27 marzo, 2018
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El País de la impunidad

Nuestra verdad, nuestra identidad, nuestra dignidad, 30 mil gargantas rompiendo el silencio sepulcral, en cada plaza del territorio nacional. Nuestro capital federal de victoria y de memoria sigue a la vista, denunciando la farsa del gobierno negacionista que no vio aquellas topadoras, ni este gatillo fácil cada 23 horas. Somos todas esas ideas, 79 asambleas articuladas en manadas y malones que no entienden de perdones, ni olvidos, porque nuestros barrios continúan desaparecidos.

 

Ni ellos eran terroristas.
Ni ustedes son dialoguistas.

 

«Los demonios no eran tan demonios», afirma Patricia Bullrich, en el primer bloque de su almuerzo con Mirtha Legrand, sugiriéndonos que «mejor, no miremos para atrás». Pero en el primer capítulo de un libro que no editaremos Nunca Más, Norberto Liwski ofrece otra mirada, que quizá también merezca ser escuchada, para poder seguir disfrutando de toda esta pluralidad, con Total Normalidad.

 

«Me llevaron a la fuerza y me tiraron en el piso de un auto, posiblemente un Ford Falcon. Y comenzó el viaje. Desde que me bajaron hasta la primera sesión de tortura pasó menos tiempo que el que estoy tardando en contarlo. Durante días fui sometido a la picana eléctrica aplicada en encías, tetillas, genitales, abdomen y oídos. No sé por qué causa, no consiguieron que me desmayara. Y entonces iniciaron un apaleamiento rítmico con varillas de madera en la espalda, los glúteos, las pantorrillas y las plantas de los pies. Al principio el dolor era intenso. Después se hacía insoportable. Por fin se perdía la sensación corporal y se insensibilizaba totalmente la zona. El dolor, incontenible, se acrecentaba al arrancarme la camisa que se había pegado a las llagas, para ingresar a una nueva sesión. En los intervalos, me dejaban colgado por los brazos de ganchos fijos en la pared del calabozo. A veces me arrojaban sobre una mesa y me estiraban las extremidades hasta producirme la sensación de que me arrancarían una parte del cuerpo. En algún momento, sosteniéndome la cabeza, me sacaron la venda de los ojos y me mostraron un trapo manchado de sangre. Me preguntaron si lo reconocía y, sin esperar mucho la respuesta, me dijeron que era una bombacha de mi mujer. Otro día, con toda la paciencia, comenzaron a despellejarme las plantas de los pies, con una hojita de afeitar o un bisturí. Aquella vez sí, me desmayé. De ahí en más, el desmayo se convirtió en algo que me ocurría con pasmosa facilidad. Incluso la vez que, mostrándome otros trapos ensangrentados, me dijeron que eran bombachitas de mis hijas. Y me preguntaron si quería que las torturaran conmigo o por separado».

 

Norberto resistió años preso y sobrevivió a todo eso. Pero no sólo sobrevivió para contarlo. Sobrevivió para transformarlo en una Convención Internacional por los Derechos del Niño. Y para llevarnos desde la villa hasta la ONU, cuando torturaron a nuestros compañeros Iván y Ezequiel…

 

¿Se imaginan 30 mil así?
¿Se imaginan 30 mil así, poniendo el pecho?
¿Se imaginan 30 mil así, contra el silencio que nos impusieron?

 

Algo habrían hecho.
Por eso desaparecieron.

 

La Poderosa Córdoba,
de la dictadura a la mano dura,
cargando la más pesada herencia:
ese maldito «Código de Convivencia».

 

Razones para luchar.

 

Entre Ríos bravíos,
hallarán la verdad;
entre brisas de sonrisas,
otra gran complicidad.

 

Villeros y villeras,
rebeldía Poderosa,
herederos de Las Heras,
¡utopía de Mendoza!

 

¡Tomatelás!
No, no, no,
¡que te vayas!

 

Chaco,
Resistencia.

 

Chubut poderosa,
poesía, utopía, prosa,
para ese grito rotundo,
del suelo hasta el cielo:
¡el mundo es un pañuelo!

 

Desobedientes,
¡bajo cualquier tempestad!
Corrientes de poder,
que arrastran dignidad.

 

La huella jujeña,
identidad ancestral;
la Juella que sueña,
diversidad cultural.

 

A contramano del atraco,
se expresa y se reinventa,
no aterriza en Anillaco,
¡ni regresa a los 90!

 

Madres contra sus desmadres,
lindas, libres y hermosas,
voces de nuestra comarca,
¡poderosas de Catamarca!

 

Ni santa, ni rosa,
luche y que se escuche;
Garganta Poderosa,
del pueblo mapuche.

 

30 mil veces Rafita.

 

¿Querías Globitos?
Tomá.

 

La Tierra del Sol y el Vino,
y la Verdad, y la Memoria, y la Justicia.

 

Villeras de nuestras voces.
Misioneras de nuestros dioses..

 

La Poderosa linqueña,
se planta bajo el atril,
aguanta, sueña y enseña,
la garganta de 30 mil…

 

Sol de nuestra gente,,
alba de otro día, ¡sin contraluz!
Control Popular urgente,
para la Policía de Santa Cruz.

 

Rosario,
toda la vida,
sin descanso,
a pura organización,
en contra de la malaria.
¿Y el genocida Costanzo?
violando la prisión domiciliaria.

 

Aserrín, aserrán,
los villeros de San Juan,
piden pan, no les dan,
ni los escuchan…
Así que luchan.

 

Rodolfo presente, en todo el país.
Cambiemos ausente, también en San Luis.

 

Chocolate amargo.

 

Ni guerra, ni juego.
Hoy más que nunca, ¡Tierra del Fuego!

 

Si un santiagueño protesta,
puede caer como «criminal»;
por el sueño y por la siesta,
llamen al Poder Judicial.

 

Cuando toca la villa,
el negrito,
no toca el Clarín,
ni cabe en su mundo…
Ezequiel Huirimilla,
¡el grito del fin del mundo!

 

La piedra inmóvil de Tandil.

 

No pasarán,
ni Macri, ni Noceti, ni Insfrán.

 

Ahora.
¡Y siempre!

 

No pedimos, exigimos,
«cárcel común y efectiva»,
para todos los genocidas,
desde La Poderosa Neuquén.
Para Jorge Sobisch también.

 

Mirá,
de espaldas,
un nenito tucumano,
un pibito, bien podría ser tu hermano…
PENSÁ UN SEGUNDO:
También podría ser Facundo.

 

Patricia hizo doctrina,
matar cuando se le antoja,
ni Bullrich para Argentina,
¡ni Chocobar para La Rioja!

 

Por vos,
Nunca Más.

 

Los vuelos de la vida.