A Kiki Lezcano, lo arrancaron de la Villa 20, lo metieron adentro de un patrullero, lo vaciaron de humanidad, lo encomendaron a la violencia institucional, lo pintaron jodido, lo ensuciaron públicamente, lo enterraron como NN, lo privaron de ser adulto, lo desaparecieron dos meses del mundo, lo devolvieron como cuerpo, le dictaron la pena de muerte y lo condenaron a la impunidad policial.
A su madre, Angélica, le arrancaron un hijo, la metieron adentro de un infierno, la vaciaron de paz, la encomendaron a instituciones violentas, la pintaron irracional, la provocaron públicamente, la enterraron en la marginalidad, la privaron de ser querellante, la desaparecieron 6 años de las noticias, la devolvieron a los gritos, le dictaron la pena eterna y la condenaron a la impunidad judicial.
A Daniel Santiago Veyga, el oficial que lo mató en su auto, lo arrancaron de la cárcel, lo metieron adentro de un tupper, lo encomendaron a Dios, lo pintaron divino, lo enjuagaron públicamente, lo enterraron en el silencio, lo privaron de ser humano, lo desaparecieron 6 años de la ley, lo devolvieron como ciudadano, le dictaron su propia defensa y nos condenaron a todos nosotros.
¿Se escucha?
La lucha es aquí y ahora.
“A Kiki lo parí, pero él me parió a mí como luchadora”.
A Kiki Lezcano, lo arrancaron de la Villa 20, lo metieron adentro de un patrullero, lo vaciaron de humanidad, lo encomendaron a la violencia institucional, lo pintaron jodido, lo ensuciaron públicamente, lo enterraron como NN, lo privaron de ser adulto, lo desaparecieron dos meses del mundo, lo devolvieron como cuerpo, le dictaron la pena de muerte y lo condenaron a la impunidad policial.
A su madre, Angélica, le arrancaron un hijo, la metieron adentro de un infierno, la vaciaron de paz, la encomendaron a instituciones violentas, la pintaron irracional, la provocaron públicamente, la enterraron en la marginalidad, la privaron de ser querellante, la desaparecieron 6 años de las noticias, la devolvieron a los gritos, le dictaron la pena eterna y la condenaron a la impunidad judicial.
A Daniel Santiago Veyga, el oficial que lo mató en su auto, lo arrancaron de la cárcel, lo metieron adentro de un tupper, lo encomendaron a Dios, lo pintaron divino, lo enjuagaron públicamente, lo enterraron en el silencio, lo privaron de ser humano, lo desaparecieron 6 años de la ley, lo devolvieron como ciudadano, le dictaron su propia defensa y nos condenaron a todos nosotros.
¿Se escucha?
La lucha es aquí y ahora.
“A Kiki lo parí, pero él me parió a mí como luchadora”.