* Por Emilce Moler,
sobreviviente de La Noche de los Lápices
Militando en la Unión de Estudiantes Secundarios, muchos percibíamos las consecuencias del ajuste que implicó el Rodrigazo y unos cuántos la estaban pasando muy mal. De ahí, nació el reclamo por el boleto estudiantil, una estrategia más, como las tomas de las escuelas industriales o las marchas junto a empleados de fábricas que estaban cerrando. Sin dudarlo, tras el Golpe de Estado, empezamos a militar contra la dictadura, desde la calle o desde las Bellas Artes, donde arreglábamos para pintar un mural y, entre pinceladas, nos pasábamos los datos, las nuevas instrucciones, ¡éramos la resistencia! Cada tanto, algún acto relámpago, alguna volanteada, pero si te agarraban, te costaba la vida. O la muerte.
Con el correr de los días, se nos iba el tiempo poniendo citas de control, para saber que estábamos vivos y que no faltaba ninguno. Hasta la madrugada del 17 de septiembre del 76, cuando me secuestraron en el mismo operativo que a varios compañeros, ahora conocido como «La Noche de los Lápices». Me llevaron al Pozo de Arana y me legalizaron recién en enero, al trasladarme al Penal de Devoto. Apenas salí de la cárcel, en abril del 78, aun bajo el terrorismo de Estado, decidí denunciar todas las atrocidades que estábamos viviendo. Y sí, los primeros años fueron muy duros para todos los sobrevivientes, puesto que no podíamos exponer libremente lo que habíamos padecido. Nadie nos creía, nadie nos daba cabida, todos nos veían mal…
Obediencia Debida.
Y Punto Final.
Los medios de comunicación jugaron un papel terrible, que nos afectó de manera directa, porque nos habían dejado tener una tele chiquita y nosotros veíamos el noticiero de Ramón Andino, ¡flor de hijo de puta! Se la pasaba diciendo que los argentinos éramos “derechos y humanos” y que no había «ninguna dictadura». Ni se imaginan la impotencia que sentía, encerrada, escuchando esas barbaridades. Pero aun hoy, varios periodistas de medios hegemónicos repiten cosas parecidas, e incluso algunos siguen al aire, como Mirtha Legrand, que por entonces almorzaba con Videla y negaba a los desaparecidos. Nos negaba.
Durante muchísimo tiempo me costó hacerle entender a cierta gente que sí, que todos esos pibes y pibas de 15, 16 ó 17 años podíamos estar convencidos y comprometidos, porque me llamaban «lacra» o «subversiva», con el mismo desprecio que hoy se refieren a ustedes, los villeros, las villeras, los pobres, los marginados. ¿O de quién hablan cuando piden «que se pudran en la cárcel»? Siempre, siempre, siempre, se refieren al morocho de capucha, nunca a los ladrones de guantes blancos y Panamá Papers, porque ellos “saben hacer negocios”. De ninguna manera, ¡son estafadores!
Hoy está bien claro que debemos cambiar radicalmente a las Fuerzas Armadas, pero eso requiere un cambio radical en la sociedad, que no parece fácil. Y mucho menos con estos uniformados que siguen reprimiendo y torturando, porque han sido formados con ese modus operandi. De hecho, el Comité contra la Tortura de la Comisión Nacional por la Memoria recibe asiduamente denuncias desde las cárceles que parecen imposibles de abordar, ya que los detenidos continúan a merced de los milicos verdugos, cuando las rejas se vuelven a cerrar. Y no, tampoco aparecen en el diario. Pura hipocresía.
El mismo sistema penitenciario.
Y la misma Policía.
Hace pocos días, en la marcha por Santiago, me encontré con mis viejos compañeros, nuevamente gritando: “¡Aparición con vida!”. Y no se imaginan el dolor que sentimos, porque sinceramente pensamos que nunca íbamos a necesitar volverlo a gritar, pero sí, esto está sucediendo, ¡estamos retrocediendo! Y no alcanza con preocuparse, hay que mantenerse alerta, porque cuando hablan de la grieta como algo nuevo, tiñen de olvido a toda esa gran parte de la sociedad que supo avalar una dictadura sangrienta. Si esa no era grieta, ¿la grieta dónde está?
Aun así, hoy, ahora, aquí, este 16 de septiembre, aunque la noche pega duro y el día a día mucho más, siento un profundo alivio al ver tantos jóvenes resistiendo a la naturalización de otra desaparición forzada, gritando y preguntando, con sus gargantas o sus lápices, eso que debiera responder el Estado…
¿Dónde está Santiago Maldonado?