La CTEP Tucumán, junto a CCC, Barrios de Pie, el Frente Popular Darío Santillán y la Corriente Nacional, la CTA Autónoma y Martín Fierro, nos vimos las caras en una jornada de lucha entre ollas populares de mate cocido y guiso, en el Puente Lucas Córdoba que une las ciudades de San Miguel de Tucumán y La Banda del Río Salí, para exigirle al Gobierno Nacional la pronta declaración de la Emergencia Social.
Desde temprano, nos fuimos agrupando mientras una decena de vecinas pusieron en marcha el mate cocido y el guiso. Y sí, son ellas una vez más quienes se hacen cargo de alimentarnos, nuestras madres, tía y abuelas, que cocinan y emprenden el combate diario contra las adicciones, la violencia de género y la falta de trabajo.
El sector de la economía popular seguimos precarizados, mal pagados, sin vacaciones ni aguinaldos, pero ahora se suma el riesgo constante de perder nuestros trabajos.
Por esto, quienes nos organizamos en nuestros barrios para resistir y cambiar la realidad diaria, salimos a la calle: por todos nuestros vecinos que trabajaron toda su vida y no cobran una jubilación digna; por aquellos que sufren algún padecimiento de salud pero no pueden parar de trabajar porque sino se les viene abajo la casa; por todas nuestras vecinas que están precarizadas y también sufren la discriminación laboral por ser mujeres; por todos los pibes y pibas que no encuentran oportunidades y van quedando atrapados en un proyecto de vida que no tiene como meta socialmente disponible al trabajo, los derechos, y la igualdad.
Por eso, cuando hablamos de trabajo, no solo hablamos de la acción planificada para llevar plata a casa, sino que en lo implícito estamos manifestándonos acerca de una necesidad prioritaria, el eje sobre el cual planeamos nuestras vidas, el hecho que nos hace sentir alguien en tanto nos situamos en el lugar productivo, que tiene efectos positivos en la salud mental, y que nos da la posibilidad de caminar en un territorio con al menos una certeza: no nos va a faltar la comida para nuestras familias.
Y esto que parece lo obvio, es el piso mínimo al cual muchas familias en nuestros barrios no llegan, porque la canasta básica se sigue alejando, empujándonos a saltearnos comidas y abrir comedores. Retrocedimos, sí, pero no bajamos los brazos.
Salimos a gritar a garganta pelada: ¡queremos trabajar y poder vivir con dignidad!