5 enero, 2017
,

«Se creen dueños de cada vida»

*Por Ana Elizabeth Real, madre de Miguel Reyes Pérez

 

 

Mi hijo tiene 24 años de edad, es adicto y ya lo tenían marcado: por eso la policía lo vive acosando. Hace un par de semanas vino un agente a la puerta de mi casa y me advirtió que iba a matar a mi hijo: “Donde pille a Reyes, lo dejo en el cajón”.

 

Siempre amenazaban a mi hijo. Le pedían plata para que lo dejaran caminar en paz.

 

 

El sábado 24 de diciembre, alrededor de las 16:00, Miguel se encontraba a una cuadra de casa en la calle López al 900, en el barrio San Cayetano, tomando con unos amigos. Yo trabajaba en la feria de la Banda del Río Salí, como todos los miércoles y sábados.

 

Aquel día la policía le advirtió que habían robado en las cercanías, y le dijeron que lo tenían que revisar, a lo cual el accedió. Lo único que le encontraron fue una pipa, que le rompieron pisándola.

 

Mi hijo se retiró para volver a casa, pero cuando llegó a la esquina un oficial lo estaba esperando y a pocos metros se encontraba otro. Estaba rodeado y por miedo, apuró el paso.

 

Sin dar aviso, el oficial le apuntó a la cabeza y le disparó con una Itaka.

 

El tiro lo dejó tirado en el piso en estado shock. No conforme con eso, el efectivo de la policía lo remató pegándole un culatazo en la cabeza que lo dejó gravemente herido.

 

Los dos oficiales son conocidos como “Rambito” y Figueroa, quienes estaban mucho más preocupados por pedir refuerzos que por pedir auxilio médico.

 

Ante la respuesta del barrio amenazaron a los vecinos que querían auxiliar a Miguel, que en ese momento estaba tendido en el suelo rodeado de un charco de sangre. ¿Cómo? Apuntando con armas, insultando, pegando, y con tiros al aire en un lugar lleno de niños. De esta manera terrible, los efectivos de la policía intentaron ahuyentar a los presentes en vez de ayudar a mi hijo.

 

Veinte minutos después, al ver que cada vez eran más vecinos, accedieron a llevarlo en la caja de la patrulla, donde solo permitieron que subiera su hermana, sin prestarle ningún tipo de asistencia durante el traslado.

 

A medio camino, Miguel perdió la consciencia y hasta hoy se encuentra internado en el Sanatorio Integral Luz Médica, en estado de coma asistido por respirador.

 

Ese sábado fue el peor día de mi vida. Casi me muero cuando me avisaron lo que había pasado. Tuve que salir a las corridas, dejando el laburo, con lo que cuesta recuperar cada hora perdida de trabajo con la difícil situación económica en la que vivimos.

 

El día lunes 26 por la noche pasaron por casa dos oficiales de la motorizada. Golpearon las manos en la puerta, y cuando salí me dijeron: “Vos, vieja hija de puta, no hagas la denuncia porque te vamos a hacer boleta junto a toda tu familia”. En ese momento se me amargó la vida y me puse a llorar. No respetan el sufrimiento que estoy pasando con mi hijo, lo veo tirado en la cama sin poder despertarse, sin responder a lo que le digo, y a ellos les importa más quedar limpios después de lo que le hicieron.

 

La policía es lo peor que puede existir en el barrio, se creen dueños de cada vida.

 

Ya no queremos más sucesos de este tamaño.

Relacionadas