12 abril, 2018
,

La cátedra villera

 

 

* Por Rafael Mayoral,
diputado español de Podemos.

 

 

Hace unos días, tuve la oportunidad de mirar desde adentro la realidad argentina. Y también esa otra realidad argentina, que nadie muestra en televisión. Ahí, con el corazón en La Garganta, de pronto aparecí caminando por los pasillos de Zavaleta, donde comenzaron a elucubrar esa enredadera de asambleas latinoamericanas, que conforman La Poderosa. Y entonces necesitaba escribir algo, para quienes dejaron de creer o quienes todavía se preguntan, si vale la pena luchar: ¡Vayan! Vayan a la villa y fíjense cómo se responden esa pregunta sus vecinos, todos los días, organizándose para defender el derecho a una vida digna.

 

 

No hay otro camino, que afilar todas nuestras gargantas, ¡empoderarlas! Pues la reapropiación de la comunicación en manos de los sectores populares se vuelve indispensable para terminar con los intermediarios y burlar esa unidireccionalidad impuesta por intereses contrapuestos al pueblo. No sólo han encontrado una forma de gritar. Han dejado asentada otra victoria de la construcción popular.

 

 

Al final de cuentas, si la banalización de la política se basa en esos torbellinos de palabras que no tienen cuerpo, carentes de sentido, los villeros logran corporizarla, materializando su propio modelo de gestión comunitaria. No me lo contaron, yo lo ví, en las manos de las compañeras que conocí, evidenciando una historia que intentan silenciar y encarnando el sentido del verbo militar. Desde ahí, desde la verdadera base, esas poderosas articulan mucho más políticamente que todos esos señores solemnes de solemnes palabras, que se diluyen frente a las prácticas concretas.

 

 

No faltan discursos. Faltan estrategias reales, para transformar problemas reales. Y en eso están sus villas, reivindicando la moto, pero también la mirada del Che. Porque sí, el trabajo comunitario y voluntario es la única escuela de consciencia capaz de cambiar al mundo. ¡Y queremos cambiarlo ahora! Hay que tomar nota: tienen ahí una estrategia fenomenal, autogestiva de verdad, para demostrar que «decir» sólo cobra sentido cuando se vuelve otra forma de hacer. Y en ese caso, se llama poder.

 

 

Pero estas líneas no tienen por fin acariciar mansamente la buenas intenciones, sino interpelar a la cultura de la impotencia que nos quiere abatidos, dormidos, rendidos. ¡Al carajo! Ahí tienen, para verla bien clarita, toda esa fuerza de las gargantas populares, vociferando sus propias alternativas frente a las élites. Ahí están, en sus barrios, en sus pasillos, en sus mates, en sus asambleas, en sus caravanas. Ahí está la tragedia del imposible: un mundo con dimensiones humanas es posible, cuando somos capaces de mirar lo que no vemos.

 

 

No tengan dudas,
Podemos.