18 octubre, 2016
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Pará, macho, pará

 

«MUJERES, COMO TU VIEJA»«PARÁ, MACHO, PARÁ»

Enhorabuena, la ecografía vaticina una nena, para que ningún enigma se interponga entre el estigma y el casillero que más apeste: ¡Imaginate si te compraban el babero celeste! Hermosa, hermosa, hermosa: comprale un body rosa, todo del mismo color, si tenés rosa Barbie mucho mejor. Justo ahí, en los umbrales morales de las marcas de pañales, no hay certezas, ni emociones: princesas o campeones, ésa es la cuestión. De pequeños seres humanos, hablamos en otra ocasión. Unos años después, cuando bajás de la sillita, te espera una planchita, un hornito y una escobita, para jugar a la señorita que sabe lavar, una idea original para el Hombre de Neanderthal. O con un poco de suerte, siempre que puedas ir zafando de la muerte, ligás una valijita que te forma para profesional, en una libertad condicional que bien podrían llamar desgracia, cuando se trata de la meritocracia para la mujer de clase baja: hay que ser rubia, alta y flaca, como lo indica la foto de la caja.

¿Y para el cumple de 10 añitos? Agarrate, agarrate de tus compañeritos, porque pronto serás señorita y, por alguna curiosa razón, verás caer con la menstruación insólitas acepciones del verbo desarrollar: empezar a usar tampones y aprender a cocinar. Más adelante, sabrás que no serán tan relevantes esos papiros de recetas, mientras no hayas incubado un buen par de tetas. ¿No podés inventarlas? Trabajá, para comprarlas. Y guarda, eh, si rebotan mucho, entonces encórvate toda, sacrificando tu columna por el bien de la moda. Total, los príncipes azules del final siempre consultan tus medidas, entre miradas perdidas o alguna palabra cínica. Nunca, pero nunca, averiguan tu historia clínica.

Arrimando a los 12, cuando tu cuerpo medianamente ya te conoce, llega la hora de abrir la garganta, para poder liberarte. ¿Sexo? No, atorranta, ¡andá a depilarte! Con una ayudita de los medios de comunicación, complementando ese mensaje sutil que te transmitió otra generación, empezás a mirar al espejo más que a cualquier otro pendejo, para saber cuánto gustás, cuánto engordás, cuánto colabora tu cintura con tu carisma. Y entre tanta locura, ¡nunca te distraigas pensando en vos misma! Qué te parece, un amigo de mi vieja me encontró a los 13 leyendo un libro y me pidió que me sacara los lentes, “porque a los hombres no les gustan las mujeres inteligentes”. Válida reflexión, para entender los programas que miran por televisión.

A las puertas de la pubertad, si no caíste entre las abusadas a más temprana edad, empezás a valorar el piropo elegante de cualquier amistoso caballero. Eso, que se niegan a reconocer como acoso callejero. Naaa, tampoco te vas a poner en puritana, porque un viejo se la sacuda mientras baja la ventana, ni te vayas a ofender cuando los muchachos te cuenten cómo te la van a poner y, por favor, no vayas a sensibilizarte sin motivo, cuando un señor de corbata quiera apoyarte en el colectivo. Dame bola, dame bola y vas a entender cómo se siente este miedo de caminar sola, siempre por calles bien iluminadas, porque las mujeres deben saber cómo cuidarse de ser violadas…

Mientras los amigotes de tu viejo celebran “cómo crecés”, a los 14 jugás el Mundial de Primera Vez. ¿Dijiste que sí de entrada? Puta, puta reventada. ¿Dijiste que no, porque era una relación quimérica, algo rígida, un poco brava? Histérica, frígida y calientapava. Ni por ca sua li dad, asumás el sexo con naturalidad. ¡Y ni se te ocurra desenterrarlo de su misterio! Las chicas te dirán que los pibes no te toman en serio. Y a los 18, ni te gastes en exponer tu disertación sobre algún tema importante: déjaselo siempre a un varón, para que suene más interesante. Porque sí, todo depende de quién viene. ¿Y quién viene? El burro que te mantiene. ¿Y quién carajo te dijo que me mantiene? Menos pregunta Dios, porque le conviene.

Ah, ¿te ganó el hartazgo y te pintó la desobediente? ¿Te sobra liderazgo y sabés llegarle a la gente? Bueno, controlá tus emociones y no te zarpés, porque a los varones tampoco les gusta que les pises los talones con las puntas de tus pies. ¿Por qué no lográs reír y sobrevivir, con tus simples quehaceres? Claro que podés competir, pero siempre contra mujeres, en la selva de las más bellas. ¿O no te enseñaron a vestirte para ellas?

