13 mayo, 2016
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La mala educación

Damas y caballeros, solemnes ensayistas de los ecosistemas villeros que investigan como rupestres fenómenos biológicos, sometiendo a revisión sus fundamentos epistemológicos, rogamos acepten la cordial propuesta de analizar científicamente los paradigmas de esa moral impuesta por dogmáticos y catedráticos, desde las teorías doradas que iluminan las condiciones socialmente determinadas, sin socializar las determinaciones condicionales, que determinan los condicionamientos sociales.

 

Bien, nos propusimos escribir un primer párrafo que no entendieran todos, para atrapar la atención del tribunal moral de modos. Porque somos malísimos repitiendo lo que otros dijeron, pero somos muy buenos apagando el humo que nos vendieron, así que no esperen citas de los autores que citaban pensadores, que citaban Dioses, que ahora citan los profes. No, no tenemos un gran bagaje teórico acumulado, ni la diplomacia de la burocracia con aire acondicionado. ¿Está mal? Ni siquiera sabemos qué carajo significa el índice Merval, el Ibex o el Riesgo País, pero sabemos que han meado durante años el problema de raíz: todavía seguimos esperando los caños que se lleven el pis. ¿Y saben qué? No van a lograr que los tratemos de Usted. Porque mientras sigan imponiendo sus prioridades a nombre de la educación, ser unos maleducados seguirá siendo nuestra mejor opción. Tal como cuando abrimos La Garganta en Zavaleta, desobedeciendo a los que cagaron al periodismo en todo el planeta, ahora pateamos los manuales de la necedad ante la santidad de sus ahorros, esa “realidad” que nos prefiere pibes chorros.

 

Shhh, cállense, degenerados, atrevidos, indocumentados, ¡están evidenciando la educación decadente! No, estamos diciendo que la moral miente, porque no hace falta ningún doctorado para darse cuenta que la academia sigue siendo el semillero del mercado, un pedazo de infraestructura donde los excluidos pueden ir cada tanto a dar ternura. ¿Y a dar cátedra? Nooo, qué locura.

 

Muy bonita la revista y sus puntos de vista, pero siempre “en voz baja por favor”, no vaya a ser que se asuste algún solemne orador. O que empiece a temblar, cuando descubra que los negros sabemos hablar. Hay cínicos de verdad, atrincherados en el ficticio universo de cualquier universidad, para perpetuar el silencio de los villeros y renovarle la concesión al kiosco de los voceros. ¿Acaso desde el campo ilustrado han amplificado nuestras voces o nuestras cooperativas de trabajo? ¡Corran el culo entonces y dejen subir a los de abajo!

 

Históricamente, han intentado adiestrarnos como mascotas, tanto que les dejamos todas las reglas rotas. Y entonces decidimos mear en su pedestal… Vamos a construir una cultura de lo anormal. Vamos a ser el grito que los desplome. Vamos a cagar donde se come. Vamos a festejar el cumple de Fidel. Vamos a limpiarnos con el mantel. Vamos a combatir la pasta base. Vamos a eructar en clase. Vamos a ir a contramano. Vamos a meterles un gol con la mano. Y al final vamos a demostrarles que, sin ningún tutor, nos portamos mucho mejor.

 

La quijotesca clase dominante y la clase media que se monta cual Rocinante cabalgan tras el dinero y el ego, las dos zanahorias que el sistema les ofrece a los pendejos, mientras dice que los pobres nos reproducimos como conejos. No aman. Consumen. Cagan, pero no lo asumen. Y tan apartados de la miseria que existe, necesitan un diario para encontrar una mirada triste, una inundación o el cuerpo que mancilló una violación. Sólo con eso, tienen un “fotón”, porque hacen comunicación con la misma liviandad que sacan conclusiones, desde el cómodo lugar en el que están, defendiendo las buenas costumbres que aprendieron del “qué dirán”. Ojo, igual tenemos un plan para alimentar la esperanza: nos enseñan el protocolo, cuando tengamos llena la panza. ¡Pero el problema son los modos, el tono y las palabrotas! Que no rompan las pelotas.

