El 19 de abril de 1991, Walter tendría que haber estado disfrutando en el recital de otra de sus pasiones: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, que ese día tocaban en Obras Sanitarias. Tendría, pero no. Centenares de policías en las calles salieron a hacer una razia. A las 21:30, el comisario de la 35, Miguel Ángel Esposito, dio la orden y comenzó la cacería. Preparados con colectivos de la línea 151, para subir a los que cayeran.
El 13 de noviembre de 1992, Miguel Ángel Espósito fue sobreseído. El 13 de mayo de 1997, la causa fue presentada ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). El 18 de septiembre de 2003, la CIDH, en su sentencia sobre el caso, refiere como hechos probados: “En la época de los hechos, se llevaban a cabo prácticas policiales de detención indiscriminada, que incluían las denominadas razias, las detenciones por averiguaciones de identidad y las detenciones conforme a edictos contravencionales de policía. El Memorándum 40 facultaba a los policías para decidir si se notificaba o no al juez de menores respecto de los niños o adolescentes detenidos”. Un año y tres meses tardó la Corte Suprema Argentina procesar el fallo y declarar así que la acción penal no se hallaba prescripta. Miguel Ángel Espósito, aunque retirado, siguió perteneciendo a la PFA hasta septiembre de 2008. El 8 de noviembre de 2013, el Tribunal Oral en lo Criminal N°29 de la Capital Federal dictó el veredicto: condenar al ex comisario Miguel Ángel Espósito a la pena de tres años de prisión en suspenso en el marco de la investigación por la privación ilegítima de la libertad de Walter David Bulacio. No por su muerte.
«¡Yo sabía, que a Walter lo mato la policía!», rezaban las pancartas en las multitudinarias marchas, que fueron canto en las calles y hoy son memoria colectiva. Walter es hoy, también, el nombre de cada pibe asesinado por el Estado, en cada uno de nuestros barrios, donde las fuerzas de inseguridad aún realizan detenciones arbitrarias, practican la tortura y ejecutan el gatillo fácil, y donde descargan la represión selectiva y cruda, parte del deber de disciplinar y amedrentar desde la cuna.