7 octubre, 2017
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Un grito de paz

Muchas veces me suelo preguntar, al ver a tantas chicas y chicos durmiendo en situación de calle, cómo los está tratando esta sociedad, si alguien les abrirá una puerta, si alguien les dará un poco de ternura, si alguien les brindará un momento de amor. Y sí, por eso me alegré profundamente, cuando supe que sus manifestaciones retumbarían por fin entre las paredes de las Naciones Unidas, gracias a sus propias gargantas poderosas. Sólo así, montando sobre sus voces, han conseguido llegar hasta Ginebra esas problemáticas acalladas bajo los mantos de silencio que cubren todavía a las víctimas de una realidad tan injusta. ¿O cuándo les tocará una sonrisa? ¿Una mano afectuosa? ¿Una esperanza? Lamentablemente, de cara a esos interrogantes, suelo responderme que no, que ciertos niños no gozan de privilegios, ni tampoco de sus elementales derechos, pero insólitamente viven señalados por el dedo inquisidor, aunque sean los primeros en pagar cuando cometen una falta. Suena lógico, ¿no? Los ven, pero no los miran; los oyen, pero no los escuchan. De ahí, la importancia de tener a La Poderosa vociferando en la ONU, empuñando la palabra emanada desde las almas de nuestros jóvenes, para explicar qué cosa tan perversa está pasando en estas tierras y para que comiencen a respetarles su identidad, bien cargada de valores e integridad. Ojalá, sinceramente, el grito villero aturda y resuene entre los responsables que castigan a la niñez con sus políticas de hambre. Y ojalá también puedan responder esa pregunta de tanta gente, que ustedes también han exportado: necesitamos saber, urgente, dónde está Santiago Maldonado.

Adolfo Pérez Esquivel.