12 noviembre, 2017
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Un pozo ciego, como el estado

 

* Por Gualberto Solano,
padre de Daniel, desaparecido por la Policía rionegrina.

 

 

Yo también, como los familiares de Luciano, como la madre de Facundo, como el hermano de Santiago, voy a golpear todas las puertas, todas las ventanas y todos los silencios que haga falta, porque mi hijo tampoco se perdió. Hace 6 años, mientras la familia Lucena despedía a Ismael, asesinado por la Policía de Tucumán, la Policía de Río Negro me arrancaba a Daniel, al arquero de la Liga Tartagalense, al trabajador de la cosecha que reclamaba por sus derechos, al joven de 27 años. Y sí, sentí acá adentro, en el pecho, cómo se siente la violencia del Estado, cada día que decidí acampar en la puerta del juzgado. Recibí muchas amenazas y perdí a mi madre en medio del dolor, pero no me van a callar, ni van a lograr que deje de buscarlo.

 

 

No voy a parar hasta encontrarlo.

 

 

Desarraigado de la Comunidad Guaraní Misión Cherenta de Tartagal, donde nació, Daniel estaba cumpliendo su tercera temporada laboral en la ciudad rionegrina de Lamarque, contratado por Agrocosecha, una compañía tercerizada de la multinacional Expofrut, que nunca le pagó lo acordado y siempre lo mantuvo en condiciones de hacinamiento, durmiendo junto a otros peones adentro de unos canastos. Sí, leyeron bien, adentro de unos canastos. ¿Pero saben qué? Mi hijo jamás renunció a su dignidad, ni aceptó ese nivel de sometimiento. Siempre luchó, protestó, reclamó. Y la empresa lo marcó. De eso mismo estábamos hablando, ese 4 de noviembre de 2011, cuando me dijo “me voy a trabajar y vuelvo”.

 

 

No volvió, nunca más.

 

 

A las 3 de la mañana del día siguiente, la Policía lo detuvo por supuestos disturbios en un boliche llamado Macuba, «disturbios» que por supuesto no han podido ser comprobados. Fueron ellos. Lo subieron a un patrullero que nunca llegó a la comisaría y luego a otro auto particular. Y no según su padre, según los testigos, a mi chango lo tiraron en un jagüel, perteneciente a la estancia La Manuela. Dos días después, mientras me decían que no aparecía, viajé de inmediato a Choele Choel, el último lugar donde lo vieron con vida. Ahí, en la chacra donde laburaba, no estaba Daniel, pero estaban sus cosas intactas. Y hasta su documento había dejado…

 

 

Tuvimos que luchar mucho, como luchaba él. Y recién hace unos días, después de reclamar dos años, nos aprobaron judicialmente la posibilidad de bajar a ese pozo. Sin embargo, para poder descender se necesita plata y ni el Gobierno provincial, ni el nacional, ni la Justicia, quieren «invertir» esos fondos. Sí, otra vez leyeron bien, parece que «sale caro». Pues nosotros ya pagamos el precio más alto. Y por eso ahora, más allá de las dificultades, necesitamos gritar con ustedes y con todas nuestras gargantas para poder descender antes de diciembre. Ya no podemos soportar otro año de impunidad.

 

 

Poco tiempo después, en febrero, llegará finalmente la hora del juicio, donde daremos la batalla más dura para que pueda descansar en paz, en su tierra, en su comunidad. Porque yo no tengo dudas que serán castigados por la justicia divina, a la hora de la sentencia final. Pero voy a pelear el resto de mi vida, para que los castigue la justicia terrenal.

 

 

Por nosotros, por ustedes.
Y por vos, hijo mío.

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