Si salís sola o con ropa divertida, sos una trola, trola atrevida.
De ésas que salen a buscar tantos, por cualquier sucucho.
Sí, esos tipos que salen mucho, “porque son desprolijos”.
Y vos, si andás cruzando los 30, nos estás debiendo tus hijos.

Al cursar una carrera y tomar velocidad, te presentan como barrera la fertilidad. Pues aun la mujer que carga su propia lanza, debe ponerle el cuerpo a la crianza, mientras otros hacen caja, como si no estuvieran sacando ventaja. Y las estadísticas funcionan como explicaciones: la mayoría de los políticos son varones, como los jueces, como los jefes. Y sigue la lista, todos custodiados por una Policía machista. Ahora, la mayoría de las enfermeras son mujeres, como las maestrazas, como las amas de casas. Y sigue la lista. Todas custodiadas por algún buen dietista.

¿Sos mujer y venís por abajo? Clavá los frenos: por idéntico trabajo, te están pagando menos. Y si abortás, ay, ay, ay, si abortás deberás aceptar que hay una sociedad cínica midiéndote con su vara, salvo que tengas guita para la solemnidad de una clínica cara. Ladre, señor, usted ladre, ¡hay una mujer que no quiere ser madre! Con qué derecho, por favor, si ese cuerpo está hecho para un mundo consumidor. Por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa, llevarás el peso de no haberlo querido, de haber decidido autónomamente, como tantas que posan para la revista Gente o la Paparazzi. Eso sí, a vos te van a llamar feminazi.

Mes a mes, en todas las tandas, 9 de cada 10 propagandas invitan a someter a la mujer, reduciéndola con alevosía a expresiones obsoletas: sos la carrocería que está detrás de las tetas. Oh novedad, pero los reyes de la impunidad prefieren que nunca los nombres, porque ellos también son hombres, esos que bajan el martillo como se baja un calzoncillo, porque nunca estuvieron adentro de una pollera, ni mucho menos en una ranchada villera. Nos quieren sumisas, sin risas, sin nada en la cabeza y siempre “muy ricas”. ¿Saben qué? En la pobreza, somos más chicas. Y hay que remar, cueste lo que cueste, pero si vas a salir a laburar, fijate que a tu marido no le moleste. Porque sí, el tipo era divino y hasta te iba a buscar a la escuela, pero de pronto te cela, te supervisa, te hace la requisa y te levanta la voz… ¡No importa, está super enganchado con vos!

A la hora del parto, la madre soñada se vuelve una actriz de reparto y ese momento tan especial para una mujer, se vuelve pesadilla, cuando ya saben que venís de la villa. Te tocan como se les canta, sos una masa de todos debajo de una manta. Y mirás, mientras llorás, parapetada. ¡No preguntes nada! Los doctores, para eso estudiaron. ¿Te duele? Lo hubieras pensado cuando lo engendraron. Calma. Tu alma está tranquila, pero justo ese día tu marido tomó tequila y está fastidioso. Mejor que nadie discuta. Se pone nervioso. Ayer te dijo puta. Mala suerte, qué cagada. Hoy tomó más fuerte y dijo que no servís para nada. ¿Cuál será tu error, si ese señor no tiene caliente su guiso, cuando vuelve de trabajar? Ahora se entiende, por qué te quiso pegar…

Te lo bancás, porque vos creciste y tus viejos no son ricos. Ya viste, “hay que seguir por los chicos”. Paso a paso, lo tenés que calcular: si no lavás bien el vaso, el tipo se puede enojar. Se pone violento, chupa de contento y vuelve divertido. Todo bien, después dice que está arrepentido. Y que no lo hará más, nunca, nunca más. ¿Qué cosa? Dejarte en paz. Todo se pone espeso, no querés verlo preso, pero tampoco te podés ir. Y no te gustaría que tus hijos te vieran morir. Entonces, vas a la comisaría, armada de valentía, para poner tu nombre y hacer lo que una madre debe hacer: dictarle la denuncia a otro hombre, que le pega a otra mujer. El abogado, un tarado, pero bueno, te lo puso el Estado y, aunque no agarra ni una, no podés pagar una fortuna. Todo pasa. Decidís volver a casa, plantarte y divorciarte, salvaguardando tu propia jurisprudencia. ¿La mala? Te ganó la tenencia.

Seguro, si estas imágenes les pegan duro, algunos dirán que somos unas pocas, un par de locas con problemas y algún que otro gay con pésima suerte, pero no, la seño nos enseñó que se llama “Ley del más fuerte”. Sin ningún eufemismo, acá lo llamamos machismo y lo enfrentamos sin chamuyo, con esta furia guerrera que te llena de poder, cuando te tocan el orgullo de haber crecido villera y haber nacido mujer.

