Mirá, por suerte, jamás entendimos bien a cuáles adaptadores pretenden que nos adaptemos, pero acá no compramos muerte, ni tampoco la vendemos. Y nunca, nunca, nunca le tiramos la pelota a ese engranaje que la explota, inyectándole tumores con el pico de espectadores, publicidades con aires de verdades que se terminan inflando en televisión, para que todos sigamos asimilando nuestro período de adaptación. Pues no, el fútbol puede ser apenas un placer, el opio de la cultura villera o el ocio que nos encierra entre cuatro paredes, pero de ninguna manera puede ser el negocio de todos ustedes, los «adaptados de siempre» a las fuertes dinámicas de lo impensado, una y mil muertes que siempre conjugan en pasado, porque el presente está demasiado ocupado, discutiendo con el futuro a quién vamos a ofertarle ese «fútbol seguro», que prometen lanzar. Y sobre todo, en qué sociedad lo van a jugar, porque ya no quedan entradas para sus zonas liberadas, ni portadas destinadas a vender las variadas modas de comprar el desprecio: ya se las gastaron todas, por «ganar a cualquier precio». Justo acá, en el potrero que supo ser granero de sus semillas, al mundo entero y desde todas las villas, no calificamos, ni revendemos, ni cotizamos, ni defendemos las adaptaciones a todos esos guiones del show que mata y nos insulta a los cuatro vientos, mientras una cámara lo rescata de «los violentos». ¡Basta! Ustedes, veletas, ustedes que no saben esconder sus caretas ni sus fortunas, cuando empiezan a sangrar las tribunas, ustedes no merecen hablar a nombre de la civilización, ni de esa pasión que invocan por todos lados, porque están perfectamente adaptados a la curtiembre de los cueros y los maradonas que no pudieron domesticar: los inadaptados de siempre no tiramos personas de la popular.