20 febrero, 2016
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La vuelta al mundo en 24 horas

Antes de parir una idea o una canción, antes de morir por una asamblea o una organización, antes del almuerzo o la cena, antes del esfuerzo que valga la pena, antes de un protocolo bendito, antes de la sangre que se volvió grito, antes del hambre o las ganas de comer, antes de indicarnos en qué cosa creer, antes de hacer la Revolución o la patria liberada… Antes de la urbanización, nada.

Y no, mujer, esta movilización no será como debe ser, porque esta invitación en yemas de malón que la escribe como un cuento, empezó a caminar en la odisea del silenciamiento. Cuando no sabía saber, cuando todo era urgente, cuando no tenía nombre, cuando el genérico de mujer naturalmente era “hombre”. No conformes con marchar 24 horas sin zanahoria, esta convocatoria viene a gritar que todavía huele a prehistoria el imperio de la inequidad, esa verdad que germinó una falacia en el vientre del mercado, para que la democracia lavara los platos del patriarcado.

Y no, lectores, para qué tanto rosa si sobran colores y todos los Hombres Nuevos se hicieron por etapas: a estas líneas les sobran huevos, pero les faltan cloacas. Y no, chabón, el dorso de nuestra convicción no ofertará como cotillón al cuerpo del Che, ni al torso de “una mina”: para entender el por qué, están las Venas Abiertas de América Latina. ¿Y entonces esta prosa qué pretende? Tal vez una cosa que no vende, una protesta pragmática, una propuesta poco dogmática o una cronología de la hipocresía que pintó el dibujito de la inseguridad, desde la superioridad de algún escritorio, mientras tantos se medían el pito relojeando otro mingitorio.

Sobre la tierra del egoísmo, donde cualquier hijo de yuta abre una tienda de progresismo, la lucha villera no aceptó ser la estrategia de una empresa, ni el culto a la pobreza, ni el ancla de la prosperidad, ni la industria de la necesidad, porque la reivindicación de la organización popular que supo resguardar la esperanza apenas equilibra la balanza de la difamación que se cocina girando como un pollo, mientras la estigmatización se vuelve la usina del subdesarrollo.

Ni la miseria, ni la histeria, ni la impotencia, ni la prepotencia representan los cimientos de las familias obreras, donde la alegría y la rebeldía supieron cavar sus propias trincheras, evitando que se manipularan las valoraciones fidedignas que hacen a la humildad, para que otros especularan con las condiciones indignas que deshacen a la humanidad. Nadie saca chapa de pobre, nadie escapa del cobre y, aun en los extremos de la diversidad, en realidad somos todos más o menos lo mismo. Nosotros no celebramos la precariedad. Pero tampoco el individualismo.

Y qué linda se pondría esta cursilería de cartón, si ahora pudiéramos hablar de teoría, en vez de hablar de Gastón. Qué maravilla sería tenerlo acá sentado, como si la villa no fuera dinámica de lo impensado, dinámica de lo que no quisieron prever, dinámica de lo que debimos hacer ayer. Hoy, en cualquier segundo que arde, nos vuelve a cambiar el mundo de la mañana a la tarde, por el terrorismo del oficinismo. Y por ese egoísmo que, sin ismo, se llama ego, como ése que dejó caer a Gasti en un pozo ciego, partiendo a su hogar como si fuera un trueno, porque le tocó nacer en la Rodrigo Bueno. Le tocó ser negro y villero. Le tocó la espalda de Puerto Madero.

¿Quién tiene jurisprudencia? ¿Habrán atacado al Servicio de Emergencia? ¿Culpa de la Ciudad o culpa de la Nación? Culpa de cada inconsciente que piensa este renglón, porque este sistema de mierda nos quiere puteando al técnico que pierda, pero ya pudimos advertir hace rato que todos juntos estamos perdiendo el campeonato. Porque la seguridad de ninguna persona se resuelve con palos y balas de goma. Ni con gases, ni “haciendo las paces”. Ahí, el núcleo del meollo: hace falta discutir la inseguridad en Desarrollo, para que la práctica de la Policía no se pueda escapar hacia la irracionalidad del misterio, abandonando la teoría. Y para que algún puto día, la inseguridad se discuta en el Ministerio de Economía.

