28 enero, 2018
,

«Domiciliaria, para mi torturador»

 
 
* Por Norberto Liwski,
ex detenido por la dictadura cívico-militar,
picaneado a manos del médico Jorge Héctor Vidal.

 

La opinión pública nacional e incluso internacional atendió con alarma, perplejidad y múltiples expresiones de repudio el otorgamiento de la prisión domiciliaria para Miguel Angel Etchecolatz, porque su condición de genocida condenado en tres oportunidades a cadena perpetua resulta un límite que la mayoría del pueblo argentino no está dispuesto a tolerar. Ahora, en esa misma dirección, aunque a las sombras del estupor mediático, respondiendo a las pretenciones de pequeños círculos aliados a la dictadura cívico militar, sin fundamentos jurídicos, la evidente política de impunidad alcanza también al médico Jorge Héctor Vidal, procesado por delitos de lesa humanidad y robo de bebes en el ámbito de la Brigada de Investigaciones de San Justo, en la provincia de Buenos Aires. Un genocida, un represor, mi torturador.

 

No se trata de cualquier delincuente: Vidal era el médico de la Brigada de Investigaciones de San Justo, y tenía una participación activa en los actos de tortura. Se encargaba de la orientación y guía médica, para los mecanismos que atormentaban a las víctimas. Se ha probado su participación en sesiones prolongadas de picana eléctrica, de diferentes formas de golpizas y de submarinos secos, pero además su presencia era percibida por nosotros, los testigos sobrevivientes, como una pátina de respetabilidad. Pues aquellos torturadores se sentían bien orientados, respaldados por un médico que iba dando instrucciones, para la correcta aplicación de los distintos instrumentos de tortura. No se puede volver tan atrás.

 

Ya me tocó contar todo esto,
en un libro que se llama «Nunca Más».

 

Delante nuestro, Vidal afirmaba que se podía aplicar la picana eléctrica, a partir de los 25 kg. Pero eso mismo también lo decía frente a los torturadores, que se veían respaldados, mientras un profundo tormento invadía a los compañeros que tenían hijos, oscilando ese peso. Varios de los niños robados con su custodia fueron luego restituidos por las Abuelas de Plaza de Mayo, entre ellos Paula Nogales, la primera de las restituciones judiciales. Pues cuando se investigó su desaparición, se comprobó que su firma rubricó el certificado falso de nacimiento, cuando sus padres fueron secuestrados en Uruguay y traídos a la Brigada de San Justo, donde uno de sus jefes, el comisario Lavallens, recibió la tenencia, destruyendo su identidad.

 

Por todo eso, siempre creí que señalar el protagonismo de Vidal tenía un doble valor: era parte de las prácticas inhumanas, pero además era la espalda médica dentro del sistema de tortura, donde su conocimiento estaba al servicio de la perversidad y el sacrificio de las víctimas. Por entonces, yo sufría de una fiebre tifoidea, que se cura con Cloranfenicol, en dosis altas. Con dosis bajas, agrava la situación: empeora los síntomas. ¿Y adivinen qué indicó, Vidal? Una dosis… Al cuarto o quinto día, en medio de las torturas, les dice a otros represores delante mío: “Está fibrilado, está fibrilado, guarda que está fibrilado, decidan qué van a hacer”. Por primera vez en mi vida, me enteraba que estaba fibrilado, que yo tenía fibrilación. Me la causó la tortura eléctrica. Uno dijo: “Siga”. Y él respondió: “Yo controlo”. Así, con esa frialdad, sugería «continuar con la picana, hasta el agotamiento de la acetilcolina». Un catedrático del mal, un perverso monstruoso, sin cura.

 

Ese era Vidal,
un estudioso de la tortura.

 

Lo que no sabía, lo que no podía, era cómo gobernar el cerebro y el corazón de las víctimas que pueden dominar la pérdida de acetilcolina. Aunque le cortaran los testículos, quienes no querían hablar, no iban a hablar. Y yo no hablé. Entonces, él pedía más, más, más, «porque llegado un momento, el músculo pierde capacidad de reacción y entonces ya no tiene posibilidad de resistencia”. Recién mucho tiempo después, cuando nos volvimos a encontrar, entonces sí quise hablar. Mis palabras causaron conmoción en el Juicio a las Juntas, porque era evidente su nivel de formación para el hostigamiento, un perverso, un sorete, un sabio de la picana eléctrica.

 

Y ahora, argentinas, argentinos, ahora marcha para su casa, por determinación del Tribunal Oral Federal n° 1 de La Plata, que hizo lugar al pedido efectuado por la defensa, desconociendo el parecer del Cuerpo Médico Forense, que no consideró necesario modificar las condiciones de detención de Vidal, dado que las patologías alegadas no representaban riesgos inminentes. Y omitiendo los informes del Hospital Penitenciario Central, donde se afirma que cuentan con los recursos para responder a la supervisión médica regular, e incluso ante cualquier emergencia. Precisamente bajo estas consideraciones, el juez del Tribunal Pablo Vega votó en disidencia con sus dos colegas y, en el recurso de apelación presentado por los querellantes, se recuerda que fue ahí, justamente ahí, en el altillo del mismo domicilio, donde fue hallado con armas de guerra, escondido tras un largo período prófugo de la Justicia. Y por entonces, lo encubría su esposa…

 

De ahora en adelante,
bajo el telón de una prensa mercenaria,
será «fiadora y garante» de su prisión domicilaria.