algunas gotas de las fortunas que se llevan los dueños de la pelotas, pero eso no resulta indiferente para la economía emergente de barrios históricamente sometidos a la postergación, que están intentando meterse en la discusión, porque si esas obras grandiosas pueden hacerse para los Mundiales, “también podrían edificarse más hospitales, más escuelas y más oportunidades para la gente de las favelas”. A ese grito que les hace temblar las costillas, nos sumamos desde las villas, porque todavía son demasiados los buitres internos y externos que regentean los mercados. Y si no, fijate qué precios más descuidados…
Entrando a Ciudad de Dios, con 6 reales vos comprás una gaseosa familiar y te devuelven alguna monedita: en la zona para alentar, no te alcanza para una latita. ¿Mejor una agüita? En cualquier bolichón, te cobran 2,25, salvo en la «fans zone», que cuesta cerca de 5. ¿Ahorrás, porque fumás? Hay un paquete por 6, pero en el Maracaná vale 16. ¿Una carnecita asada? Garpás 12 en la barriada, 6 menos que en la zona liberada. ¿Y no te podés ir sin llevarte un gorro? Sale 10 abajo del morro, pero como si nadie se diera cuenta, en la cancha se vende a 70…
Aun amparados por la ley, habría que hacer algo a nombre del fair play, porque los grandes beneficiados aún están habilitados para entrarnos de parados, justo en esas áreas tan relevantes donde no dejan definir a los vendedores ambulantes. Y tal vez a muchos les parezca que se está jugando muy bien, pero acá nos seguimos preguntando: ¿Ganancias para quién?
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