6 septiembre, 2016
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11 ingenios, que no olvidamos

*Por la asamblea poderosa de Vía Diagonal Norte, Tucumán

 

Ya pasaron 50 años, pero nos sigue doliendo. Sigue detenido en el aire de los barrios y colonias cercanas a los ingenios el ruido de las maquinarias, la bocina que daba aviso del horario de ingreso al trabajo, los fuertes y nauseabundos olores de la producción desparramados por el viento. Los miles de sueños truncados en los surcos, sueños de migrantes que abandonaron la provincia, también siguen ahí, firmes, incólumes.

 

 

Aquel 21 de agosto de 1966, el entonces Ministro de Economía José Ernesto Salimei anunció el cierre de siete ingenios azucareros, que pasarían a ser once: Santa Ana, Santa Lucía, San Antonio, San Ramón, San José, Nueva Baviera, Los Ralos, Lastenia, Amalia, Esperanza y Mercedes. Ese perverso plan de achicar la industria nacional para monopolizar la producción, orquestado durante la dictadura de Onganía, sacudió a nuestra provincia: arremetió con los derechos conquistados por la clase trabajadora durante el peronismo, entonces proscripto por el poder dictatorial.

 

Medio siglo después, aquella herida aún no ha cicatrizado y la sangre sigue brotando: incontables trabajadores de los surcos, que hoy son los vecinos mayores de nuestros barrios, intentan atar cabos para entender qué los llevó a perder su laburo. Y mientras, mantienen intacta la identidad que forjaron con las mismas manos con las que cortaban caña. Es que el azúcar estructuró gran parte de nuestras tradiciones y de nuestro arte: basta con escuchar a Mercedes Sosa y Juan Falú, que hacen resonar las vivencias de los obreros.

 

Ramón Campos, vecino de la Vía Diagonal Norte, trabajó en el Ingenio San José desde los 10 años, junto a su padre: “Yo era feliz entre los surcos, pelando cañas, a pesar de que era muy pesado. En épocas de mucho frío, la mano con la que cargaba la caña se me congelaba: la tenía que orinar para poder seguir trabajando”. Ramón también recuerda la división entre los obreros de los surcos y los de las fábricas: “No no permitían relacionarnos, porque llevaba a intercambiar conocimientos. En ese momento, pensar significaba luchar”.

 

 

Con la crisis que se vivía en aquel momento, la clase trabajadora tuvo que poner el pecho en medio del tormento de perder su fuente de subsistencia, adaptándose a trabajos de distintos rubros, en los cuales solo cobraban unas monedas. En muchos casos, incluso perdieron la vivienda otorgada por el ingenio. Una alternativa era migrar hacia Buenos Aires, en un proceso que pobló las villas de emergencia. Otra, fue asentarse en tierras fiscales para construir su nuevo hogar, como Campos que, luego del cierre del Ingenio San José, se instaló en la antigua vía, por la que un par de años antes pasaba el tren.

 

Dibujo por Mariano González, vecino poderoso de la Vía Diagonal Norte

 

Esta etapa de embates contra la industria azucarera no se dio sin resistencias: grandes ollas populares de guiso y chocolate eran recurrentes a las salidas de los ingenios. Tomaron mayor fuerza los movimientos sindicales combativos, y comenzaron a generarse fuertes lazos entre el movimiento obrero y estudiantil, el caldo de unión popular que se fue sazonando en los encuentros de lucha.

 

Los años posteriores al cierre de los ingenios también fueron claves. Marcados por hechos de resistencia y represión, tuvieron hitos trascendentales, como el asesinato de Hilda Guerrero de Molina en 1967, durante la concentración en el Ingenio de Santa Lucía: de ella, Campos dice que fue “una mujer que te traspasaba la lucha, con solo escucharla”. También los Tucumanazos de 1970 y 1972. Y la ocupación militar de 1975 bajo el Operativo Independencia, junto a la instalación del primer Centro Clandestino de Detención del país, la “Escuelita” de Famaillá, donde hoy funciona un espacio para la memoria y promoción de los derechos humanos.

 

El olvido no anda con vueltas: es olvido. Está el que se desprende del dolor que causa dejar de ser lo que uno fue, o lo que uno soñó con ser. Pero hay otro: aquél que es maniobrado por quienes prefieren ocultar la historia, porque saben que es la fuente de nuestros aprendizajes más valiosos. Al olvido planificado, decidimos desterrarlo, para no vivir con la culpa que le vendieron los patrones a nuestros viejos cuando cerraban las instalaciones de los ingenios. Y para gritar que la única lucha que se pierde, es la que se abandona.

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