Posted by La Garganta Poderosa on martes, 18 de octubre de 2016

 

 

Enhorabuena, la ecografía vaticina una nena, para que ningún enigma se interponga entre el estigma y el casillero que más apeste: ¡Imaginate si te compraban el babero celeste! Hermosa, hermosa, hermosa: comprale un body rosa, todo del mismo color, si tenés rosa Barbie mucho mejor. Justo ahí, en los umbrales morales de las marcas de pañales, no hay certezas, ni emociones: princesas o campeones, ésa es la cuestión. De pequeños seres humanos, hablamos en otra ocasión. Unos años después, cuando bajás de la sillita, te espera una planchita, un hornito y una escobita, para jugar a la señorita que sabe lavar, una idea original para el Hombre de Neanderthal. O con un poco de suerte, siempre que puedas ir zafando de la muerte, ligás una valijita que te forma para profesional, en una libertad condicional que bien podrían llamar desgracia, cuando se trata de la meritocracia para la mujer de clase baja: hay que ser rubia, alta y flaca, como lo indica la foto de la caja.

 

Así llegamos.
Así llegamos.

 

¿Y para el cumple de 10 añitos? Agarrate, agarrate de tus compañeritos, porque pronto serás señorita y, por alguna curiosa razón, verás caer con la menstruación insólitas acepciones del verbo desarrollar: empezar a usar tampones y aprender a cocinar. Más adelante, sabrás que no serán tan relevantes esos papiros de recetas, mientras no hayas incubado un buen par de tetas. ¿No podés inventarlas? Trabajá, para comprarlas. Y guarda, eh, si rebotan mucho, entonces encórvate toda, sacrificando tu columna por el bien de la moda. Total, los príncipes azules del final siempre consultan tus medidas, entre miradas perdidas o alguna palabra cínica. Nunca, pero nunca, averiguan tu historia clínica.

 

 

Arrimando a los 12, cuando tu cuerpo medianamente ya te conoce, llega la hora de abrir la garganta, para poder liberarte. ¿Sexo? No, atorranta, ¡andá a depilarte! Con una ayudita de los medios de comunicación, complementando ese mensaje sutil que te transmitió otra generación, empezás a mirar al espejo más que a cualquier otro pendejo, para saber cuánto gustás, cuánto engordás, cuánto colabora tu cintura con tu carisma. Y entre tanta locura, ¡nunca te distraigas pensando en vos misma! Qué te parece, un amigo de mi vieja me encontró a los 13 leyendo un libro y me pidió que me sacara los lentes, “porque a los hombres no les gustan las mujeres inteligentes”. Válida reflexión, para entender los programas que miran por televisión.

 

Así gritamos.
Así gritamos.

 

 

A las puertas de la pubertad, si no caíste entre las abusadas a más temprana edad, empezás a valorar el piropo elegante de cualquier amistoso caballero. Eso, que se niegan a reconocer como acoso callejero. Naaa, tampoco te vas a poner en puritana, porque un viejo se la sacuda mientras baja la ventana, ni te vayas a ofender cuando los muchachos te cuenten cómo te la van a poner y, por favor, no vayas a sensibilizarte sin motivo, cuando un señor de corbata quiera apoyarte en el colectivo. Dame bola, dame bola y vas a entender cómo se siente este miedo de caminar sola, siempre por calles bien iluminadas, porque las mujeres deben saber cómo cuidarse de ser violadas…

 

 

Mientras los amigotes de tu viejo celebran “cómo crecés”, a los 14 jugás el Mundial de Primera Vez. ¿Dijiste que sí de entrada? Puta, puta reventada. ¿Dijiste que no, porque era una relación quimérica, algo rígida, un poco brava? Histérica, frígida y calientapava. Ni por ca sua li dad, asumás el sexo con naturalidad. ¡Y ni se te ocurra desenterrarlo de su misterio! Las chicas te dirán que los pibes no te toman en serio. Y a los 18, ni te gastes en exponer tu disertación sobre algún tema importante: déjaselo siempre a un varón, para que suene más interesante. Porque sí, todo depende de quién viene. ¿Y quién viene? El burro que te mantiene. ¿Y quién carajo te dijo que me mantiene? Menos pregunta Dios, porque le conviene.

 

 

Ah, ¿te ganó el hartazgo y te pintó la desobediente? ¿Te sobra liderazgo y sabés llegarle a la gente? Bueno, controlá tus emociones y no te zarpés, porque a los varones tampoco les gusta que les pises los talones con las puntas de tus pies. ¿Por qué no lográs reír y sobrevivir, con tus simples quehaceres? Claro que podés competir, pero siempre contra mujeres, en la selva de las más bellas. ¿O no te enseñaron a vestirte para ellas?

