6 mayo, 2016
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El amor es más fuerte

Cuando te sangren de tinta los ojos y los dedos se caguen de risa de tu patria potestad, mientras vos seguís dictándole como un pelotudo a un teclado sordo, frente a la mente en blanco de una pantalla que te mira encandilada, asustada de tu boca deformada y vacilando al ritmo del llanto que ceba el mate lavado, sin sal. No creen en el Gauchito, pero te creen tan gil como para no percibir que te pican los pies, negros, descalzos, fisurados, con las uñas largas para rasguñar las piedras de la tumba que los parió. Y ahora andás clavado ahí, con el pecho desinflado, tan lleno de vacío que hasta tu alma se toma el palo, para no verte convulsionar y dar vuelta por fin los ojos, en la epilepsia postergada de la universidad. ¿O hasta dónde pensás que pueden resistir las ménsulas de una mandíbula que tiembla de frío y de hambre? Tu ventana está rota y tu otra ventana ni siquiera está. Se tomó el palo, deprimida, cuando a la puerta despintada le pintó la depresión, al saber que ni siquiera tenía dirección. Y que para colmo de capitales, padecía la peor epidemia en los caños de la humanidad: cien años de soledad.

 

Salí de tu casa, escupí al temor y hacé una plaza sobre el féretro de dolor, para que vuelen los niños, esos ídolos con pies de barro, de mucho barro. Y los otros, en el cielo. Pero hoy no los busqués, porque hasta las nubes se ponen de culo, para empujarte a esa cama con esposas que no te dejan escapar, que no te permite soñar y que encima te quiere televisar. Te está viendo, abrazando a una pared que no te abraza. No tiene cómo, ni tiene por qué. Es una pared, dura, fría, porosa, verde, húmeda, pero se puede raspar con las manitos, así o así. Y es el juguete preferido de la bebita que vive ahí.

 

Apenas tiene un cuadro de Dios, un dios sin empleados que puede con casi todo, pero no puede arreglar esta letra “q” que no funciona, no anda. Todas las que leés aquí han sido ilegalmente robadas, cortadas y pegadas de cualquier texto que Internet abandonó por ahí, como a tantos. Es lo que hay. Un teclado con capacidades diferentes, una pared que no sabe ni abrazar, una estufa trans que emana frío y un enchufe tan miserable que, recién, mató la electricidad. ¿Se te cortó la luz a vos también, Isidro? No, Isidro tiene luz. ¿Y a vos, Lidia, se te cortó la luz? No, Lidia tiene luz. Sólo acá, la luz hizo paro, justo ahora que no te estaba importando una mierda si le importaría una mierda a cualquiera lo que estabas escribiendo. Y justo cuando te vas a quejar de la desdicha, pensás en Chicha y te tirás a dormir. Las pelotas, te levantás de la cama y te vas a escribir.

 

Con las bermudas cayéndose, porque las lágrimas y las sábanas sin selva adelgazan, te calzás las medias rotas que estaban tiradas por ahí. Y por fin, ese electroshock literario rompe en mil pedazos la resignación de la depresión, para estirar las rodillas y correr con distintas zapatillas hasta algún enchufe. Hasta alguna luz. Rezando, siempre rezando, porque en Zavaleta hay que rezar para que justo caiga un chofer del 188 con ganas de frenar. Y frena. Gracias al dios de la pared, frena. ¿Pero mirá si el apagón borró el texto? Al bajar en Parque Patricios, se larga a llover, llueve, todo el universo conspira en tu favor, pero hoy debe haber tenido algún plan mejor. Le hacés frente y entrás a un Havanna, aunque te vendan como “Súper”, “Largo” y “Grande”, a los cafés grandes, medianos y chiquitos. Sin metáfora: los chiquitos en Havanna, no existen, como en el mundo real. De Habana Vieja, ni hablar. Pero de guapo nomás, entrás, así, con la gorrita y sin bajarte la capucha, para que te miren bien mirado los que todavía ven nublado. Calma, igual calma: si tenés computadora, seguro no vas a robar. Ahora, miran a la morocha que acaba de entrar.

 

Contando monedas para el café, entrás, por necesidad y urgencia. La necesidad de vomitar todas estas letras basadas en derechos reales. La urgencia de escribir sobre la meritodesgracia, sobre chimeneas de lata, sobre baños sin inodoro, sobre paredes de cortinas, sobres cocinas sin gas, sobre pan con pan, sobre sonsos con sponsors, sobre el mate de Neli o sobre el chipá de Mirta, que les harían pasar vergüenza a estos Lattes Especiales, con Ciabatta Multicereal de jamón crudo.

 

Y un poco de olor cafés no muerde tu lengua, no, que bien sabrá disparar electricidad, en la oscuridad. Cuando la rabia vacune, cuando el olvido recuerde, cuando el perdón sea imperdonable, cuando fundas amigos, cuando confundas enemigos, cuando oxiden las mejillas, cuando rompan el dique del bigote, cuando los labios se vuelvan manantial, cuando el miedo empiece a toser, cuando los dientes tiriten sin morder, cuando escuches un perro ladrar, cuando el perro esté adentro de tu paladar, cuando salgas empetrolado de pobreza, cuando la cloaca entre en erupción, cuando la lluvia picanee la chapa, cuando las pastillas se caigan por la alcantarilla, cuando el alcohol grite su gol, cuando el arquero caiga al pozo ciego, cuando el paco se meta en puntitas de pie, cuando te duela una cara sucia, la cara sucia de adultez, cuando la suciedad te contagie, cuando el contagio te contagie otra vez y cuando sientas que no vale la pena vivir, nunca te olvides que todavía te falta escribir, abrazar a la familia que supiste conseguir y extirpar todas las letras malignas que te hicieron inyectar. Ahora, si leerlo les da mucho trabajo: no te calientes, que no llegaran hasta acá abajo. Pero cuando la vida se ponga dura, fumá literatura. Y si tenés esta suerte, esta suerte de poder matar a la muerte, mirá, mirá, mirá sin parpadear a esa personita que te hace volar, quizá dormida en su cunita, quizá llenita de llenar. Y entonces sí, cuando tu armadura sienta el más profundo dolor, no busques ninguna cura: te va a salvar el amor.