*Por Ana María, mamá de “Güere” Pellico,
asesinado por el gatillo fácil de la Policía cordobesa.
Luchen. A todos los familiares que hayan perdido un ser amado a manos de las Fuerzas de Seguridad, les diría eso, que luchen, que luchen, que luchen. Y que no bajen los brazos, porque el dolor no se va nunca y es cada vez peor, pero a la vez puede transformarse en un poderoso motor. Que duele, sí. Me duele, casi tanto como lo extraño, mientras pienso que sigo viva por él, por su memoria, por su paz y por un mundo mejor para todos mis demás hijos.
Ya pasaron dos años desde que los oficiales Lucas Chávez y Ramón Leyva me lo robaron. A mí, a mi familia, al barrio de Los Cortaderos y a todos ustedes. No se imaginan cuánto nos falta… Mi hijo era alegre, divertido, guapo. Pero sobre todo, era muy laburador y generoso. De lunes a viernes, se levantaba temprano para trabajar en el horno de ladrillos. Y nunca faltaba, nunca, aunque la temperatura estuviera bajo cero, porque lo hacía con gusto, con el mismo gusto que ayudaba a organizar los campeonatos en la canchita del barrio.
Amiguero como pocos, pero rodeado de muchos, también vivía para mí: salía a jugar y volvía con una bolsa de caramelos de regalo. ¿Dónde vieron eso? Un hijo comprándole caramelos a la mamá. Era así, mamero, pero con unas inmensas ganas de progresar. Tanto que aquel día, el día que lo fusilaron, me había comentado que saldría a buscar trabajo en alguna panadería.
– ¿Hiciste un currículum?
– No, hice diez.
Me acarició mucho esa vez, como siempre, como nunca. Primero despacito, después más fuerte, como si fuera una despedida, antes de salir a comprar una gaseosa con su primo, en el entretiempo del partido de Talleres. Cuatro minutos después, les dispararon a los dos. ¿Cuándo sucedió «el enfrentamiento»? Por suerte, Maxi sobrevivió para contarla. Y para que Leyva, ese policía asesino que ya nos había robado a otro pibe, no pudiera volver a escaparse arriba de un patrullero. A sus órdenes, los uniformados hicieron del Códigos de Faltas, nuestra peor amenaza y su mejor manual de caza. Pero miren si gozaría de impunidad, que hasta pudo adelantar el crimen con total liviandad: “Uno del barrio va a ser boleta”.
Nunca pensé que sería mi hijo.
Por eso, por ése y por todos los sicarios de uniforme que avanzan en el exterminio silencioso de los jóvenes humildes cordobeses, este viernes 18 de noviembre tendremos la primera audiencia del juicio por la muerte del Güere. Y sí, yo voy a ir, porque quiero verles la cara a los asesinos de mi hijo, mirarlos a los ojos y dejarles bien en claro que nunca, jamás, los voy a perdonar. Pero mi hijo, ese muchachito poderoso que nunca me abandonó y nunca me abandonará, no estará conmigo esta vez, porque estará con todos sus amigos, ésos que salieron en una caravana de 400 para exigir justicia, ésos que me cuentan anécdotas nuevas cada vez que me ven y ésos que hoy conviven con la misma policía, gritando en la 10° Marcha de la Gorra, para que ninguna otra madre deba llorar los abusos de los tipos que nos vienen a cuidar: este viernes grita Güere.
Y lo van a tener que escuchar.