 

 

Si salís sola o con ropa divertida, sos una trola, trola atrevida.
De ésas que salen a buscar tantos, por cualquier sucucho.
Sí, esos tipos que salen mucho, “porque son desprolijos”.
Y vos, si andás cruzando los 30, nos estás debiendo tus hijos.

 

 

Al cursar una carrera y tomar velocidad, te presentan como barrera la fertilidad. Pues aun la mujer que carga su propia lanza, debe ponerle el cuerpo a la crianza, mientras otros hacen caja, como si no estuvieran sacando ventaja. Y las estadísticas funcionan como explicaciones: la mayoría de los políticos son varones, como los jueces, como los jefes. Y sigue la lista, todos custodiados por una Policía machista. Ahora, la mayoría de las enfermeras son mujeres, como las maestrazas, como las amas de casas. Y sigue la lista. Todas custodiadas por algún buen dietista.

 

 

¿Sos mujer y venís por abajo? Clavá los frenos: por idéntico trabajo, te están pagando menos. Y si abortás, ay, ay, ay, si abortás deberás aceptar que hay una sociedad cínica midiéndote con su vara, salvo que tengas guita para la solemnidad de una clínica cara. Ladre, señor, usted ladre, ¡hay una mujer que no quiere ser madre! Con qué derecho, por favor, si ese cuerpo está hecho para un mundo consumidor. Por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa, llevarás el peso de no haberlo querido, de haber decidido autónomamente, como tantas que posan para la revista Gente o la Paparazzi. Eso sí, a vos te van a llamar feminazi.

 

 

Mes a mes, en todas las tandas, 9 de cada 10 propagandas invitan a someter a la mujer, reduciéndola con alevosía a expresiones obsoletas: sos la carrocería que está detrás de las tetas. Oh novedad, pero los reyes de la impunidad prefieren que nunca los nombres, porque ellos también son hombres, esos que bajan el martillo como se baja un calzoncillo, porque nunca estuvieron adentro de una pollera, ni mucho menos en una ranchada villera. Nos quieren sumisas, sin risas, sin nada en la cabeza y siempre “muy ricas”. ¿Saben qué? En la pobreza, somos más chicas. Y hay que remar, cueste lo que cueste, pero si vas a salir a laburar, fijate que a tu marido no le moleste. Porque sí, el tipo era divino y hasta te iba a buscar a la escuela, pero de pronto te cela, te supervisa, te hace la requisa y te levanta la voz… ¡No importa, está super enganchado con vos!

 

 

A la hora del parto, la madre soñada se vuelve una actriz de reparto y ese momento tan especial para una mujer, se vuelve pesadilla, cuando ya saben que venís de la villa. Te tocan como se les canta, sos una masa de todos debajo de una manta. Y mirás, mientras llorás, parapetada. ¡No preguntes nada! Los doctores, para eso estudiaron. ¿Te duele? Lo hubieras pensado cuando lo engendraron. Calma. Tu alma está tranquila, pero justo ese día tu marido tomó tequila y está fastidioso. Mejor que nadie discuta. Se pone nervioso. Ayer te dijo puta. Mala suerte, qué cagada. Hoy tomó más fuerte y dijo que no servís para nada. ¿Cuál será tu error, si ese señor no tiene caliente su guiso, cuando vuelve de trabajar? Ahora se entiende, por qué te quiso pegar…

 

Así nos vamos.
Así nos vamos.

 

 

Te lo bancás, porque vos creciste y tus viejos no son ricos. Ya viste, “hay que seguir por los chicos”. Paso a paso, lo tenés que calcular: si no lavás bien el vaso, el tipo se puede enojar. Se pone violento, chupa de contento y vuelve divertido. Todo bien, después dice que está arrepentido. Y que no lo hará más, nunca, nunca más. ¿Qué cosa? Dejarte en paz. Todo se pone espeso, no querés verlo preso, pero tampoco te podés ir. Y no te gustaría que tus hijos te vieran morir. Entonces, vas a la comisaría, armada de valentía, para poner tu nombre y hacer lo que una madre debe hacer: dictarle la denuncia a otro hombre, que le pega a otra mujer. El abogado, un tarado, pero bueno, te lo puso el Estado y, aunque no agarra ni una, no podés pagar una fortuna. Todo pasa. Decidís volver a casa, plantarte y divorciarte, salvaguardando tu propia jurisprudencia. ¿La mala? Te ganó la tenencia.

 

 

Seguro, si estas imágenes les pegan duro, algunos dirán que somos unas pocas, un par de locas con problemas y algún que otro gay con pésima suerte, pero no, la seño nos enseñó que se llama “Ley del más fuerte”. Sin ningún eufemismo, acá lo llamamos machismo y lo enfrentamos sin chamuyo, con esta furia guerrera que te llena de poder, cuando te tocan el orgullo de haber crecido villera y de haber nacido mujer.