* Por Alejandra Calamano,
hermana de Sandra, docente fallecida por el abandono estatal, en la Escuela 49 de Moreno.
Qué día raro hoy. Y qué insoportable el mañana, sin vos. No me salen las palabras; las tengo atragantadas desde el jueves 2 de agosto. Eras catorce años más grande que yo y en todos mis recuerdos, siempre, siempre, siempre aparecés con el guardapolvo puesto. No es para menos: fuiste mi maestra en una partecita de primer grado, en ese eterno viaje que empezaste a los 20 años cubriendo suplencias de acá para allá, sumando experiencia, ganando un manguito mientras terminabas el magisterio.
Cómo no llenarme de bronca mirando la foto que acompaña esta carta, cuando en 1992 fuiste por primera vez titular de un grado. Cómo no maldecir el abandono total del Estado que derivó en tu muerte y en la de Rubén. Porque esto no se trató únicamente de la negligencia del gasista, sino sobre todo de la responsabilidad de la gobernación provincial, a través del Consejo Escolar y de la Dirección General de Escuelas. ¿La gobernadora? Ni siquiera tuvimos sus condolencias. El hilo, como siempre, lo intentarán cortar por lo más delgado, pero como familia y comunidad no permitiremos que tomen al gasista como chivo expiatorio.
Eras una gran docente, una persona increíble, transparente. A la escuela donde dejaste la vida la llamabas el “cotolengo”. Ibas hasta los sábados para llevar adelante el proyecto “Patios Abiertos”, con actividades culturales y talleres de oficio. Atenta siempre a las necesidades, percibiste que la mayoría se acercaba por el mate cocido con galletitas. No lo dudaste: montaste un espacio de cocina para que nadie se quedara sin comer. “Ayer fueron poquitos chicos por la lluvia”, nos comentabas un poco triste, pero al instante volvías a entusiasmarte: “La próxima semana hago unas pizzas y van a venir un montón”. Permanentemente buscabas que la comunidad aportara desde su lugar, y hace poquito habías conseguido una donación de telas. Las lavaste y le pediste a mamá que hiciera las cortinas para todas las aulas… “Las podés hacer de a poco y voy pasando a buscarlas”, le imploraste. Las carencias eran muchísimas, y tu corazón gigante.
“Era una loca de mierda”, te alaban muchos de los que te amaban. Una loca que jamás cagó a nadie, que se comprometió hasta el final, que nos dejó un legado indispensable: mejorar la escuela pública. Por eso marchabas y reclamabas lo que te parecía justo, por eso nos enseñaste, en cada uno de tus pasos, que la lucha no debía ser solo salarial, sino por el estado integral de la educación.
Hermana, en este día de la maestra y el maestro, llorando te susurro lo que cada 11 de septiembre te repetía: “¡Feliz día, feliz día, feliz día! Y si tenés un rato, cuando salgas del Cotolengo venite y nos tomamos unos mates”.