22 septiembre, 2017
, Islas de Guadalupe

Fenómenos Naturales

* Por Fernando Signorini,
ex profe de la Selección Argentina,
sobreviviente del terremoto en México.

 

A casi 60 horas del brutal terremoto que sembró de pánico buena parte de Morelos, Puebla y Ciudad de México, todavía intento digerir algunas imágenes, atragantado por esa indescriptible carga de pánico y desolación que representó, en apenas un minuto, el momento más angustiante de toda mi vida.

 

Comenzó este fatídico 19 de septiembre, a las 13.16. Y todavía no terminó. Al día siguiente, después del entrenamiento matutino, decidimos trasladar a todo el equipo del Atlético Zacatepec hasta la ciudad de Jojutla, epicentro de la tragedia, para comprobar ese paisaje desolador, decenas de inmensos edificios arrodillados, entre miles de personas deambulando que, sin hablar, nos preguntaban con sus miradas por qué, ¿por qué a nosotros? Ahora, eso mismo me pregunto yo: por qué, ¡por qué a ellos!

 

Cada vez que ocurren catástrofes de tamaña envergadura, presentadas como irracionales caprichos de la naturaleza, quienes pagan con sus vidas o sus pocos bienes materiales son los mismos sectores desprotegidos de la sociedad. Pues no sucede lo mismo por allá, en los countries más opulentos, donde duermen los patrones de las víctimas «casuales». Ni sus familias, ni sus amigos de idéntica condición social, padecen tan cruelmente las tremendas consecuencias de la naturaleza. Y la mezquindad. Algunos no lo ven, puede ser, porque lo miran desde muy arriba, pero sinceramente haber advertido la más absoluta desorganización en ese lugar, en ese momento, sin la más mínima presencia del Estado para organizar o planificar la reacción solidaria de la gente, me hizo pensar que no tiene sentido un mundo así, una sociedad así.

 

Bien cabría suponer, desde el sentido común, que un gobierno debiera haber desarrollado, en zonas de tan alto riesgo, las estructuras necesarias como para poder ofrecerles un refugio, un techo o al menos un abrigo a los ciudadanos, ante semejantes «inclemencias del tiempo», sí, de nuestro tiempo. ¿Mucha ayuda? Por supuesto que hubo mucha ayuda, pero toda de la gente, del pueblo, de los iguales, de las otras personas que sobreviven en la misma precariedad. Cuesta mucho, muchísimo, poder establecer el porqué de ciertas políticas inhumanas, capaces de implosionar ciudades completas encima de quienes menos tienen, ¿verdad? Ahí quedó un albañil, dos, cientos, sepultados bajo lágrimas de hormigón caídas de sus propias casas, tras haber construido los más grandes edificios, las más grandes mansiones y las más grandes oficinas, incluso aquellas donde plantean los mecanismos para la conservación eterna de los privilegios más injustos, ésos que también exhiben como fenómenos naturales.

 

Fue realmente… Conmovedor, tan conmovedor que decidimos convocar a los jugadores ahí mismo, con el pleno consenso del plantel, reafirmando que no había una práctica mejor para ese día, que salir a movernos por los barrios afectados. Para mí, resultó el mejor entrenamiento de toda mi carrera como preparador de jugadores, en 43 años. Porque entrenar, siempre, significa educar. Y no, de nada hubiera servido priorizar los músculos o los compromisos frente a un campeonato, ignorando el sufrimiento que atraviesa a cientos de familias con la misma extracción social que nuestro fútbol, otra construcción cultural de las clases populares.

 

Fue realmente… Emocionante, tan emocionante que me costó sostener la mirada, para observar cómo nuestros muchachos removían escombros, agarraban picos y levantaban palas, entre sentidos abrazos a personas desconocidas, que ya dejaban de serlo. ¿Qué agregar? Ufff, que no se puede naturalizar la irresponsabilidad del Estado, ni relegar los derechos humanos a la voluntad de la gente. Pues ni siquiera en la noche del 19, cuando todavía estaban atrapados cientos de cuerpos con vida, pudimos contar con un mísero reflector o un grupo electrógeno que permitiera facilitar la tarea de los estudiantes autoconvocados, para dar una mano sincera, arriesgando sus vidas, a los pies de las torres colapsadas que se terminaron derrumbando después. Había que verlos ahí, así, alumbrando la destrucción con las linternas de sus teléfonos celulares, hasta que se agotaban las baterías. ¡Qué impotencia! Qué patético.

 

De una vez por todas, los mortales debemos unirnos para ponerle un punto final a estos modelos políticos sanguinarios, porque aun considerando a la igualdad como una absurda utopía, no podemos seguir negociando el piso que debiera tener la dignidad del último ser humano. Ocurre en México, claro, pero también ocurre en África, en Argentina y en toda América Latina, cuando las «tragedias» de la desigualdad arrasan con los barrios sin luz, sin gas, sin ambulancias, adjudicándole la precariedad a esa curiosa irracionalidad que busca encubrir a los responsables de tanta muerte, de tanto derrumbe sin explicar, de tantas balas «perdidas» en el mismo lugar.

 

¿Enojado? No, estoy triste, profundamente angustiado, porque las riquezas del planeta son incontables, pero todas terminan en las mismas manos. Y tal vez por eso, esta mañana amanecí en Cuernavaca pensando en ustedes, villeras y villeros, con muchísimas ganas de abrazarlos, después de haber contemplado otra tormenta que duró toda la noche, repensando este sistema civilizatorio y preguntándome de qué carajo servirá el fútbol, si no intenta mejorarnos. De qué mierda servirá la vida, si no somos capaces de ponernos al servicio de los demás. A ustedes, mis amigos de tantas asambleas populares, quería decirles que no puedo quitar de mis pensamientos esos brutales esfuerzos que hacen cada día, para salir, trabajar y volver a sus casas, sobreviviendo a los cotidianos terremotos que padecen. Gargantos, gargantas, hoy más que nunca, son parte de mí, porque estuvieron adentro mío a cada segundo de todo ese minuto interminable.

 

Los quiero y los abrazo con el corazón, porque mi corazón también tiene brazos. 
No tan poderosos como los brazos de sus barrios, pero brazos al fin.
Es lo que tengo. 
Y lo que tengo, se los doy.

 

Relacionadas

Isla de Guadalupe
26 mayo, 2017

Grita México, cabrones

Islas de Guadalupe
9 junio, 2016

Los chavos del 16

Isla de Guadalupe
6 agosto, 2015

Basta, México