Por Milagros Vaca Narvaja, nieta y bisnieta de víctimas de la dictadura
Cierta vez, en una pieza contigua, mi padre confesó que le temía al dolor
Se lo llevaron en marzo
Creo que vivió hasta junio
No puedo superar el infierno de pensar que sufrió la encarnación humana,
De su más temido miedo.
Gonzalo Vaca Narvaja
Escribo, borro. Vuelvo a escribir. Busco palabras que acunen lo que siento cuando la memoria cava, cuando el corazón se estruja cada vez que Marzo golpea la puerta.
El 10 de marzo de 2018 fue el aniversario número cuarenta y dos de la desaparición forzada de Miguel Hugo Vaca Narvaja padre, mi bisabuelo.
Aquella noche, los militares al mando de Menéndez irrumpieron en la casa de Villa Warcalde, donde estaban mi bisabuelo, mi tío Gonzalo y su mamá. Los golpearon y saquearon el lugar. Antes de llevárselo, a mi bisabuelo sólo le permitieron ponerse un pantalón y saludar a su mujer, con los ojos vendados. Al Abubo, como lo llama mi papá, lo metieron en un baúl y lo trasladaron al centro clandestino de detención conocido como Campo La Ribera, donde lo atormentaron hasta que –literalmente- perdió la cabeza.
Horas antes, la patota de botas de fuego había ido a la casa de mi abuelo, que ya estaba detenido en la Cárcel de San Martín por defender a otros compañeros presos políticos, a buscar a mi papá, a mis tíos y a mi abuela con la intención de secuestrarlos. No los encontraron, se llevaron al pintor y le pidieron que los lleve a la casa de mi bisabuelo.
A mi abuelo lo fusilaron de un tiro en la sien, seis meses después. Lo apresaron, torturaron y mataron por peronista, montonero y valiente. Se llamaba Miguel Hugo como su papá y ambos eran abogados. A él lo encarcelaron y fusilaron, a su padre lo torturaron y desaparecieron.
Al regresar de su exilio y reconstruir la historia, mi familia supo que el cuerpo de mi bisabuelo fue fotografiado y exhibido en un álbum de recuerdos del coronel Raúl Fierro, con una cruz roja en el espacio de su cabeza faltante que decía: “Te la dimos por el culo, hijo de puta”.
Fue Valentina Enet quien vio esa foto en la oficina de Fierro, mientras pedía información sobre su hermano desaparecido. Cuando el coronel la vio congelada sobre la imagen, le dijo: “Eso es lo que les pasa a los padres que andan buscando a sus hijos, esos montoneros marxistas. Ése es Vaca Narvaja”.
A mi bisabuelo lo martirizaron hasta decapitarlo. Le cortaron la cabeza, la pusieron en formol, y la exhibieron -según dicen- como un trofeo en la oficina de Luciano Benjamín Menéndez.
La bestia que murió a los 91 años, tranquilo en una cama del hospital militar.
La bestia que ordenó con saña y convicción la persecución de mi familia entera.
La bestia miserable responsable al mando del militar Osvaldo Quiroga, quien trasladó a mi abuelo y quien en el Juicio de 2010 de la cárcel UP1 me guiñó el ojo, me saludó y me sonrió.
La bestia, aliada de Ernesto Barreiro, responsable máximo del campo de concentración La Perla y quien gatilló la bala que mató a mi abuelo.
Lo primero que leí sobre mi familia fueron las cartas que Miguel Hugo Vaca Narvaja les dejó a la Tuntu –mi bisabuela- y a sus hijos y nietos.
Dejé un fragmento anotado en mi cuaderno, y encarné una de mis primeras certezas:
“Piensen, fundamentalmente, en la doble responsabilidad que tienen y que les exijo en estas líneas que hagan efectivas: primero, con respecto a su propio grupo familiar, mis hijas y mis nietos, a quienes se deben y por quienes tienen que vivir. Segundo, con este país y su pueblo en franco tren de desintegración por la lamentable ausencia del equilibrio moral de quienes los medios y la responsabilidad de ahondar en los problemas que generan actos de violencia, quitándose las anteojeras que les dificultan a muchos ver la realidad a través de la indigencia moral y material en que transcurre esa vida sin horizontes de nuestro pueblo. Deberán asumir esta noble tarea, con la mente fría y el corazón aquietado”.
Mis anhelos son pocos. Reconstruir la historia, amasarla y acunarla para poder sanar tanto dolor perpetuo y tanta vida arrebatada.
Lo único que se queda con nuestra esencia, son nuestros ideales.
No me voy a olvidar jamás de un mediodía con banderas levantadas, esperando latente la justicia del otro lado de Tribunales Federales.
Aquel día, la justicia mostró sus dos caras.
Absolvió a los milicos implicados en el traslado de mi abuelo y -al mismo tiempo- condenó a Videla, por primera vez en mi ciudad, a cadena perpetua en cárcel común. A Videla y a tantos más.
Hoy me siento a hilvanar con amor todos estos pedacitos que hacen mi historia y veo teñirse de celeste la noche negra azabache que fue testigo de tantos dolores, tantos arrebatos y tanta ausencia impuesta.
Y me digo “Venceremos”.
Venceremos por los miles, venceremos de pie, venceremos con la mente fría y el corazón aquietado, abrazaremos las victorias de aquellos que ya no están para caminar al lado nuestro, y levantaremos sus banderas, como un acto de amor y entereza irrefrenable. Indestructible.
Mientras tanto, las bestias verdes van muriendo de a poco, van siendo apresadas por la negra noche que merecen.
Abrazo cada relato atravesando el dolor y lo aprieto bien fuerte para transitar la vida inundada de certezas. Lo transformo en lucha, honestidad y sueños.
No podrán nunca arrebatarnos los sueños.
Jamás lograrán quebrar los lazos irrompibles del corazón que ama, y mucho menos quebrar lo que hierve en la sangre más allá de la muerte.