¿O tenemos anteojos bifocales? Las malas ideas también son inmortales. Murieron muchos genocidas, pero no sus ideales, que todavía revolotean en las instituciones que cascotean el pensamiento y el sentido común que nos arrastra como el viento. Por eso, porque no alcanza con Etchecolatz preso, nosotros volvemos a pedir pista a grito pelado, con nuestra gente y con nuestra voz, contra la lista del supermercado que preparó Martínez de Hoz.

Desde ese legado atroz, cada 24, sin escapatoria, volvemos a desandar nuestra memoria y nuestra identidad, para echarle claridad a esos informes escritos bajo la luz de nuestros fueguitos, entre cloacas rebalsadas de resistencia y desobediencia que, por algún curioso motivo, no se destapan en ningún archivo. Pues todos esos grupos de tareas que invadían las aulas y las asambleas en cualquier secundario, en cualquier local partidario o en cualquier entidad gremial, avanzaron con total impunidad sobre la militancia barrial, montados en sus temores y sus topadoras, para borrar las huellas de luchadores y luchadoras. Pero no, no pudieron con la cultura villera, ni con la primavera que sobrevivió a esos tormentos y despojos, ni con la madera que dejaron los violentos desalojos… A casi 40 años, ni olvido, ni perdón, ni prohibido, ni resignación, ni un carro servil cargando a la villa: renaceremos 30 mil, de otro barro y otra costilla.

A conciencia, copamos las calles como un eterno sacrilegio a la inocencia, pero no para competir por el infierno, ni por el privilegio de la supervivencia. Somos lo que hicimos para cambiar lo que otros querían que fuéramos. Y sí, somos los mismos negros que éramos, reclamando todo eso que nos prometió el derecho: un miserable techo y una letrina que no venga como propina para la paz, perfumada por la orina de todos los demás. Porque no, esas veces que cortamos los carriles de la invisibilización, no estábamos pidiendo dos chapas y un colchón, ni más lamparitas de bajo consumo. Estábamos pidiendo que dejaran de vender humo, tras el telón de la cana. ¿O por qué pedimos “integración urbana”? Kevin no hubiera perdido su infancia, de haber contado con una ambulancia en su barrio natal, la misma ambulancia que le negaron a Pascual en la Villa 31, por esa arrogancia que mató a Facundo en la 21. Asesinado por la negligencia y “un árbol que seguro se caía”, fue víctima de la indiferencia igual que María, muerta a los 5 también por villera, por haber nacido en la Costanera y por haber padecido un incendio de los habituales, en la tierra donde “está prohibido ingresar materiales”.

¿Por dónde quieren empezar? Urbanizar no se trata de “controlar” la infraestructura, ni de maquillarla con un cacho de cultura, sino de recomponer el derecho a la vida, que todavía sigue estando prohibida para buena parte de la población, ésa que además tiene restringida la franja preferida de la televisión. Panelistas altas, panelistas bajos, panelistas rubios, panelistas morochas, panelistas bobos, panelistas piolas; varios de cada uno. ¿Panelistas pobres? Ni uno.

Corrida esa manta y ese sueño a contramano, ya nada será lo mismo: la marcha será otro grano en la cara del periodismo. Y aunque vivamos demodé ante tanto cinismo, al menos vamos a ser el acné del periodismo. Con los deditos, más las manitos, más los piecitos, más los pasitos que daremos por todos lados, seguiremos agigantando el poder de los silenciados, para que nos dejen de mandar inspectores góticos o granaderos de la novedad, como si fuéramos factores abióticos, en los criaderos de su morbosidad. ¿Y el protocolo de la libertad? Les caiga bien o les caiga como el orto, nuestro recorrido seguirá quedando corto y no se va a terminar, mientras nuestras voces reclamen su legítimo derecho a circular, porque nuestra historia no morirá sin pena ni gloria en un pasillo, ni en el próximo renglón. ¡Hasta la victoria! Y hasta el último ladrillo de la urbanización.

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