Nunca pensé que hablarles a ustedes “en voz alta”, mientras escribo esta carta, iba a tornarse una misión imposible. ¿Qué puedo contarles que no hayan visto, desde donde estén? Si en definitiva, los seguimos sintiendo acá, bien cerquita, bien adentro, en cada momento, a cada paso. Después de esa noche, nadie supo qué hacer.
Éramos apenas unos adolescentes. Y mis problemas eran rendir una materia, o que me diera bola el chico que me gustaba. Pero después de aquel 30 de diciembre de 2004, hubo un minuto que colapsó todo, cuando se destaparon la desidia y la negligencia que nos encerraron. Esa noche perdimos todos. Y ya no supe qué hacer. Estaba desorientada, devastada, rota. Pienso y repienso, y sí, rota, rota es la palabra que me sintetizaba. Porque me faltaban pedazos de corazón, de sueños. Me faltaban ustedes…
La vida se había tornado en blanco y negro. Y una vocecita interior me gritaba «por qué». ¿Por qué nosotros no, y ustedes sí? ¿Cuál era la diferencia? Mucho tiempo después, encontré la respuesta: Ninguna. Nadie que haya estado en Cromañón esa noche volvió a su casa igual que como se fue. Algo quedó atrapado adentro. Pasó el tiempo, me crucé con un montón de gente buena que, como ustedes y como yo, había atravesado el infierno mismo. Y nos hicimos amigos. Nos contuvimos, mientras íbamos aprendiendo a llorarlos en conjunto, a extrañarlos en conjunto, a recordarlos en conjunto. Fue necesario, se los juro.
El mundo, sin embargo, no se detuvo.
Tuve que volver a la facultad, a los trabajos, a los novios, a los amigos. A los recitales también. Y a veces me parece verlos de lejos, agitando. Tuve que avanzar. Fue casi obligatorio, no había otra posibilidad. Saben por qué, porque un día alguien me dijo que, si había sobrevivido, era porque existía vida después. Desde ese instante, decidí homenajearlos así, viviendo y multiplicando por 194 todo ese amor a la vida. Me recibí y los pensé. Me casé y los pensé.
Hace cuatro años nació Joaquín, y ahí también los pensé.
Es difícil transmitir en palabras lo que sucedió aquel día. Pero después de tanto dolor, había vida. Una vida llena de colores, de olores, de sonrisas. Y entonces supe que habíamos vencido a la muerte, a la culpa, a todo lo que nos lastimó. No nos recluimos, ni nos enojamos, ni nos odiamos. Vencimos con amor, construyendo un lugar mejor para Joaquín y para todos los que vendrán.
Los extraño, a cada uno de ustedes. Y en esa nostalgia encuentro una certeza: están acá, conmigo, hoy y todos los días.