 

¿Por qué los ricos pueden hablar de la pobreza con el mismo temple que hablan de la Revolución Francesa, entre aires de superación y arrogancia? ¡Porque las tienen a la misma distancia! Pero cambia la cosa, señora, cuando se escribe a mil por hora, con la mierda flotando junto a la computadora. ¿Pensaba que vivíamos haciendo grandes tapas? No, vivimos destapando cloacas.

 

Alta sociedad. Si sólo conducen los académicos en los medios, la política y la universidad, ¿quién interpreta nuestra realidad? ¿Qué le deja a la hija de la vecina una tesina que nos toma como objetos inanimados? ¿Quién ordenó que los pobres trabajen para los graduados? ¿Tendrán posgrados en acostarse sobre colchones mojados? ¿Sabrán sobrevivir sin ambulancia? ¿Y al estigma de la vagancia? ¿Planearán embarrarse también, para llevar el barro a los barrios donde vive el Bien? ¿Nos seguirán hablando del karma, cuando descubran que no tenemos timbre, ni alarma? ¿Qué cosa fuera, la villa sin afuera? ¿No hay cierto progresismo genial que nos exprime? Menos pregunta el capital, y reprime.

 

Ayer, querían discutir la inseguridad en el Ministerio de Seguridad, como si de verdad existieran centros de rehabilitación buenos y gratuitos, para que no sigan siendo fortuitos los rescates en los combates que conforman el núcleo del meollo. Hoy, la inseguridad debe discutirse en el Ministerio de Desarrollo, porque sólo así, algún puto día, al anochecer de la hipocresía, daremos por finalizados en los medios de comunicación, todos estos debates plagados de ciencia ficción y guionados cada semana por el misterio que suele escurrirse en la hipocresía. Mañana, la inseguridad debe discutirse en el Ministerio de Economía.

 

Y por lo pronto, con firmeza, nos oponemos a la cosificación de la pobreza, porque el altruismo causa daños importantes cuando echa a correr sus blancos elefantes, adjudicándose una supuesta maestría, que sólo encubre su egolatría. ¿O hasta cuándo vamos a creer que los políticos deben ser “profesionales”? Tal vez, hasta que todos los intelectuales hayan terminado de leer todo eso que quieren saber, antes de escribir un texto que vos también puedas entender.

 

La caca huele mal, pero el problema estomacal nace con el menú del restaurante: auto caro, casa gigante y pilcha careta, acompañan la zanahoria berreta de cada desayuno, mientras otros eligen fumarse uno, disfrazarse del Che o “atacar al imperio” revolviendo un café, con azúcar o con sal, porque total, todos se vuelven a encontrar en el mismo lugar. Y no precisamente celebrando una revolución, sino mirando tetas por televisión, puesto que todo conduce a la misma ostia y al mismo vino, tras ese largo camino de los escritorios hasta los barrios sin caños, “núcleos habitacionales transitorios” hace más de 50 años… ¿Qué hacemos? Respiremos, todavía: si el peronismo se hizo masas como tercera vía y la Tercera República de Venezuela alcanzó una utopía, tal vez haya una tercera clase media que transforme a la Argentina, dejando atrás el uniforme y la exitoína.

 

Corte, corte, corte. ¿Vieron qué bajón, la generalización? Ahora ya saben cómo se siente ser la clase desclasada, la cultura despreciada y la cuenta pendiente de cualquier década ganada, perdida o empatada. Sin egoísmo, ni pesimismo, la realidad se transforma, pero van a tener que hacernos un lugar en la misma plataforma. Porque el desarrollo social no se trata de cambiarnos los olores, ni de calmarnos los dolores, ni de corrernos con los codos del presupuesto, para que la coartada no huela mal: nuestros modos son el impuesto a su tan preciada moral.

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