* Nélida Ríos, mamá de Fabio Basualdo, «un negro más».
No tengo palabras para describir lo que siento en el alma y en mi corazón. Pero ahora el dolor me empuja esas palabras hasta la garganta, para soltar un grito que contuve durante 7 años. Un día como hoy, pero bien distinto, mi hijo salió a un cumpleaños con un grupo de amigos, en el barrio Pueblo Diamante de San Rafael, Mendoza, donde la Policía decidió cortar la música y lanzar a sus bestias para otra cacería, una más. Fabio y un amigo arrancaron en su moto, pero perdieron el equilibrio y entonces sacó sus garras Nelson «Urraca» González, el oficial más temido por los chicos del barrio. Y por la democracia. Cagón, como es, persiguió dos cuadras en patrullero a un pibe inocente, hasta acorralarlo, para exigirle que se arrodillara.
Y le pegó un tiro en la nuca.
Combatiendo día a día contra el eco de aquel cobarde disparo, llegamos al juicio por su homicidio en septiembre del 2014, cuando el tribunal presidido por Jorge Yapur encontró culpable a González, antes de condenarlo a 14 años de prisión efectiva. Sin embargo, como la sentencia todavía no estaba firme, el asesino quedó en libertad con la condición de firmar mensualmente en tribunales para constatar su presencia en la provincia. Pasaron casi dos años. Y este último 30 de noviembre de 2016, justo para el cumpleaños de mi hijo, el juez nos informó que por fin sí, la pena quedaba firme y el «Urraca» debería cumplir sus 14 años de prisión. ¿Pero adivinen qué? También ese día, también para el cumpleaños de mi hijo, nos enteramos que no pisaba tribunales hacía 6 meses.
Sí, se fugó.
Insólitamente, la fuerza pública nos incitó a tranquilizarnos, garantizando que se encargarían de buscarlo. Ellos. Justo ellos, sus compañeros, sus cómplices, sus secuaces. Por la lucha, sólo por la lucha de todo el barrio y toda nuestra asamblea poderosa, la Justicia pidió finalmente la orden de captura, disponiendo de Gendarmería, la Policía Federal, Aduanas y Pasos Fronterizos, para la búsqueda del prófugo. Pero hasta hoy seguimos esperando alguna novedad.
Hablemos de inseguridad.
Fabio era un chico servicial y siempre muy cariñoso. Hacía los mandados y hasta les lavaba los autos a los policías de la comisaría que estaba en la esquina de mi casa. Pero no alcanzó. Me arrancaron al mejor cocinero de milanesas con puré y al mejor número 8 que haya jugado en el club de sus amores, “El Conti”. ¿No lo ven? Yo sí lo veo, ahí está, mirando «Dragon Ball Z» o entrando por esa puerta. ¿No lo escuchan? Yo sí lo escucho: «Má, ya llegué». No lo pudieron borrar, ni lo pudieron callar, ni me podrán anestesiar, porque me mueve la certeza de saber que tarde o temprano nos volveremos a encontrar.
Con vos también, Urraca.
Te fuiste al cielo un rato antes, hijito. Descansá. Yo me quedo por aquí todo el tiempo que haga falta, con esta sonrisa fingida, este puño cerrado y esta garganta llena de amor. Pero sin justicia, no me voy. Y entonces sí, un día, ese día, nos volveremos a abrazar. Esperame y guardame un lindo lugar. Mientras tanto, seguimos comunicados así, en cartas, en sueños, en lágrimas, que marcarán el camino de muchas otras mamás. Y de muchos negritos más.
¿Dale?
Te amo.