* Por Luifa Artime,
ídolo de Belgrano de Córdoba.
No puedo dormir. De verdad, desde el último clásico entre Belgrano y Talleres no pego un ojo, no entiendo, no logro asimilarlo. Como ser humano del fútbol y de Belgrano, siento que mi familia acaba de perder otro hijo y, más allá del asesino o los instigadores del crimen, nada me desvela más que pensar cómo semejante acto de salvajismo se concretó frente a la mirada pasiva y cómplice de tantas personas que, envalentonadas por la muchedumbre, se volvieron verdaderos partícipes de un linchamiento, porque eso fue, un linchamiento.
Y como ser humano del mundo, me da vergüenza.
¿De quién será la responsabilidad, no? De todos, pero todos nosotros, los jugadores, los dirigentes, los políticos, los ciudadanos «comunes», esos que seguimos comprando las recetas absurdas que nos venden, como prohibir las hinchadas visitantes, sin afectar en lo más mínimo al engranaje perverso que supo transformar una fiesta en una guerra.
Pero guarda, que tampoco nos quieran hablar de «la violencia en el fútbol”, como si la violencia que expone la tribuna no estuviera todos los días en todos lados. O como si esa escena imposible que vimos en el Kempes, no la pudiéramos haber visto después de un accidente de tránsito. Sucede ahí, en un estadio, pero también sucede allá, en la calle, porque el consumismo y el individualismo no sólo están degradando este hermoso deporte…
Nos están degradando como especie.
Gritemos, todos los hinchas, gritemos basta y paremos la pelota de una vez, porque nuestros semejantes son semejantes, tengan la camiseta que tengan, canten lo que canten, griten lo que griten. Por eso, por ésos y por nosotros, hoy abro esta garganta celeste para pedirle perdón a toda esa familia, por todo ese dolor que nos quita la voz y nos eriza la piel.
Perdón.
Y perdón a vos, Emanuel.