21 septiembre, 2018
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«La Doctrina Torturar»

 

 

* Por Iván Navarro,
sobreviviente de la Prefectura Naval.

 


 


Aquel 24 de septiembre que ojalá termine hoy, nos detuvieron, nos pegaron, nos secuestraron y nos llevaron hasta la vera del Riachuelo, junto a mi amigo Ezequiel, donde nos torturaron de las maneras más perversas. Incluido un simulacro de fusilamiento, un disparo que dio largada a las amenazas, las persecuciones y el desgastante camino judicial que hoy debiera mandar a la cárcel por muchos años a los seis prefectos que nos arruinaron la vida. ¿Qué quieren que les diga? Que sí, estaba convencido de ir hasta las últimas consecuencias porque tuve la suerte de poder contarlo, pero fue muy difícil esa decisión y mucho más aún, afrontar toda la exposición que vino después.

Fui a contarlo a televisión.
Y me corrieron hasta mi casa otra vez.

A esta hora, pienso en todos esos pibes que conocí en las remeras de sus madres, en los stencil de las Marchas contra el Gatillo Fácil, en los relatos quebrados de familiares destruidos que nunca jamás en la vida fueron invitados a ningún programa de televisión. Por ellos, por los míos, por mi papá y por mi mamá, necesito que todo este calvario se termine hoy, con una condena ejemplar para los torturadores que nos causaron tanto daño, el mismo daño que sufren muchísimas familias de mi barrio, presas del silencio que obedece al miedo. Tienen miedo y tienen razón. Yo quiero volver a mi casa esta noche como me fui aquel día, para disfrutar de mi familia, sin dejar de gritar, ni de cantar. No tengan dudas… 

Se va a acabar,
¡esa Doctrina Torturar!

Por estos pagos, en la Villa 21-24, los hostigamientos, humillaciones y maltratos de la Prefectura Naval siguen siendo cotidianos. A mí, como a todos los demás pibes de mi edad, de mi ropa, de mi cara, me paran por la calle cuando se les cantan las pelotas y me requisan contra la pared como si fuera un terrorista, cuando cometo el delito de salir a un boliche o asomar la nariz de mi propia casa. ¿Saben qué sueño? Que se calmen, sueño, que dejen de llevarse amigos sin motivo y que respeten a los villeros. Porque sí, en serio, somos personas. 

¿Quién puede pensar que los vecinos de las barriadas más pobres y más invisibilizadas nos paremos de manos contra la Policía porque sí, como si no quisiéramos vivir en paz? Pero así no se puede. No aguantamos más que nos caguen a bifes, que nos golpeen sin sentido, que nos revoleen por el piso y que los verdugueos lleguen al extremo que padecimos, prácticas que muchos sólo conocieron en los colegios, leyendo un libro que se llama «Nunca Más», ¿entienden? Nuestro grito llegará hoy hasta cada casa de cada villa, para cada pibe que se vio zarpado en su propio barrio, ¡porque no están solos! Y nosotros tampoco, porque nos acompañan los vecinos, los organismos y los familiares de tantos que hoy quisiéramos abrazar. “Griten, total nadie los va a reclamar”, nos dijeron antes de hacernos rezar, porque nos iban a matar, creyendo que no teníamos familia, ni amigos, ¡ni tantos vecinos empoderados en esta organización que nos aguanta el corazón! Nunca nos trataron como queremos, ni con un debido proceso, ni como plantas, sino como cosas… 

Hoy sabrán que tenemos todo eso. 
Y gargantas, poderosas