12 diciembre, 2017
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De los pies, hasta la UCA

 
 
Nosotras no somos una inmaculada entidad académica y nos indignamos cuando califican como «extensión universitaria» a cierta intención refractaria de tocar una villa con media uña de su bondad, como si el derecho fuera caridad. Nosotros no somos un grito del espíritu santo y nos enojamos cuando llaman «pecadoras» a las vecinas que abortaron como sus hijas, con más riesgo y menos disimulo. Es más, o es menos, tampoco somos una organización puramente «argentina», porque la plurinacionalidad de cualquier periferia urbana no nace de ningún postulado filosófico, sino del desarraigo económico que nos arrastró desde la riqueza natural de la Patria Grande hasta la pobreza estructural de la Patria Baja. No somos la Universidad Católica Argentina, no. Y ni siquiera manejamos estadísticas a ojo; las manejamos a estómago. Pero fíjense qué loco, desde Puerto Madero hasta Zavaleta, cómo este gobierno moco a moco va saldando la grieta y los contrapuntos que dividen con alambre.

Si se puede todos juntos,
¿por qué algunos tienen hambre?

«Se sumaron 1,5 millones de nuevos pobres, en los últimos dos años», susurran. «Y de 2015 a 2017, nuestras asambleas debieron abrir 45 nuevos merenderos», gritamos. «Hay 13,5 millones de personas hundidas bajo la línea de la pobreza», profesan. «Y no sólo nos cancelaron la entrega de alimentos frescos: nos están negando la leche», protestamos. «Al 32,9% de la población, no le alcanza el dinero», rezan. «Y en muchos de nuestros comedores se han cuadruplicado las bocas», advertimos. «El 48,4% de los chicos hasta 13 años crecen en la marginalidad», ruegan. «Y los maestros villeros están denunciando que volvieron los pibes con certificado de desnutrición», rugimos. «El 34,1% de la población tiene problemas de acceso a los servicios básicos», lamentan. «Y acá no podríamos comprar las garrafas para cocinar, si no fuera por los aportes solidarios», confesamos. «El 21,4% carece de una vivienda digna», revelan. «Y en la villa 1-11-14 proliferan las enfermedades por las malas condiciones habitacionales y alimentarias, que detonaron 15 casos de tuberculosis en los últimos 4 meses», testificamos. «El 18,9% padece un déficit de cobertura médica», diagnostican. «Y nuestras asambleas están obligadas a optar entre sostener el valor nutricional mínimo indispensable para el crecimiento de las criaturas o seguir desmenuzando las raciones, para que más vecinos podamos comer al borde del abismo», sangramos…

Todos vemos lo mismo,
creamos lo que creamos.

Y sí, durante dos años, tuvieron buenos bomberos para calmar el fuego que provocan en las instituciones, calmando las llamas de sus medidas con chorros asistenciales de kerosene, sobre las brasas de la necesidad. Reacondicionan placitas, canchitas, boulevares y fachadas para disimular el facherío porteño que cumple su tercera gestión, sin haber construido una sola vivienda. Se burlan de los pobres y se ríen con los ricos, «conectándose con el mundo», mientras se van quedando sin combustible las remiserías villeras que alimentan la economía comunitaria y permiten paliar la discriminación de los colectivos que no entran, o no pasan, o no paran, donde los taxis prefieren no entrar por consejo del GPS que les vendieron los fabricantes de la desigualdad. ¿O quiénes tomaban esos remises? Nosotras y nosotros, con esas chirolas que ahora se ahogan en la leche, porque despidieron al guardavidas del comedor. Y no, por supuesto que no vas a celebrar la inauguración de ningún merendero: salvo, cuando tenés hambre. Ahí sí, urge «dialogar», para traccionar al Estado sin claudicar, pero ya no les alcanza: donde había 2 comedores, ahora tenemos 5 y este dolor de panza. ¿Sabés cuántos vecinos andan colaborando en alguna cocina comunitaria, para poder asegurarse la comida que se acaba? Ya no basta para engañar al estómago, ni para engañar a nadie. Y no lo dice la RAM, ¡lo dice la UCA! Prometieron acercar los destinos y cumplieron, aunque la Patria se hunda, su promesa más seria.

Unieron a los argentinos,
en la más profunda miseria.