De todas las balas disponibles para Marielle Franco, eligieron las balas del Estado, literalmente un lote de municiones adquirido por la propia Policía Federal en 2006, pero qué torpes, pero qué verdes, pero qué novatos, ¿pero qué? Sabían qué bajo costo pagarían afuera por otro crimen de otra mujer, encima negra, encima lesbiana, encima pobre, en una sociedad misógina, racista, clasista. Y sabían, perfectamente, qué mensaje tan Temeroso impartirían hacia la favela, a las sombras de una televisión que delega esta discusión a las redes: la política, el poder y la palabra, no son para ustedes.
Ahora, tiembla la Villa 21: sus grupos de tareas invadieron el barrio, golpearon menores, se quitaron las identificaciones, ingresaron en domicilios privados, torturaron fotógrafos, manosearon mujeres, secuestraron adolescentes, violaron todos los protocolos, tiraron gases en los pasillos, balearon la puerta de un testigo, armaron una causa y saquearon a los vecinos, pero qué bestias, pero qué tarados, pero qué innecesario, ¿pero qué? Sabían qué bajo costo pagarían afuera por otra razzia silenciosa sobre otros negros, encima pirañas, encima zoombies, encima choriplaneros, en la sociedad de los periodistas muertos. Y sabían, prefectamente, qué mensaje poderoso impartirían hacia la villa, donde ninguno de los torturados en los últimos 2 meses se atreve a difundir su caso, a pesar de haberlo denunciado en la Procuraduría contra la Violencia Institucional: decir la verdad, acá, está mal.
Tras recibir las palizas más grandes de sus vidas y dormir dos noches privados de su libertad, Roque y Pablo volvieron a ver el sol desde los tribunales de Lavalle, imputados por «tentativa de robo, en poblado y en banda», una causa tan mal presentada que se cayó 24 horas más tarde. O sea, ni Roque, ni Pablo, están hoy acusados de absolutamente nada, por absolutamente nadie. Ni la propia propia Patricia Bullrich, ni la Justicia, consideran que nuestros compañeros deban brindar explicaciones por ningún ilícito supuestamente cometido. Ya está. Todo eso que pasó en el barrio y no tuvo tiempo de pasar por el diario, no existe más. ¡Puf! Desapareció. No hay delito, no hay coartada. Aquí no ha pasado nada.
Pero aguantá, aguantá un toque, bancá, esperá, pensá, tocá la frente de Roque, mirá la espalda de Pablo, escuchá este silencio ensordecedor que reina por estas horas en cada corredor, en cada tira que no recorre ninguno de sus panelistas antes de volverse tan solemnes columnistas. Se llevaron el tema, borraron la denuncia, mataron el crimen. Y sin embargo nos dejaron los gritos. No se los llevaron para allá, tanto los golpes como el miedo quedaron acá, regados por toda la zona. ¿Y entonces por qué lo hacen? Porque funciona. ¿La noticia está deshecha? La Justicia ni asoma, ¡la injusticia era un mito!
Una misma derecha.
Un mismo idioma.
Un mismo grito.