* Por Pablo Díaz, sobreviviente de La Noche de los Lápices.
Cada 16 de septiembre, bajo las estrellas de la madrugada o sobre la luz del amanecer, pienso en mis compañeros, en sus palabras, en sus familias. Imagino cómo se levantarán sus padres, sus seres queridos, hoy, ahí, en las mismas casas que habitaban a la hora del terror. Puedo sentirlos caminando hasta sus dormitorios, buscándolos para darles un abrazo u olfateando cada rincón, para encontrar un poquito del olor que precedió al dolor. Me angustian sus angustias, me duelen sus recuerdos. A las sombras de tantas marchas y homenajes, llega un poco de paz y un grito de Nunca Más, en las gargantas de los jóvenes que renacieron soñando, a pesar de la pesadilla, a pesar de la oscuridad, a pesar de la noche, porque pudieron, quisieron y supieron tomar el ejemplo de sus luchas, de sus voces, de sus vidas, de su compromiso diario, de la utopía detrás del boleto secundario.
Luego de 40 años, siento que yo también pude, pude lograr aquello que me pedían mis compañeros cuando me separaron en el centro clandestino de detención: que no los olvidara. Pues finalmente, ellos también pudieron, pudieron salir del pozo de Banfield y convertirse en esta fuerza presente que impulsa a miles de jóvenes detrás de sus ideales, esos principios que nunca tuvieron, ni tendrán un final en manos de algún tirano. El testimonio no ha sido en vano.
Y sí, hoy, muchos recuerdos se ven borrosos por la angustia que genera semejante retroceso para los Derechos Humanos, que por supuesto incluyen nuestro derecho a saber. Por estas horas, escuchar al ministro Esteban Bullrich prometiendo “una nueva campaña del desierto, con educación”, me provocó un profundo enojo y una tristeza todavía mayor, porque me consta que ha expresado su pensamiento. No tuvo un furcio, ni un error del momento, tergiversado por los demás. Son capaces de decir eso y mucho más.
No conocen sus villas, las nuestras, ni sus necesidades, ni la pobreza. Los asusta la distribución de la riqueza. Y entre tanto somos millones esperando respuestas a la educación pública, mientras luchamos para que no transfieran este derecho inalienable al sector privado también. Necesitamos refuerzos reales en las universidades del conurbano, para ver menos jóvenes desesperanzados y para no dejar afuera a tantos barrios marginados.
Hoy, todos nosotros y todos ellos, todos “los chicos” de la Noche de los Lápices seguimos luchando con la misma convicción, por el acceso igualitario a la educación, porque sí, pasaron 40 años, pero todavía no lo hemos logrado. Si bien hemos alcanzado algunas conquistas, aún tenemos el desafío de afianzar el sistema educativo y avanzar por todas las vías, a contramano de ciertos eruditos o alguna prensa maliciosa. Toda la vida escucharán sus gritos. Y una garganta poderosa.