7 mayo, 2015
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Contra toda violencia institucional

Nunca sabemos, ni tampoco calculamos, si los gritos que pegamos caerán bien o caerán mal, pero lamentablemente sabemos de qué hablamos, cuando hablamos de violencia institucional. Desde la A hasta la Z, desde Arruga hasta Zavaleta, tenemos la desgracia de encontrarla a cada rato y conocerla por experiencia, sin ajustarla a ningún relato, ni a ninguna conveniencia. Porque no, la yuta que nos tiró, de nada sirve la indignación que los enerva, ni esas palabras fuertes o combativas, cuando la reacción se reserva para muertes selectivas. Pues acá no hay margen para el “fallo dividido” y tampoco para la falacia, mientras Facundo Rivera Alegre siga desaparecido en democracia, tan desaparecido como estuvo Luciano, después de ser enterrado por la mafia del conurbano. Porque sí, se pone dura la mano, en el eterno resplandecer de la hipocresía: todos prometen más poder a la Policía. Pero qué picardía, a nadie le interesa averiguar cómo carajo la piensan gobernar. ¿Qué frecuencia o qué canal transmite esa disputa? Quien calla la violencia institucional, también la ejecuta.

¿O de qué hablamos, cuando hablamos de violencia institucional? Hablamos de una razzia generacional, amparada por la impunidad policial, en el reino de la inmunidad judicial. De los crímenes que esconden las emisoras de la estigmatización, adentro de las topadoras que vienen con cámaras de televisión. De esa huella de bota que marca cada paso de José Manuel De la Sota, por los barrios que nunca ves, a las sombras del Código de Faltas cordobés. De todo ese vicio que te invita a fumar Mauricio, cuando viste de smoking a la Metropolitana, para que le quede bien la picana, aunque igual le quede mal. De las pistolas que no resuelven el déficit habitacional. De todas las detenciones que habilita la Ley de Contravenciones en Tucumán, para que no se sientan tan solas las represiones de Gildo Insfrán, ni los palos que nos dan en Rosario, como si los narcos no mantuvieran sus negocios estrafalarios… Lejos, bien lejos de nuestros barrios.

Hay muchas verdades que ignoramos y mil veces seguro la pifiamos, pero el silencio no lo negociamos, cuando se trata de vidas humanas, ni ante los canas, ni ante nadie que nos quiera correr por izquierda, porque a todos nos hizo mierda la dictadura, pero la muerte de una criatura no se puede ocultar, a nombre de ningún poder popular. ¿Si no salió en el 13, no te parece? ¿Si no salió en Visión 7, cerrás el ojete? ¿Y si sale en TN? A nosotros nos chupa un huevo a quién le conviene, porque la cosa se puso jodida de verdad, mientras el silencio jugaba a la escondida con la lealtad. Pues la política es válida en todas sus formas y ojalá tengamos siempre infinitas plataformas, pero las Fuerzas de Seguridad no son marquesinas de publicidad, ni boletas cortadas: son bandas organizadas que debemos desbaratar. Y más vidas pagaremos, cuanto más tardemos en despertar. Más conciencia, más discusiones. Hablen de violencia. Y de las instituciones.

¿O de qué hablamos, cuando hablamos de violencia institucional? Hablamos del discurso berreta que llevan por todos lados, desde Rodríguez Larreta hasta Scioli, Berni y Granados, cuando cuentan los fierros secuestrados a las banditas, mientras arman uniformados como conos de papas fritas. De peones que cobran para evitar abusos de autoridad, pero están regulados por sus patrones desde un Ministerio de Seguridad. De esa supuesta tranquilidad de hierro, que sólo se toma 6 meses para darles un fierro o una licencia para matar, a esos tipos que controlan los que nadie puede controlar. De esas balas canallas que rebotan contra las pantallas, cuando vuelve la discriminación que nunca se fue, para señalarnos como el ampón que nunca abatió la placa de Crónica TV. De una voz poderosa en las antípodas de Fernando Espinoza, que jamás atendió a la familia Arruga y que ni siquiera debió darse a la fuga, puesto que no hubo tantos dispuestos a preguntar. De las esponjas que absorben el presupuesto y las historias que hacen temblar.

Desde tal o cual gobierno, mensajero del cielo o vocero del infierno, la lucha desarmada contra la violencia institucionalizada impone una condición: ¡Ninguna especulación! Con libertad, todos podemos elegir hasta dónde decir, un poquito de verdad y otro tanto de acrobacia, parece ser el juego que propone con naturalidad esta democracia. Y bienvenido el disenso como puente al nuevo consenso, a la opinión de los otros, al grito que no oímos, al mismísimo desencuentro o al “nosotros discutimos puertas adentro”. ¿Quién puede subestimar o desestimar cualquier propuesta política? Gorda, flaca o raquítica, toda posición presupone una visión, un punto de vista o una opción electoralista… Pero hay una variable que no entra en la lista, les guste o no les guste: los Derechos Humanos no son variable de ajuste, ni ayer, ni hoy, ni mañana; ni con la provincial, con la federal, ni con la metropolitana. Nada de olvido, nada, ni un poco. Y nada de perdón, ahora tampoco.

¿O de qué hablamos cuando hablamos de violencia institucional? Hablamos de sueños acribillados a los 9 años, de personas que viven como rebaños, de una abuela que sigue esperando la urbanización, de esa escuela que sigue esperando a Gastón. Del tiroteo que mató a Kevin en Zavaleta, cuando se esfumaron todos esos fantasmas con escopeta. De voces que los crían y Fuerzas que los juntan, bestias atroces que primero tiran y después preguntan. De vidas que se pierden en un solo segundo, así como se perdió la vida de Facundo, aunque su madre había visto ese árbol torcido e incluso lo había advertido, pero recién fueron a cortarlo cuando ya se había caído. De la violencia social y de la muerte de Pascual, otra víctima de la desigualdad, en esta Ciudad con el techo tan corto que no pudo cobijarlo… De ese SAME del orto, que jamás entró a buscarlo.

Ahí se forma el quiste, ahí nace la “desgracia”, ahí está lo importante: no existe diplomacia militante, si las Policías avanzan sobre la desigualdad, desde adentro o desde afuera de cualquier destacamento, valiéndose de las garantías que ofrece el silenciamiento. Porque cuando el “costo político” que acecha confluye con la “seguridad” que reclama la derecha, la indiferencia social sepulta la problemática real, bajo el gran dispositivo policial que custodia las entradas del teatro… Al Día Contra la Violencia Institucional, le faltan 364.

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